26/9/09

Historia de otro olvido

I
Trabajamos en una librería que además de libros, trae buenas historias. Podríamos hacer una lista: el motivo que nos hizo llegar, el primer libro que leímos allí,  el que reservamos y jamás llegó a la vitrina… y así hasta las anécdotas más simples y ridículas. No todas, naturalmente: una buena tarde,  un asidué nos contó la historia que cuenta Milan Kundera al inicio de El libro de la risa y el olvido: la historia de cómo Vladimir Clementis –ex ministro del recién instaurado régimen comunista en Checoslovaquia- es borrado a propósito (después de ser acusado y juzgado por “burgués” en 1952) de una fotografía tomada el 21 de febrero de 1948, en la que aparece al lado del Presidente Klement Gottwald dirigiéndose al pueblo bohemio (¡Más curioso aún, ver que también el fotógrafo –que parece se llamaba Karel Hájek- no es ni siquiera escondido, como pasa con Clementis, sino difuminado totalmente!).

Ejemplos como éste durante los gobiernos comunistas centroeuropeos no faltaron, y así como Clementis se convierte en nadie por medio de unos cuantos manejos de la luz y la propaganda, no muy lejos, pero ya varias décadas después, en Hungría, a finales de los años ochenta, un señor pregunta en una librería de Budapest por los libros de Sándor Márai: el confiado dependiente le responde: “No hay ningún escritor que se llame Sándor Márai”.
Porque Márai (1900) hacía muchísimos años (1948)  había abandonado su país para siempre y los gobiernos prohibido su obra; desde entonces, acompañado de su esposa Lola –de origen judío, por tanto una razón más para escapar-, un inevitable y triste exilio los llevó por países como Suiza e Italia, hasta finalmente terminar en San Diego, Estados Unidos, donde con un revolver se dispararía el 22 de febrero, el año: 1989.


Última anotación del Diario de Márai: "Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora."

¿Quién fuera de Hungría lee en húngaro? No deben ser muchos: Márai, a diferencia de Kundera y algunos otros, jamás cambió su lengua de escritura; después de abandonar su país, sus libros fueron editados en Canadá, pero, insisto, más allá de otros expatriados el público debió ser muy reducido: Kundera con el francés, alcanzó reconocimiento y lectores; Nabokov, Brodsky, destinos y gratitudes desde la lengua inglesa; Márai (¿Márai?), un cruel olvido y apenas una resurrección en la última década del siglo XX.

Sin embargo, este renacer de sus libros ha traído también molestos comentarios críticos, digámoslo con esto: el “show Márai” desencadenó un desmedido entusiasmo, se le comparó inmediatamente con Proust y Joyce y el “canon” europeo, se dijo que era un escritor snob, de costurero, yo no sé cuántos más epítetos igual o aún más complicados. Lo único importante para mí son esas gratas horas de lectura, esos monólogos que son diálogos y que están impecablemente estructurados: 

“-¿Qué queda en nuestros corazones? –pregunta el invitado.

- La otra pregunta –responde el general, sin soltar el picaporte-. Y la otra pregunta se reduce a saber qué ganamos nosotros con toda nuestra inteligencia, con toda nuestra vanidad y con toda nuestra superioridad. […] Pero en el fondo, quizás el último significado de nuestra vida haya sido esto: el lazo que nos mantuvo unidos a alguien, el lazo o la pasión, llámalo como quieras. ¿Es ésta la pregunta? Sí, ésta es. Quizás que me dijeras –continúa, tan bajo como si temiera que alguien estuviera a sus espaldas, escuchando sus palabras- qué piensas de eso. ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? ¿Qué así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión? […] Respóndeme, si sabes responder –dice elevando la voz, casi exigiendo.

-¿Por qué me lo preguntas? –dice el otro con calma-. Sabes que es así.”

