31/3/11

Borges en Colombia

Jorge Luis Borges viajó al menos en dos ocasiones a Colombia: en 1963 y en 1978. Queremos compartir la entrevista que el director de la emisora cultural H.J.C.K, el señor Álvaro Castaño Castillo, le hizo el 14 de diciembre de 1963, y un fragmento de la entrevista que la señora Gloria Valencia le hizo en 1978, seguramente en noviembre de ese año:







El libro Borges memoria de un gesto es otro registro de las visitas de Borges; si conocen alguno más, por favor.


25/3/11

Radetzkymarsch

Unheimliche Heimat, “Pútrida patria”, es el título que escogió W. G. Sebald para uno de sus libros de ensayos. Unheimlich, en el diccionario que consulto significa también “siniestra”, “tétrica”, incluso “inquietante”. Todo esto para Sebald es lo que ha sido Austria –eje del libro-, desde el imperio austrohúngaro hasta hoy: algo descompuesto, un territorio funesto que no es posible unificar bajo esa palabra: patria. El tercer ensayo de Pútrida patria está dedicado a Joseph Roth, el escritor judío para el que la caída de la monarquía católica de los Habsburgo supuso la aniquilación de su idea del hogar. Porque precisamente, como dice el conde Franz Xaver Morstin, el protagonista del cuento de Roth “El busto del Emperador”, después de la gran guerra, “esa que llaman Guerra Mundial” lo que antes era una casa con las puertas y las ventanas abiertas, dispuesta a recibir todo tipo de pueblos y razas, el imperio, ahora, con los así llamados nacionalismos, se convertía en un montón de cuartos separados, donde no se puede entrar y se siente uno asfixiado, naciones. Y aunque hoy ese propósito que Roth buscó cumplir durante sus últimos años, la restauración de la monarquía y sus súbditos, le parecerá a muchos ingenuo, fue él el que en 1927 ya hablaba de “campos de concentración” y el que pronosticaba –cuenta Géza von Cziffra en El santo bebedor- una especie de gran explosión que iba a cambiarlo todo: “Los dos [von Cziffra y Stefan Zweig] me darán la razón por tener una visión sombría del futuro. No pienso sólo en el futuro de Alemania, sino en el de todo el mundo. Culpable de ello es el alejamiento de Dios. Los hombres han sido infieles al Dios bueno, viejo, barbudo y han creado un nuevo dios que se llama progreso. Creen fanáticamente en la técnica, en la mecanización creciente. Ese nuevo dios, como un Moloch, nos destruirá un día. Los nuevos descubrimientos científicos parecen al principio servir al hombre, pero llegará un momento en que se convertirán en su perdición. Piensen, por ejemplo, en la dinamita de Nobel. Al principio fue una bendición, después trajo la muerte”. (p 74) Ese era Joseph Roth, Joseph el Rojo, el autor de una de las mejores novelas jamás escritas, La marcha Radetzky.


Durante la batalla de Sarajevo, luego de que un soldado campesino arriesgara su vida por salvar a un compañero, que resultó siendo nada más y nada menos que su “majestad apostólica real e imperial” Francisco José I, éste, el soldado Joseph Trotta, nacido en la humilde Eslovenia, es nombrado noble y capitán del ejército, no sin antes recibir la Orden de María Teresa, el máximo honor en la milicia. Así comienza el noble linaje de los Trotta; con el honor y la custodia de un imperio. El capitán tiene un hijo, y éste a su vez el suyo. La marcha Radetzky es la historia de cómo este último descendiente y el imperio desaparecen. Antes, el retrato del emperador colgaba orgulloso en las casas y en los negocios; ahora cuelga bajo las luces de los burdeles y en el corredor de atrás de las tabernas. Antes, la idea de conservar el orden invitaba a los jóvenes a preparar la guerra; ahora la idea del progreso y de “la humanidad” hacen temerla y evitarla a toda costa. Antes, si uno se enfermaba, lo consecuente era esperar con resignación la muerte; ahora los hombres dicen sufrir por el amor de una mujer casada y beben para olvidar la pena. Antes, existía un gran imperio; ahora no queda nada.

