30/11/10

En vitrina:



Mario Vargas Llosa: La verdad de las mentiras. Punto de lectura.

Marguerite Yourcenar: Cuentos completos. Alfaguara.

Marilyn Monroe: Fragmentos. Seix Barral.

29/11/10

De sonetos

Hace algunos meses, Ángela Cuartas publicó en su blog, Diccionario de obviedades, la definición de la palabra "soneto". El Doctor Calle, o Jose F, asiduo visitante de ese y tantos blogs, comentó la entrada con dos "sonetos de sonetos", sonetos que hablan sobre el soneto mismo. Uno es de Lope de Vega; el otro, de Jaime Jaramillo Escobar.

Los sonetos dicen:


Soneto de repente

Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que voy los trece versos acabando:
contad si son catorce y está hecho.

Félix Lope de Vega y Carpio.

A EDUARDO MENDOZA,
QUE ME HA MANDADO A HACER UN SONETO

Querido Eduardo:

En “Los Cien Mejores Poemas Latinoamericanos”, compilados por Simón Latino, no hay un solo soneto, con lo cual se comprueba que el soneto no es poema.


I

Ya que hacer un soneto me has pedido,
Trataré de probar si tengo suerte,
Y puedo al fin, Eduardo, complacerte
Con un soneto, o algo parecido.

Que no es cosa difícil he creído,
Y al contrario, es un juego que seduce,
Ya que todo el problema se reduce
A que el soneto quede concluido.

Por lo cual, si quisiera hacer sonetos,
Como nadie los hizo, los haría,
Y para que quedaran más completos

Tres o cuatro tercetos les pondría.
Mas lo que pasa, Eduardo, es que hoy en día
No está la vida para hacer sonetos.

Jaime Jaramillo Escobar

A los dos que debo al Doctor Calle, agrego uno que encontré la semana pasada leyendo el libro Ciudad de hombre: New York del poeta catalán José María Fonollosa, publicado por El Acantilado. Aprovecho, además, para recomendar la poesía de Fonollosa, que por más de 40 años se mantuvo inédita.

FIFTH AVENUE

Me niego a hacer sonetos. Su estructura
-dos anchos ataúdes de cuartetos
y otros dos más delgados de tercetos-
los muestra adustos, serios de figura.

O semejan barrotes de una dura
prisión de endecasílabos sujetos
por rimas consonantes; obsoletos
modelos del rigor. ¿Poesía pura?
Mayormente son versos preparados
a medida del molde y presentados
con un burdo remedo de la música.

Abjuro de sonetos donde sobra
o falta espacio para expresar la obra
en su justa extensión, la exacta, la única.

J.M. Fonollosa

22/11/10

Cuartos de escritores: Antony Beevor

Photograph: Eamonn McCabe


Mi mujer, Artemis Cooper, llama al lugar donde trabajo ahora “el granero de Samuel Johnson”, pues fue la generosidad de este premio la que nos permitió construirlo. Por lo regular trabajo en el piso superior de la casa, que ofrece una hermosa vista del valle con la que, lamentablemente, es fácil distraerse.

El escritorio perteneció al abuelo de Artemis, Duff Cooper. Me gusta imaginármelo sentado, escribiendo su obra maestra, Talleyrand. Encima del escritorio hay un poster soviético contra el alcohol que muestra a un joven y apuesto camarada rechazando una copa de vodka. Fue un regalo de mi colega rusa Lyuba Vinogradova y me sirve como recordatorio de que no debo probar ni un trago hasta la hora de la cena.

Estoy rodeado por estantes y siempre me digo que un día voy a sacar el tiempo necesario para organizarlos mejor; sin embargo, la voluntad de hacerlo nunca coincide con el momento adecuado. Cada libro nuevo que escribo parece requerir más referencias que el anterior. Sólo queda espacio para otro estante; después, tendré que evaluar la posibilidad de utilizar una pared vacante de la cocina.

El escribir El Día D: La batalla de Normandía requirió de un lugar donde poner mapas a gran escala y pilas de archivos fotocopiados. Para esto resultó ideal nuestra mesa de ping-pong. Ahora que el libro está casi terminado, la mesa puede regresar a su viejo rol de campo de batalla en el que mis hijos me hacen añicos.

Detrás de la mesa de ping-pong está el objeto más importante en el cuarto de un escritor: la cama. Cuando la mente languidece una breve siesta puede aclarar las ideas y evitar el efecto rancio de devanarse los sesos. En mi juventud podía trabajar desde temprano con una botella de vino entre el codo. Actualmente me voy a la cama a las 11 y tomo media botella —cantidad todavía suficiente para horrorizar a un doctor en esta era puritana. Pero si no disfrutas escribir, es mejor que no lo hagas.