II

Contemos más: La primera aparición de Márai a los lectores en español no fue en 1999 –fecha en la que la editorial Salamandra estrena a Márai en su catálogo con El último encuentro: F. Oliver Brachfeld –hispanista, traductor de otros escritores húngaros y autor de algunos trabajos psicológicos- ya había traducido este mismo libro como A la luz de los candelabros (originalmente publicado en 1942), para Ediciones Destino, en 1946. (Encontré algún otro dato que afirma la traducción de Los rebeldes para los años 30, pero lamentablemente no he podido confirmar esta información.) Juan Forn escribió en 2002 un excelente artículo que recién ahora, cinco párrafos después, descubro, y en donde corrijo algo que iba a poner justo después de mencionar a Brachfeld: que su prólogo de A la luz… era inconseguible. Pero no, Forn lo cita y entre otros datos hay uno muy curioso: lleno de esperanza, Brachfeld desmiente los rumores que dicen que Márai ha muerto en un campo de concentración. (Otras novelas de Márai fueron publicadas a mitad de siglo, Los celosos (Janés, 1949), Música en Florencia (Destino, 1951) y La verdadera (Nausica, 1951); después, un silencio de más de cuarenta años) 
Pero hay un dato del texto de Forn que no me convence del todo: darle todo el crédito del redescubrimiento de Márai al editor Roberto Calasso. ¿Por qué? Sólo puedo aventurar una respuesta, aclaro, cien por ciento hipotética: a) Calasso leyó a Márai en traducciones francesas. Forn dice que a comienzos de los 90, otras fuentes dicen que el encuentro fue a mediados de esta década –y me inclino más por esta segunda opción. B) Márai, primero que en cualquier otra parte, fue reeditado en Hungría, una vez reemplazada la represión comunista, como una mínima reivindicación de su nación. C) Y es en 1992 (el primer libro editado por Adelphi es de 1998), que la editorial francesa Albin Michel edita Los rebeldes en la colección Grandes traducciones. Aquí la clave: Márai se redescubre primero por quien en Albin Michel haya recomendado publicarlo –seguramente impulsado por el éxito visto en la renovada Hungría postsoviética-; ese alguien, encuentro, es una mujer: se llama Ibolya Virág: una editora francesa de origen húngaro que a partir de 1982 comienza una colección de literatura centroeuropea y que ha dedicado su oficio a rescatar autores de esa región “secuestrada” de Europa. Antes de la primera edición en italiano de El último encuentro (1998), Albin Michel ya había publicado al menos otras tres novelas de Márai y por esto creo que es en estos años de trabajo de la “Señora Hungría” (como se conoce a Virág) que Calasso lee por primera vez a Sándor Márai.

Márai, 1940

Después la historia es más clara: Calasso habla entre otros con Sigrid Kraus (Salamandra, Esp), Carol Janeway (Viking, Ingl); Márai es un éxito editorial absoluto y aquí estamos. Algunos dirán que toda esta aclaración es una pérdida de tiempo: los libros existen y es lo único realmente importante. Tendrán razón, poco me importa: 

“Quizás lo estoy contando con demasiados detalles –dice para disculparse-. Pero no se puede hacer de otra manera: sólo a través de los detalles podemos comprender lo esencial, así lo he experimentado yo, en los libros y en la vida. Es precioso conocer todos los detalles, porque nunca sabemos cuál puede ser importante, ni cuándo una palabra puede esclarecer un hecho.”

 Ibolya Virág. Al lado: Roberto Calasso.

17/9/09

En Vitrina:





Vidas para leerlas: Guillermo Cabrera Infante. Alfaguara.

Todo está hecho con espejos: Guillermo Cabrera Infante. Alfaguara.

Puro Humo: Guillermo Cabrera Infante. Alfaguara.

14/9/09

Una canción que nadie escuchó

Es un mal libro, o un libro malo. No cabe duda. Pero es mejor ir al principio, tratar de explicar los porqué, que generalmente no tienen explicación. El título: Siempre hay una canción que nadie escucho. Así, sin tilde en la última "o", en la carátula.
El subtítulo, que ya se plantea aprovechado para un libro que se publica en marzo de 1999: 21 hombres al fondo de un milenio.
Angel Beccassino (en el lomo del libro aparece su nombre, también sin tilde) es el autor. Un periodista, fotógrafo y publicista bastante mediocre, que no merecería que ni estos hombres ni nadie le dieran una entrevista. ¿Por qué? más adelante se puede observar de qué va el asunto.
Al abrirlo el lector se encuentra con que es un libro de lo que Beccassino llama conversaciones. Algunos de los nombres: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Alejandro Obregón, Daniel Santos, Ernesto Sabato, Quino, José Luis Cuevas, Otto de Greiff.
El libro está escrito parejo: mal editado (o sin edición), con errores ortográficos, y con los personajes hablando tal cual. Es como si los hubiera grabado y después transcrito sin tener en cuenta que el entrevistado, sin importar quién sea, se equivoca al hablar y necesita, siempre, algo de piedad de quien pregunta y lleva al papel.
Tal vez lo más imperdonable sea el trato. Es casi insoportable leer preguntas como estas: "Usted, Borges, ha trabajado permanentemente sobre la idea del círculo, de ese laberinto que es el círculo..." Es casi irrespetuoso, ese usted, ese Borges a secas, esa afirmación en vez de pregunta, esos puntos suspensivos al final, como si Borges con su respuesta lo interrumpiera en medio de una importante disquisición.
El libro cumple 10 años de publicado y no ha vuelto a ser editado (al menos eso dice google libros).
Sin embargo, hay algo sobre él que no está mal del todo. Detalles que permiten reflexionar, respuestas con sabor tan real que uno siente escuchar, de verdad, al personaje.
Hay algo que incita al orgullo: ese saber que esas palabras, de esos hombres, sólo están en ese volumen, que hay pocos, que son como un secreto que se guarda en la biblioteca, de hombres cuyas vidas son todas más que públicas.