¿Qué es la patria, ahora, entonces? ¿Qué puede levantar el ánimo de los pueblos y unificarlos de nuevo bajo el mando majestuoso de los Habsburgo? Encontrar estas respuestas aniquiló a Roth, el judío que se creía cristiano. Lo llevó a planear conspiraciones ridículas, a dedicar demasiado tiempo al intento por desarrollarlas. Se entregó a Dios, que, no sabiendo si Roth era judío, católico o simplemente una mezcla lamentable de los dos, lo consoló con el olvido que presta por un rato el alcohol:

"«¿Por qué es santo el bebedor?», le pregunté. «Por los mismos motivos que yo -me contestó con expresión seria-. Porque el buen Dios le concedió la misma gracia que a mí. Presta a mi bebedor, un vagabundo, doscientos francos, que él tendría que devolver a santa Teresa de Lisieux, por medio del sacerdote de la capilla de Santa María de Batignolles. Naturalmente, el vagabundo se bebió la donación, pero el buen Dios siguió haciéndole llegar dinero por caminos diferentes, como ha alimentado siempre mi talento poético cuando la llama interior amenazaba con extinguirse»." El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, p 16.

...

¿Cómo se despidió Joseph Roth? Hoy, la Marcha de Radetzky suena en Austria para despedir el año viejo y recibir el que empieza. Por su parte el conde Morstin decide, años después del final de la Gran Guerra, es decir, años después del fin del imperio austrohúngaro, enterrar el busto del emperador Francisco José en el cementerio de su pueblo; declarar así con el doble entierro del gobernante el fin de una era, aceptar, de una buena vez, la pútrida patria. Roth se despidió con un libro, uno que está al lado de la Perorata del apestado, de Austerlitz y de Trastorno: La marcha Radetzky, ese adiós a un mundo que podía funcionar con las puertas y las ventanas abiertas.

La gran mayoría de la obra de Roth está traducida al español: “El busto del Emperador”, apareció en 2008 en Acantilado, con traducción de Isabel García Adánez; La marcha Radetzky se reeditó en 2008, en Edhasa, con la traducción de Arturo Quintana. Lo de von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, lo editó también Acantilado, con traducción de Nieves Trabanco.

18/3/11

Tres libros que nunca llegaron a la vitrina:



Joseph Roth: La noche mil dos, Anagrama.

Pierre Michon: Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, Alfabia.

Michel Tournier: El vuelo del vampiro, Fondo de Cultura Económica.

16/3/11

Cianuro azucarado


Estoy leyendo un nuevo libro que descargué en mi Kindle y me doy cuenta que una parte está subrayada. Seguro es un error, pienso. Es un libro nuevo. No sé usted, pero yo siempre he odiado las partes subrayadas en los libros usados; arruinan mi placer secreto.

El que alguien ofrezca la idea de lo que es importante, alguna tontería, generalmente, es lo que hace que siempre prefiera comprar libros nuevos, y así pueda marcar mis propias tonterías. El hecho es que, tontas o no, todo transcurría entre mi libro nuevo y yo.

Esta cosa en mi Kindle se supone que es nueva. Luego descubrí que el horror no se detiene con la inoportuna presencia del otro lector que deformó mi libro nuevo: se hace más profundo con algo llamado “ver subrayados más populares”, que le dice a uno cuántos tontos han subrayado antes, y así, no sólo uno ya no es dueño del libro por el que pagó, sino que la experiencia completa de leer es destrozada por la presencia de un tumulto de personas que se agita dentro del texto como desconocidos en una estación del tren.

Ahora entonces, se puede agregar a la tranquilidad que supone descargar un libro electrónico, el final de la ilusión que es el libro propio. El fin de la relación privilegiada entre uno mismo y su libro. Y la certeza de que te han dado en la cabeza. No solamente ya no se puede tener el libro electrónico para uno, sino que éste es compartido en Amazon, que a su vez comparte contigo lo que sabe de tus lecturas y las lecturas de los otros. Y te informa que tú eres lo que subrayas, lo que es sólo un número en una masa de vistas populares.

