31/8/09

Kokoro.



El eco: ese intento inútil de las palabras por no desvanecerse; por no difundirse entre las mismas moléculas que las permiten; por reflejarse en los objetos inanimados, en los objetos que no las pueden escuchar. En él se conservan leves vestigios de palabras anteriores, naturalmente borradas; acaso sea una suerte de palimpsesto de la voz: conserva y reemplaza lo dicho, por un trémulo rumor.

No existe una mejor palabra para designar nuestra relación con el viejo Japón. Lafcadio Hearn lo sabía así; y su libro, si pecó de algo, no fue de ambición. Consiente que las costumbres, escenas y cuadros de la vida japonesa que su pluma podía registrar estaban lejos de ser algo más que un eco, decidió, antes que comprender, contemplar; antes que un escrutar, dejarse maravillar. La ingenua idea de juzgar la cultura japonesa conforme a cánones occidentales no aparece en estas páginas.

¿Qué buscaba Lafcadio Hearn con este curioso libro? Sin duda, expresar su propia incapacidad para entender aquello que, en principio, juzgó “extraño” - y que, tras toda una vida en el Japón llego a sentir familiar- ; para después intentar hacernos cómplices de sus perplejidades. Lafcadio Hearn quizá reputaba ininteligibles las costumbres japonesas, pero al mismo tiempo aceptaba que ante ellas no podemos evitar sentirnos profundamente conmovidos: la delicadeza de la ceremonia del té, la ferviente devoción de las mujeres, el religioso celo del budista Zen, el desdén prodigado al construir sus hogares, lo eterno y lo efímero del haiku...

Costumbres que sólo podemos contemplar como siluetas vistas a través de una traslúcida pantalla de arroz.

26/8/09

Alta Fidelidad

A riesgo de parecer repetitivo debo hablar de nuevo del asunto de la traducción. Acabo de leer Alta Fidelidad de Nick Hornby. Un libro que es bueno a pesar de su pésima versión al español.
No soporto esta cantidad de españoletadas, que no sólo son desagradables sino que además son, en muchas ocasiones, difíciles de leer.
Me pregunto si sólo se podrán hacer insultos en una jerga particular, en cuyo caso, éstos serán la cosa más difícil de traducir al lado de los poemas, los modismos y los chistes de doble sentido.
Trato de pensar y creo que se puede cambiar "me cago en la leche" por "estoy muy molesto"; puede ser que no sea igual de fuerte la frase, pero al menos todos los que leamos en el idioma de Cervantes vamos a sentir que nos hablan en nuestra lengua. Seguro que para los españoles funcionan estas traducciones, pero por qué tenemos que soportar nosotros, que pagamos también por el libro, ese potaje imtragable que nos quieren hacer digerir los traductores.
Seguro que si salimos con expresiones colombianas en una traducción a nadie del resto de América Latina le gusta.
No ignoro que lo más seguro es que el libro de Hornby está lleno de expresiones inglesas casi intraducibles. Pero aunque sea más difícil encontrar una versión aproximada al castellano que sólo cambiarla por una grosería de las que los españoles se saben tantas, creo que es mejor la primera opción.
Dudo mucho que los ingleses digan algo siquiera parecido a "I shit in the milk".

20/8/09

En Vitrina (Tres Pretextos):




Natalia Ginzburg: Las Palabras de la Noche, Pre-Textos.

Jonathan Swift: Los Viajes de Gulliver, Pre-Textos.

John Donne: Cien Poemas, Pre-Textos.


16/8/09

Flaubert y su ejercicio

Un autor al que poco a poco se aprende a querer, sin obligaciones ni requisitos propios de la adolescencia, es Gustave Flaubert. Digo esto porque no haber leído Madame Bovary, es casi un sacrilegio para el ávido e ingenuo lector, que no entiende –que no entendía, como yo por ejemplo- que la literatura no es un canon, ni una lista en la que es necesario ir marcando, como si fuera un álbum o una agenda, este libro y después este otro…   

Esto creo que lo aprendí cuando el jefe, -o sea, el librero-, me contó que no fue hasta muchos años de lectura que leyó por primera vez el Quijote. Ese día entendí que es un error leer porque se debe, porque es básico saber cómo es el infierno de Dante, o el París de Hugo en Los miserables: llegará el día en que el libro empiece a colarse, a volverse visible entre el estante, y, como el pálpito que anuncia la llegada de algo querido y añorado, nada pueda evitar el feliz encuentro. Por todo esto, Las tentaciones de San Antonio, a diferencia de la señora Emma y sus andanzas, poseerá para mí un mejor recuerdo.

 
Pieter Brueghel, el Viejo: La tentación de San Antonio.