Algunas citas (sin cambiar nada del original):

Con Borges:
A.B.: ¿Qué importancia tuvo el dinero en su vida?
J.L.B.: Y todos los días pasaba por la esquina de San Juan y Boedo, y cada semana compraba un décimo de lotería, y al cabo de nueve años me obligaron a renunciar, cuando subio Perón, porque me nombraron inspector de aves de corral y huevos. Para que yo renunciara, claro, porque ¿qué se yo de aves de corral o de huevos, bueno, y esa misma semana, que no lo compré, salió con la grande el número.

A.B.:¿Usted ha leído mucho?
No, no, yo he ojeado libros. No creo haber leído ningún libro del principio hasta el fin, o muy pocos, Schopenhauer, alguna novela de Conrad, Chesterton, pero en general no. Si yo recuperara la vista, yo me quedaría en esta casa, hojeando enciclopedias, la mejor lectura que puede tener un hombre ocioso y curioso como yo... No, yo no he leído mucho.


Con Rulfo:
A.B.: Como que se la va ablandando a la muerte.
J.R.: En el fondo, en el fondo se tiene miedo de la muerte, pero se convive con la muerte.

A.B.: ¿Y la vida?
J.R.: La vida es maravillosa. Lo que pasa es que nosotros la hacemos pedazos. Nosotros destruimos la vida... ese es el cáncer humano, yo creo ya. Fíjese, por ejemplo, que durante mucho tiempo el hombre tuvo un matrimonio feliz con la naturaleza. Pero hubo un momento en que, sin saberlo bien, algo entró en conflicto con ese gusto que antes tenía el hombre por la naturaleza. Por ejemplo, la montaña. La montaña es impresionante, el subir a una montaña y el sentirse allá solo, en aquellas alturas, donde solamente está usted y la naturaleza. Como otros dirían, están usted y Dios solamente... Pero es el hombre el que destruye la vida. Cada uno tiene su destino... En realidad, el destino lo va fraguando uno mismo. Fíjese que hay cosas que uno sabe que le hacen daño y las sigue haciendo, y ni siquiera lo hace porque le gusta.


Con Obregón:
A.B.: Pero hablemos de vos.
A.O.: ¿De mi? Soy muy torpe.

A.B.: ¿Sos muy torpe?
A.O.: Soy muy torpe. Para hablar de mi, en todo caso. Tal vez... es que me educaron en Inglaterra desde los nueve años, hasta los catorce, y es una ética totalmente distinta al trópico. Es una ética con rigor, donde te enseñan a no hablar de tí mismo. A no decir ni mio, ni yo hice... aquí nosotros empezamos una frase "a mi me pasó esto", o "yo pienso esto". En Inglaterra le dan la curva a eso... tengo ese reflejo muy fuerte. Una ética a esa edad marca fuertísimo.

A.B.: Pero vos también tenés otra cosa, que es algo como muy exhibicionista
A.O.: Si, pero en la pintura.

A.B.: Y en vos también.
A.O.: Cuando estoy muy borracho. Cuando estoy muy borracho me vuelvo otra cosa... Soy géminis, así que no me cuesta mucho trabajo. (risa) Salgo de uno, paso al otro...


Con Sábato:
A.B.: ¿Y sus viejos contactos con el surrealismo?
E.S.: Eso fue en París... porque era el mundo opuesto al de la ciencia y la razón. Entonces me hice amigo de Oscar Domínguez y conocí a Bretón, Tristan Tzara y a otros. Yo estaba trabajando, en secreto, en una novela que se iba a titular "La Fuente Muda", por un verso de Antonio Machado. Pero nunca la publiqué, excepto un fragmento que salió en la revista Sur, por el año 1960, o algo así.

A.B.: ¿Por qué no la publicó?
E.S.: Siempre fuí autodestructivo, y las tres novelas que publiqué, son las únicas que se salvaron de la quemazón.

A.B.: ¿Por qué quemarlas?
E.S.: No lo sé. Siempre me fascinó el fuego. Tiene algo de purificador.

10/9/09

En Vitrina: (Tres encuentros)



Habla Walt Whitman (Selección, traducción y presentación de Rafael Cadenas) - Pre-textos.

Diálogos Borges Sabato (Compaginados por Orlando Barone) - Emecé.

Thomas Bernhard. Un encuentro. (Conversaciones con Krista Fleischmann) - Tusquets.

6/9/09

Paseos con Bufalino

(Escribo textos como éste por una sencilla razón: mi memoria no es envidiable, falla y olvida con pasmosa facilidad. Por eso escribo hoy: para no olvidar la coincidencia mortal que es el catorce de junio, para anotar unos datos que me gustaría mirar en unos años, para confirmar este u otro detalle, para jugar con ellos y soñar que puedo recordarlos.)