El conformismo madura en la más privada y pacífica de las actividades: leer un libro, uno de los últimos placeres solitarios en un mundo lleno de indicaciones que seguir. Mi Kindle, cianuro azucarado.

Andrei Codrescu, en la National Public Radio el pasado 7 de marzo. Encontrado en: http://www.lapetiteclaudine.com/

12/3/11

Regalar libros (II)




John Banville


El libro más fascinante y el más bellamente editado que he encontrado en muchos años me lo regaló un amigo la navidad pasada. Microscripts (Microgramas) de Robert Walser, traducido del alemán por Susan Bernofsky (New Directions/Christine Burgin), es algo único; una transcripción de las historias minúsculas de Walser, que escribió con una caligrafía obsesivamente pequeña, con letras de no más un milímetro de altura para que así toda una historia pudiera caber en la parte de atrás de una caja de fósforos. La labor de descifrar la escritura llevada a cabo por Werner Morlang y Bernhard Echte fue un triunfo de tenacidad erudita, y esta edición, diseñada por Christine Burgin, es un triunfo del arte de editar libros.




A.S. Byatt


Me gusta en particular regalarle libros a mi nieta, que va a estudiar Inglés en la universidad el próximo año. Cosas como las Poesías completas de Emily Dickinson, o los Poemas de Wallace Stevens, o las Cartas de Keats. O The Thing in the Gap-Stone Stile (Faber) de Alice Oswald. Recuerdo haber empezado mi propia biblioteca de poesía a su edad, y todavía tengo esos libros. También le mando cosas como la antología de Angela Carter Wayward Girls and Wicked Women (Virago), historias cortas e irónicas para leer en medio de los últimos años del bachillerato.


Eric Hobsbawm


Una vez, hace mucho tiempo, me regalaron, recién publicado, como regalo de cumpleaños, Look, Stranger! de W. H. Auden. Ése es el regalo que recuerdo con más claridad.

8/3/11

Regalar libros

Con ocasión de una masiva donación de libros en el Reino Unido, el periódico inglés The Guardian le preguntó a algunos escritores qué libros disfrutan regalar y qué libros han agradecido recibir. Los autores que respondieron a la encuesta superan la veintena. He decidido traducir las respuestas de cuatro de ellos, por hoy. Aquí las tienen:




El libro que más regalo es Pereira Mantains (Sostiene Pereira) del escritor italiano Antonio Tabucchi, traducido por Patrick Creagh (Canongate). Es una novela sorprendente: un thriller político, una historia conmovedora, deliciosamente densa y formalmente intrigante. La regalo porque su lectura es placentera, y por ser, entre los libros que aprecio, el que la gente menos conoce. (También es uno de los libros que más me ha gustado recibir, en San Francisco, hace diez años, por las mismas razones.)




Desde que fue publicada, hace 19 años, la novela de Eugene McCabe Death and Nightingales (Vintage) es el libro que regalo más a menudo. Esto por mi experiencia personal al leerla: las escenas y las oraciones, un completo deleite; además hay una revelación, una sacudida súbita, tan pronto como la inmensidad de lo que realmente está siendo planeado se vuelve claro, a un tiempo, para la heroína y el lector. Es un regalo estupendo porque una vez que uno lo ha leído, se vuelve adicto a comentarlo, a describir la conmoción que le produjo con una dosis de maldad y oscuridad y pura malevolencia, pero también inocencia, cercana a la que sus páginas describen.



La puerta de Magda Szabó, traducido por Len Rix (Vintage), es un doloroso y bello relato sobre el inusual vínculo entre dos mujeres: una escritora casada (anónima) y su empleada doméstica, Emerece, quienes están separadas por clase, edad, experiencia y educación. La historia se desarrolla en medio de un pas de deux emocional y moralmente complejo, que nos mantiene hechizados hasta el final.

Pueden leer la novela una y otra y otra vez sin entender del todo cómo funciona, pero la atmósfera psicológica que ésta conjura es inolvidable. Confirma que la húngara Szabó es una de las grandes voces de la literatura europea del siglo XX. Szabó murió en el 2007, a los 90 años, con un libro en el regazo.




