31/5/09

Clientes de clientes

Algunos llegan, con papelito en mano: ¿“tiene Mitos griegos contados otra vez”?
Otros, sin papelito: ¿Cuánto cuesta Eclipse?
Algunos, por fin dan trabajo a los dependientes, preguntan: “¿un libro para una persona que es muy leída?” Y a renglón seguido: “que sea baratico” o “un libro para una persona que se ha leído todo, algo interesante y profundo, como de Pablo Cohelo”
Después están los que van con género: “Busco algo de literatura o ensayo para leer, ojalá contemporáneo, que no sea Doris Lessing, porque ya la leí, ni Orhan Pamuk, ni el otro que también fue premio Nobel”.
Preferimos a los que llegan con algo como: “busco un libro entretenido”.
Otros son incatalogables, llegan con cara de querer a Jung, revisan la sesión de poesía y compran un libro de filosofía de la matemática o uno de aves. Otros desde que llegan sabemos a dónde van a parar, son los hijos de la psicología analítica, o la filosofía de Derridá, o la antropología postmoderna. No voltean a mirar otras secciones, como si pudieran contagiarse de los pensamientos de las otras sectas.
Uno trata de recomendar, de guiar, de no dejar que los gustos propios sean los únicos que inspiren los consejos. Al final compran o no. A veces no lo hacen por culpa nuestra, y aun así no es una tragedia. Cada libro en un anaquel espera pacientemente su dueño, no como algo metafísico, sólo que algunos pasan años allí, un día alguien llega y se enamora, se van juntos. No es mucho más.

23/5/09

Naturalmente, primero, las obsesiones

En la Rocca, un montón de tuberculosos se mueren, preocupados por no quebrar ese silencioso pacto de no sobrevivirse: se contentan con tener como botín de guerra un puñado de nubes, una breve frase que no los haga escupir; así los mata el tiempo, y esto es lo que escribe don Gesualdo Bufalino, especialmente en La perorata del apestado.


La muerte, la enfermedad, son temas recurrentes, sino obsesivos, en Bufalino: la abolición de la memoria o simplemente una ceguera; y la coma, la coma que es el respiro que todo lo conecta, que hace posible escribir literatura.


Joseph Brodsky acaso posea la cifra: el lenguaje no es la herramienta, es el hombre la herramienta del lenguaje.


Gesualdo Bufalino, estoy seguro, pensaba así; y desde la descripción de unas cuantas sombras en la radiografía de un pecho, la repetición de un mismo sueño, lo dicho es superior a la vida.