Flaubert (1821-1880) publicó Las Tentaciones… en 1874, después de casi toda una vida planteándola y reescribiéndola: parece que la consideraba su obra maestra. Sin duda es un libro fuera de lo común, escrito a manera de drama, ubicado en el desierto egipcio en el tercer siglo de la era cristiana, con el santo anacoreta Antonio como protagonista, y donde una serie de alucinaciones (las tentaciones, naturalmente) sensuales y demoníacas visitan durante una larga noche al ermitaño. Literalmente, una epifanía.

Madame Bovary c’est moi, dicen que dijo Flaubert; me gusta más Saint Antoine c’est moi, y aquí un detalle que creo fundamental: Antonio, el personaje, padece una serie de alucinaciones y convulsiones llenas de caos y confusión; en 1844 Flaubert, el creador, ha “tenido una congestión cerebral, como si dijéramos un ataque de apoplejía en miniatura, acompañado de trastornos nerviosos”; en otras palabras, su primer episodio epiléptico*. Mientras uno pasa las páginas de Las tentaciones…, el temblor no es impostura de la ficción, los sudores del santo son los mismos que empapan por las noches al autor; Flaubert, una vez más, no ha podido separar su vida de la literatura.   

…   

En la Correspondencia a su amante Louise Colet, que se mantuvo de 1846 a 1855, Flaubert escribe a propósito del libro:  
 
«Te he dicho que La educación había sido un intento. San Antonio es otro. Al tomar un tema en el que me encontraba totalmente libre en cuanto a lirismo, movimientos, desórdenes, me hallaba bien en mi naturaleza y no tenía más que arrancar. Jamás volveré a encontrar locuras de estilo como las que me permití durante dieciocho meses largos. ¡Con qué pasión tallaba las piedras de mi collar! Sólo se me olvido una cosa, el hilo.»   
«Es una obra fallida. Hablas de perlas. Pero las perlas no hacen el collar, sino el hilo. Yo mismo fui en San Antonio el San Antonio, y lo he olvidado.»

Estos dos fragmentos fueron escritos en 1852, tres años después de que sus amigos le recomendaran quemar la obra. Una larga y -para el egoísta lector- sana terquedad, hicieron posible al escrupuloso Flaubert entregar la pesadilla de toda una vida recreada en los trastornos de un hombre vestido con una túnica de piel de cabra; el año, ya se dijo, fue 1874, seis después Gustave Flaubert moriría de una hemorragia cerebral, consecuencia algunos afirman, de una sífilis contraída de una cortesana durante su viaje a Egipto: quizá la misma que envolvió a Antonio en sus brazos, le ofreció el secreto del universo entre rubíes y serpientes, una noche en medio de la Tebaida, una noche de 1880.



* “Una terrible sacudida le conmovió, le crispó y le arrojó al suelo, echando espuma y jadeando”. Así describe Henri Troyat, el posible primer ataque de epilepsia de Dostoievski. Ésta imagen, aún más estremecedora, la incluyo porque Troyat también fue biógrafo de Flaubert. La línea puede estar en cualquiera de los libros.   

14/8/09

En Vitrina (New York Review of Books):

Max Beerbohm, Siete hombres. Alfaguara.

Victor Serge, El caso Tuláyev. Alfaguara.

Geoffrey Household, Animal acorralado. Alfaguara.

10/8/09

Una traducción.

© National Portrait Gallery, London.

Siete años tomó a Edward Gibbon completar el primer tomo de su monumental obra: Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano. Cincuenta y cinco años pasaron antes de que en España esta obra fuera borrada del inquisitivo Índice (Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum). Salvada del fuego, las rebeldes manos del editor Antonio Bergnes de las Casas la llevaron hasta la imprenta, y en 1842 aparece por primera vez para el público hispano la Historia. El olvidado hombre que tradujo los seis inagotables tomos tenía por nombre José Mor de Fuentes. Hasta nuestros días ningún otro traductor, salvo la versión parcial de Carmen Francí para editorial Alba, ha intentado ésta colosal tarea.

Notamos que el lector común se sumerge, o es sumergido deliberadamente, en el hechizo de pensar que el traductor no existe; piensa que, por ejemplo, detrás de una traducción contemporánea de El Retrato de Dorian Gray no hay otro hombre, discreto y distinto, del autor que la confeccionó. Con el tiempo, ésta ilusión se desvanece, se hace más débil, porque la cultura, las costumbres, las palabras acentúan las diferencias que hay entre el traductor del siglo XIX y el lector del siglo XXI. Las traducciones, dice Carmen Francí, no caducan, simplemente, se hacen visibles; así, a quien molesten las pomposas traducciones de la Ilíada, puede fácilmente, buscar la más familiar versión de Baricco, Homero, Ilíada. El tiempo, repito, es quien suprime el grato engaño y nos revela que el libro es una traducción.