Antony Beevor (1946) es un historiador y novelista inglés. Después de permanecer cinco años en el ejército británico dimitió a su cargo y emigró a París donde escribió su primera novela (Violent brink. John Murray, 1975), empezando así su carrera como escritor. La editorial Crítica ha publicado casi toda su obra. Entre sus libros de no ficción están: El Día D: La batalla de Normandía (Crítica, 2010), Creta: La batalla y la resistencia (Booket, 2006), La guerra civil española (Crítica, 2007) y Stalingrado (Booket, 2005), obra por la que recibió el premio Samuel Johnson de la BBC. Ha sido traducido a más de 30 idiomas.

14/11/10

Una sugerencia

Escribir para saber qué pasaría si la vida fuera diferente, si las decisiones que tomamos fueran otras y no las que en su momento resultaron tranquilizadoras. Interesarse por lo que no pasó y jamás va a pasar; o que sí pasó pero que nadie sabe. Escribir no para conocer ni para conocerse sino para inventar un reconocimiento; mínimo, falso. Javier Marías es de esos novelistas que parecen mamuts, es uno de los grandes mamuts que quedan. De los que saben que la verdad no es posible, “nunca resplandece, la única verdad es la que no se conoce ni se transmite, la que no se traduce a palabras ni a imágenes, la encubierta y no averiguada, y quizá por eso se cuenta tanto o se cuenta todo, para que nunca haya ocurrido nada, una vez que se cuenta”.

En sí mismo un mamut ya resulta extravagante, y Marías es consecuente con esa naturaleza: escribe a máquina, cuando termina una cuartilla la revisa y la deja lista para la imprenta, la guarda en una carpeta que ya no va a revisar más. Así, por ejemplo, se le olvidan detalles de la trama, algo que pasó al comienzo; lo mismo Cervantes, que revivió en la segunda parte de su libro a un niñito que se asumía muerto desde la primera. Es de los pocos que no temen celebrar el milagro del fax, esa máquina tan misteriosa; y odia Internet, aunque le administran un blog que casi raya en la megalomanía. Pero bueno: al fin y al cabo es rey, puede hacer lo que le plazca. Un día decidió escribir y publicar novelas; tenía 19 años. Otro, traducir el Tristram Shandy; tenía 24.

Una vez le recomendó a España que lo creyeran húngaro; así vendería más libros y lo odiarían menos. Otra, al ver que el premio que entrega su Reino, el de Redonda, se quedaba sin fondos para el ganador anual, decidió lo más sensato cuando uno se pone bravo: se puso bravo con todo el mundo. Ese es Marías, o al menos este montón de anécdotas forman un cuento de lo que es o de lo que pudo ser.

Me gusta la idea de que la novela sea un esfuerzo total, que el resultado sea una catedral. La gloria, escribió Jules Renard, es un esfuerzo constante. Cuando uno lee un libro como “Corazón tan blanco”, sabe que todos esos que dicen que la novela ha muerto están equivocados, que la novela, simplemente, no va a morir. Pues, ¿cómo va a desaparecer esa necesidad de conocer la vida de los otros -imaginarias o no-, renunciar a la posibilidad de “conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue”? La novela sigue: “son todas admisibles, las fantasías”.

No funciona -claro- como un mandato que un lector diga o no lo que piensa de sus lecturas. Pero muchas veces "Tener valiosas sugerencias que hacer y no ponerlas en circulación no es mucho más admirable que tener una valiosa moneda del reino y guardarla en un calcetín grasiento". Que esto lo diga un personaje como Chesterton tiene algo de santa verdad.

Queda entonces la seña: "Corazón tan blanco" es el producto de un hombre ante sus posibilidades de imaginar el universo. Y ante todo es ese fracaso por intentar comprenderlo. "I progress as I digress", decía Sterne, el maestro de Marías; antes dije que me gustan las novelas como catedrales, ¿por qué no pensarlas hoy como un hogar?

9/11/10

Una biblioteca.


Bibliotecario. Arcinboldo.