En términos generales prefiero regalar un bono y dejar que la gente elija, pero el libro que la mayoría de las veces regalo es Pale Fire (Pálido fuego) de Vladimir Nabokov (Penguin Modern Classics). Es una novela única, que toma la forma de cientos de páginas de notas al pie hasta la de un poema épico de 999 versos pareados. Es muy divertida, y también muy brillante. Nadie más pudo haberla escrito ni puede pretender escribir algo semejante. Así que la regalo, supongo, como una suerte de examen y en señal de respeto, es decir: «Espero que aprecies este extraordinario libro», y también: «Pienso que eres el tipo de persona culta que tiene el suficiente sentido del humor para hacerlo».

1/3/11

Cuartos de escritores: Beryl Bainbridge

Fotografía: Eamonn McCabe

Uno de los nietos dejó la pistola es un juguete en mi escritorio. Durante la guerra no habían juguetes para niños, y como siempre se veía a los soldados ir y venir por la carretera, construí un rifle con un pedazo de madera y una banda elástica amarrada a una punta, con un pedazo de corcho amarrado a la otra. De él vengo. Hoy día, mis nietos no pueden tener pistolas en la casa, pero sí cuando vienen a visitarme. Tengo quince pistolas de juguete y todas son de metal; pienso que son hermosas pero no es posible sacarlas a cualquier parte.

Conseguí la máquina de escribir en 1958 con un chino. Como ya no se puede mandar a arreglar tengo que ser muy cuidadosa con ella. Allí escribo los primeros borradores. Esto te da más tiempo, pues al ser la máquina tan vieja tienes que golpearla; un computador simplemente acelera. Luego los paso al computador para poder corregir. Después van a dar con alguien que hace este trabajo apropiadamente pues yo no puedo teclear bien.

El perro es un cachorro creo que se llama Walter –uno de mis nietos se lo ganó como premio en el colegio. Como es tan joven, a veces se sienta conmigo un rato mientras trabajo. No llega a distraerme tengo un búfalo de tamaño real en el corredor y no me doy cuenta de él. Los querubines los vendían en las tiendas de Oxfam en la calle principal de Camden: en ningún sentido son valiosos, simplemente son bonitos.

Los libros están ahí porque no hay otro lugar para ponerlos no puedo recordar a dónde deben volver, entonces simplemente se quedan en la mesa.

El cenicero es el recuerdo de unos tiempos más felices… Pensé en dejar algunas colillas en él, pero luego los niños se enfadarían conmigo.

Mi nieto Bertie construyó el Titanic para mí cuando apenas tenía doce años. Me lo dio de cumpleaños cuando estaba escribiendo Every Man for Himself. Nunca lo he sacado de la urna, es tan hermoso.

Encima del candelabro del piano está el modelo de un soldado acostado y disparando desde las almenas, con una bandera que hizo uno de mis nietos.

No me importa trabajar un poco atiborrada de cosas. Es tu cabeza la que tiene que estar despejada.


Beryl Bainbridge nació en Liverpool en 1932 o en 1934. Murió hace menos de un año, el 2 de julio. Empezó a escribir novelas apenas supo que no tenía nada más para hacer; un fallido intento de suicidio señala que, efectivamente, escribir fue su última opción. Sus primeros libros están basados en experiencias personales, en recuerdos familiares. El día que sintió que todo su pasado ya estaba escrito, y que no había nada más para contar, decidió escribir novelas históricas. Escribió sobre el hundimiento del Titanic, sobre la guerra de Crimea, sobre los últimos días de Samuel Johnson. Apenas terminaba un libro pintaba un cuadro sobre el protagonista de la historia. Poco antes de morir un nieto le preguntó si no creía que ese año iba a ser divertido, Bainbridge le respondió: oh, no tengo tiempo, tengo que escribir un maldito libro. Varias editoriales han publicado en español a Bainbridge: ninguna con el juicio suficiente. La española Ático de los libros publicó en 2010 El baile de los infieles. Prometen más.