Hace unos días publiqué como comentario la página de Antonio Tabucchi Una ballena ve a los hombres. El Doctor Calle apuntó entonces lo que dice Tabucchi en el prólogo de Dama de Porto Pim, donde aparece el fragmento: "Por último, el texto titulado Una ballena ve a los hombres... se inspira sin disimulo en una poesía de Carlos Drummond de Andrade, que antes y mejor que yo supo ver a los hombres a través de los lastimeros ojos de un lento animal".
La poesía, Un buey ve a los hombres, es esta:
Son tan delicados (más que un arbusto) y corren
corren de un lado a otro, siempre olvidados
de algo. Desde luego, les falta no sé qué atributo esencial, pues se muestran nobles
y graves, a veces. Ah, espantosamente graves,
hasta siniestros. Pobrecillos, se diría que no escuchan
ni el canto del aire ni los secretos del heno,
como tampoco parecen distinguir lo que es visible
y común en cada uno de nosotros, en el espacio. Y se ponen tristes
y movidos por la tristeza llegan a la crueldad.
Toda su expresión les mora en los ojos y se pierde
con un simple pestañear, con una sombra.
Nada en los pelos, ni en las extremidades de increíble fragilidad
y ¡qué poco monte hay en ellos,
y qué seguridad y qué recovecos y qué
imposibilidad de organizarse en formas calmosas,
permanentes y necesarias! Tienen, quizá, cierta
gracia melancólica (un minuto) y con ello se hacen
perdonar la incómoda agitación y el traslúcido
vacío interior que los vuelve tan pobres y menesterosos
que emiten sonidos absurdos y agónicos: deseo, amor, celos
(¿qué sabemos nosotros?), sonidos que se quiebran y caen en el campo
como piedras afiladas y queman la hierba y el agua,
y, después, difícil ha de sernos rumiar nuestra verdad.
El señor "Juanito Efectivo" comparte luego el link a una foto del ojo de una ballena, que Ángela Cuartas, escribe, no funciona. No quise que la imagen se perdiera, aquí queda, con el texto de Tabucchi:
Una ballena ve a los hombres
Siempre tan ajetreados, y con largas extremidades que agitan con frecuencia. Y qué poco redondos son, sin la majestuosidad de las formas consumadas y suficientes, pero con una minúscula cabeza móvil en la que parece concentrarse toda su extraña vida. Llegan deslizándose sobre el mar, pero no nadando, como si fueran pájaros, e infieren la muerte con fragilidad y grácil ferocidad. Permanecen largo rato en silencio, pero luego gritan entre ellos con repentina furia, con un galimatías de sonidos que apenas varían y que carecen de la perfección de nuestros sonidos esenciales: reclamo, amor, llanto de duelo. Y qué penoso debe de resultarles amarse: e híspido, casi brusco, inmediato, sin una mullida capa de grasa, favorecido por su naturaleza filiforme que no prevé la heroica dificultad de la unión ni los magníficos y tiernos esfuerzos para conseguirla.
No les gusta el agua, y la temen, y no se entiende por qué vienen tan a menudo. También ellos van bancos, pero no llevan hembras, y se adivina que están en otra parte, pero son siempre invisibles. A veces cantan, pero sólo para ellos, y su canto no es un reclamo sino una forma de lamento desgarrador. Enseguida se cansan, y cuando cae la noche se reclinan sobre las pequeñas islas que los transportan y tal vez se duermen o contemplan la luna. Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes.
3 comentarios:
Tremenda la poesía del principio. Era muy seguro que alguien más se hubiera fijado en los ojos de las ballenas.
Gracias por subir la foto.
Anécdotas del destino (Alfaguara) de Isak Dinesen empieza con un cuento magnífico: El buceador, que seguro —Tomás— te entusiasmará. No está en esta telaraña de mentiras así llamada Internet.
Muchas gracias Tomás y Juanito Efectivo de Aranda. Nunca había visto el ojo de una ballena. Me demoré en aceptar que no era un montaje en Photoshop, la ignorancia es atrevida.
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