Giovanni Iemulo veía pasar todas las tardes a Gesualdo Bufalino, ese profesor que todos conocían y que parecía ahora era un escritor famoso. Lo veía dirigirse al centro cultural Casmeneo, sobre la avenida Vittorio Emanuele, con la sombra de la tarde que en Comiso tiende a desaparecer entre el polvo del sur. Giovanni Iemulo era para esos días el encargado de la biblioteca pública del pueblito siciliano, le interesaba la fotografía, y no ignoraba la inusitada popularidad de U prufissuri.


Bufalino en el patio del antiguo Mercado de Comiso, hoy sede de la Fundación que lleva su nombre. (Fotografía: Giovanni Iemulo.)

Un día de enero de 1988 el joven bibliotecario recibió una invitación de su amigo Salvatore Schembari: Bufalino había sido invitado a la inauguración del nuevo Museo Arqueológico Paolo Orsi, en Siracusa; y el escritor, que jamás tuvo licencia para manejar, pidió al inesperado amigo común Schembari que hiciera de conductor para él y su joven esposa: una incapacidad fue la razón para que Iemulo conociera a una persona que de ahí en adelante sería fundamental en su vida. Después de un viaje y una charla inolvidables, cuenta Iemulo que en la recepción del "Jolly Hotel" una figura alta y severa los esperaba: era Leonardo Sciacsia que venía a abrazar a su querido amigo.

(Fotografía: Giuseppe Leone)
...

A partir de entonces, Bufalino entraba unos cuantos minutos a la biblioteca y charlaba con el bibliotecario antes de seguir su camino habitual hacia el centro Casmeneo, donde jugaba a las cartas y comentaba los resultados del calcio (Se sabe que fue hincha de la Juventus y que terminaría alentando a la Roma: decisión por todo lado reprochable...).

He dicho que Bufalino fue -y es- fundamental en la vida de Iemulo. Más o menos esta es la historia:
En 1991, Giuseppe Digiacomo, amigo del escritor y asesor cultural de Comiso, convence a Bufalino de regalar tres mil libros de su biblioteca; lo lamentable -pero para nada sorpresivo- es que una vez entregados a la municipalidad, los libros pasaron a ser guardados en una pieza, sin ningún acceso al público. Sólo tres años después Bufalino se daría cuenta de la bajeza y, como noble venganza regala mil quinientos volúmenes más, pero esta vez encargando a su amigo Giovanni la organización de su patrimonio, naciendo así la Fundación Gesualdo Bufalino. Fue tal el cuidado y la atención del joven, que Bufalino comenzó a faltar a sus juegos de cartas y fútbol; se iba por las tardes a recorrer esa "segunda casa", miraba los libros y se entretenía recordándolos.
...

Una incapacidad para manejar una máquina hizo comenzar una amistad y así también la terminó:
El catorce de junio de 1996, a la altura del puente del Passo Scarparo, en la vía que comunica a Vittoria y Comiso, Giovanni Iacono se llevó por delante un diminuto Fiat Uno. El reloj apuntaba casi las cinco y treinta. El accidente, uno más entre los miles que ocurren por las carreteras del mundo, en nada diferente a la tragedia que puede reflejarse al frente de la propia casa, con uno mismo como fatal protagonista, lo recuerdo porque cobró la vida de Gesualdo Bufalino, que viajaba al lado de Carmelo Barone, su conductor de confianza. Fue llevado al Hospital Celle di Vittoria, donde después de cuatro horas su pulmón lleno de sombras hace arrepentir un diagnóstico alentador. Muere faltando pocos minutos para las nueve de la noche.

No considero esto un indigno testamento:
"Se escribe para hacer verosímil la realidad. No sé los demás, pero yo siempre me he sentido golpeado por la inverosimilitud de la vida, siempre me ha parecido que de un momento a otro cualquiera fuese a decirme: "Basta ya. Nada es verdad". Entonces pienso que hay que escribir con el propósito de llegar a creernos este imposible y conseguido golpe de dados; y que, si el universo es una metástasis desquiciada, debemos procurarnos un orden que nos engañe y nos salve".

Todavía hoy, Giovanni Iemulo es el bibliotecario de la Fundación Bufalino, "Gracias a él trabajo aquí, llevando adelante su memoria y su pensamiento. Fueron sus obras las que me llevaron a cambiar mi aprecio por la literatura, el valor de entregarse a las palabras, la importancia de los recuerdos y los sentimientos. Bufalino ha logrado describir el amor por los libros y la vida".




4/9/09

En Vitrina:


Diario. Katherine Mansfield. Lumen.

El Banquero Anarquista. Fernando Pessoa. Pre-Textos.

La Conciencia de Zeno. Italo Svevo. Debolsillo.