La biblioteca de mi Facultad, la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Caldas, no es nada sobresaliente. Consta de dos pisos y una muy, muy modesta colección de libros. Éstos descansan en un piso subterráneo, sobre estantes de metal viejos y oxidados. En días grises uno siente que se encuentra no en una biblioteca sino en una especie de mazmorra medieval. Acaso la colección no sea tan exigua, pero un hecho capital impide comprobarlo: no se puede tener acceso a las estanterías. Es necesario buscar el título que se quiere en el sistema y anotar la referencia en un papel para que un empleado le entregue a uno el libro en cuestión. Quizá esta imposibilidad de tener contacto directo con los libros sea el defecto más terrible. Muchos son condenados al reciclaje o al olvido porque no pueden encontrar "ese hombre destinado a sus símbolos", su lector. La idea que debería regir toda biblioteca debiera ser la de acercar un grupo de potenciales lectores con los libros. Pero para pesar de todos en la biblioteca de mi facultad no es así.

También es una lástima que no exista un bibliotecario. Y con bibliotecario no pienso en un pasivo guardián o en un mero catalogador. Puede que estos oficios estén, en sí mismos, llenos de cierta poesía —pensemos, por ejemplo, en los valerosos bibliotecarios del pasado que tenían que proteger los tomos del fuego, de la lluvia, de las alimañas, de las guerras... o en el bibliotecario como un modesto organizador del universo, como un adalid del orden pero se necesita algo más en esa oscura sala.

A pesar de la estrechez, el deficiente servicio, el ruido—tolerado por el bibliotecario—, la imposibilidad de escrutar la colección debo a esa biblioteca lecturas inolvidables. Puedo recordar ahora los libros de Bertrand Russell, primeras ediciones, inglesas, de los señores Allen & Unwin. Si se supiera que esos libros están ahí probablemente ya hubieran desaparecido (como desaparecieron las Obras Completas, en Aguilar, del mismo Russell ). Pero para mi suerte mucha gente piensa en Russell como un viejito revoltoso y pacifista; no como el pensador agudo y exquisito que es. Está, verbigracia, su libro Portraits from memory and other essays, Retratos de memoria y otros ensayos. En él hay recuerdos de su juventud (en la casa de sus abuelos, en Cambridge), de sus encuentros con los escritores de su época (H.G. Wells, Joseph Conrad, D.H. Lawrence y Bernard Shaw) y algunos ensayos sobre temas que durante toda su vida le apasionaron. Russell logra involucrarnos con esos temas, hace que nos interesemos en ellos. Es un provocador del pensamiento propio, de la lectura, de la auto-educación.

También recuerdo haber encontrado en esa biblioteca Los ensayos de Michel de Montaigne o como quiso Quevedo, Miguel de la Montaña . Mucho tiempo después pude conseguir para mí Los ensayos, pero donde los leí por primera vez fue en esa biblioteca, en una de sus sillas malogradas. Es difícil describir qué significa para uno como lector aventurarse en las páginas de Montaigne pues como toda gran obra su lectura está llena de matices, llena de posibles interpretaciones; produce los más diversos y contradictorios pensamientos. La mejor forma de describir la lectura de un libro como el de Montaigne tal vez sea sirviéndome de las palabras del sabio Escoto Erígena: la lectura de Montaigne es como mirar al plumaje tornasolado del pavo real. Nadie supo como él que si para algo leemos es para ver mejor, para comprender mejor; a los demás, al mundo y a nosotros mismos.

Otra cosa que disfruto de la biblioteca es mirar la ficha bibliográfica de los libros que presto, ese papel donde todos los anteriores lectores han puesto su firma. Uno no puede evitar sentir cierta sensación de complicidad con esos nombres. A veces resulta que los conozco. En ese caso, trato de preguntarles por el libro; si les gustó, si lo leyeron. Hay ocasiones en que la ficha está vacía por completo. Esto me alegra sé que voy a ser el primer lector de ese tomo, sé que gracias a mí ese libro va existir de nuevo, y, al mismo tiempo, me entristece es una lástima que en muchos años nadie lo haya consultado.

Roberto Bolaño decía que cada lector tiene la librería que se merece, salvo él que no tiene ninguna. Lo mismo se puede decir de mi biblioteca, la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Caldas. Los estudiantes nos merecemos que sea tal cual es; cada uno de sus defectos. Sin embargo, me alegra saber que está ahí, como enterrada, esperando que algún estudiante despierte los tomos que duermen en ella. A un año de graduarme, me preocupa que ya nunca pueda prestarme sus libros.

2/11/10

Varguitas no dijo eso

"Hay novelas políticas extraordinarias a las que no se las puede acusar de no ser literarias. Una de las novelas políticas más impresionantes que he leído es La marcha Radetzky, de Joseph Brodsky, austriaco, sobre el fin del Imperio austro-húngaro. Él escribió pensando en una actualidad y, sin embargo, la novela trasciende esa actualidad y vale para cualquier país. Es un caso interesantísimo. No hay muchos, pero hay algunos".

Tomado de El Tiempo.com.