© National Portrait Gallery, London.
Siete años tomó a Edward Gibbon completar el primer tomo de su monumental obra: Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano. Cincuenta y cinco años pasaron antes de que en España esta obra fuera borrada del inquisitivo Índice (Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum). Salvada del fuego, las rebeldes manos del editor Antonio Bergnes de las Casas la llevaron hasta la imprenta, y en 1842 aparece por primera vez para el público hispano la Historia. El olvidado hombre que tradujo los seis inagotables tomos tenía por nombre José Mor de Fuentes. Hasta nuestros días ningún otro traductor, salvo la versión parcial de Carmen Francí para editorial Alba, ha intentado ésta colosal tarea.
Notamos que el lector común se sumerge, o es sumergido deliberadamente, en el hechizo de pensar que el traductor no existe; piensa que, por ejemplo, detrás de una traducción contemporánea de El Retrato de Dorian Gray no hay otro hombre, discreto y distinto, del autor que la confeccionó. Con el tiempo, ésta ilusión se desvanece, se hace más débil, porque la cultura, las costumbres, las palabras acentúan las diferencias que hay entre el traductor del siglo XIX y el lector del siglo XXI. Las traducciones, dice Carmen Francí, no caducan, simplemente, se hacen visibles; así, a quien molesten las pomposas traducciones de la Ilíada, puede fácilmente, buscar la más familiar versión de Baricco, Homero, Ilíada. El tiempo, repito, es quien suprime el grato engaño y nos revela que el libro es una traducción.
Y es en este punto donde sobresale la decimonónica versión de José Mor de Fuentes. Una traducción de Gibbon que, pasados 167 años, sabe más a Gibbon que a una traducción.
Acaso uno de los mejores elogios que he escuchado sobre la tarea de traducir, “la más abnegada y menos vanidosa de las tareas literarias” (podría agregarse también que es la más olvidada y sin duda mejor desconocida), me lo insinuó hace poco un buen amigo: Sólo notamos las malas traducciones; con las buenas, sentimos que estamos leyendo al autor. Con Mor de Fuentes, sentimos que leemos a Gibbon.
2 comentarios:
Cuando Bioy le dijo que iba a presentarle una admiradora nada atractiva, Borges respondió:
"Sin duda mejor desconocida".
Buscando información sobre la traductora de Yourcenar, Emma Calatayud, encuentro esta frase:
"La traducción es, a lo mejor, un eco".
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