Y es en este punto donde sobresale la decimonónica versión de José Mor de Fuentes. Una traducción de Gibbon que, pasados 167 años, sabe más a Gibbon que a una traducción.

Acaso uno de los mejores elogios que he escuchado sobre la tarea de traducir, “la más abnegada y menos vanidosa de las tareas literarias” (podría agregarse también que es la más olvidada y sin duda mejor desconocida), me lo insinuó hace poco un buen amigo: Sólo notamos las malas traducciones; con las buenas, sentimos que estamos leyendo al autor. Con Mor de Fuentes, sentimos que leemos a Gibbon.

7/8/09

En Vitrina: El Cuarteto de Alejandría.





Lawrence Durrell: Justine, Balthazar, Mountolive & Clea, DeBolsillo


2/8/09

El cuarteto de Alejandría

No podía creerlo cuando me llamó uno de los dependientes y me contó que habían llegado, por fin, después de tantos años, los tan anhelados libros que había puesto en el cuaderno de regalos de la Librería.
"Todos juntos", dijo. Llegó (no sé muy bien cómo usar el plural aquí) El Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell.

Estos son sus datos básicos: es una tetralogía de novelas del escritor británico Lawrence Durrell, que se publicaron entre 1957 y 1960. Tuvieron éxito, tanto de la crítica como del público. Presentan cuatro perspectivas diferentes de un mismo conjunto de personajes y acontecimientos que tienen lugar en Alejandría, Egipto, antes y durante la II Guerra Mundial.
Las cuatro novelas son:
Justine (1957)
Balthazar (1958)
Mountolive (1958)
Clea (1960)

Ya sé que a mis compañeritos no les gusta que uno se ponga sentimental, pero esta novela de verdad marcó no sólo el tipo de literatura que yo quería hacer, sino que me mostró aquello de lo que yo quería hablar de ese momento en adelante. Eso fue como por allá en 1997. De todas formas trataré de ser frío en medio de las muchas emociones que se me escapan , entre ellas el recuerdo de Eliana, que me prestó los cuatro tomos, que había recibido como regalo de un profesor suyo de Derecho que además de eso después resultó ser asiduo cliente de la Librería y además buen amigo.
En este caso habrá que hablar de la forma y el fondo (como dicen por ahí) porque ambos son fundamentales para el autor.

La forma: Como estaba de boga aquello de la física cuántica, Durrell se puso a hacer una tetralogía que mostrara el espacio y el tiempo. Así que los tres primeros libros nos narran el espacio en sus tres dimensiones, a través de tres personajes muy diferentes que vendrían a representar lo alto, lo ancho y lo profundo. De esta manera Justine, Balthazar y Mountolive constituyen una misma historia vista desde diferentes puntos de vista. Es el cuarto libro, Clea, el que representará el tiempo y por fin todo se moverá para dejarnos ver qué ocurre en una historia que podría leerse igual como un poema épico que como una novela del siglo XIX, a pesar de la intención del autor de construir una dramática obra de vanguardia del siglo XX.
El fondo: Durrell quería, y creo que lo logra, hacer una historia donde los protagonistas no fueran humanos sino el amor moderno y la ciudad. Los personajes, nos damos cuenta, no son más que esclavos, fanáticos, seguidores, o simples víctimas de uno de estos dos temas. Así el autor nos pone ante una auténtica obra de arte que de alguna forma representa la nueva tragedia y también la nueva comedia humana en un plan que no se veía, tal vez, desde Dante.
Me resulta muy difícil poder plasmar en estas toscas palabras el poder evocador y mágico de este libro, de ahí que sólo les pueda recomendar que lo lean, que se dejen llevar por su encanto, que vean la ciudad como la vio Durrell, como quisiera verla yo: desnuda, seductora, peligrosa, más como una hija caprichosa, problemática y desheredada que como una amante. Y el amor como es hoy (como es siempre en una espiral que vuelve siempre al mismo punto pero en otra parte): un híbrido corrosivo y necesario para poder quitar el óxido de la monotonía que propone la vida actual, pero tan peligroso que habría que venderlo en bajas dosis, que falsamente nos hagan creer que es mortal una vez y otra vez y otra.

En Vitrina (Tres Ficcionarios):





Jorge-Luis Borges & Margarita Guerrero: Manual de Zoología Fantástica, FDCE.

Plinio el Viejo: Historia Natural, Cátedra.

Alberto Manguel & Gianni Guadalupi: Breve guía de lugares imaginarios, Alianza.