25/4/10

De crímenes y otras debilidades del adicto al libro

Y es sobre todo en las grandes librerías, que colocan diez ejemplares del mismo libro en fila, y los estantes parecen entonces repletos, variados. En la Librería no hacemos (no podemos hacer) eso; la lucha en cambio es porque todos los libros puedan ser acomodados, parecemos jugando estralandia, dicen. Es por eso que está la bodega, el lugar donde se guardan los otros veintinueve ejemplares de El símbolo perdido, los cuarenta y nueve de la saga Crepúsculo... además, se guardan las contadurías y quién sabe qué otra cantidad de recibos y facturas. Esta última parte, que queda al fondo y que nunca había revisado, la miré hace dos días, buscando unas facturas que me pidieron buscar. Los papeles no los encontré, sí en cambio una carpeta llena de recortes de suplementos literarios, periódicos, revistas, artículos de internet, etc... encontré este texto de Gesualdo Bufalino y Nuria Amat, en la revista (?) Senderos "Vol V Nov. 92 Nº24":

De crímenes y otras debilidades del adicto al libro:

Puede ocurrir, en ocasiones esporádicas, que el placer derivado de la obtención y posesión de libros degenere en obsesión, manía y hasta pasión llevada a las últimas consecuencias. La demencia de don Quijote, aquel consumado lector de novelas de caballerías que termina convirtiéndose en vivo personaje de las mismas , no es ahora el ejemplo más oportuno para ilustrar el grado de obsesión que sin movernos del terreno ficticio padecen seres apacibles y aislados convertidos de pronto en auténticos asesinos y peligrosos delincuentes. Eso sí: nunca criminales vulgares.

Tema recurrente y constantemente renovado en la historia de la literatura es la bibliomanía que sufren algunos personajes y que los conduce a la consecución de propósitos y realización de hechos en extremo espectaculares. Escasos aunque notorios arquetipos literarios cuya enfermedad (¿quién sabe si no sólo imaginaria?) consiguió hacer de seres bonachones e indefensos verdaderos criminales.

El modelo que sucesivamente ha dado origen a la recreación de estos insólitos personajes es en sí mismo de invención original. Se trata de la conocida leyenda del "librero asesino" de Barcelona que fuentes fidedignas datan de principios del siglo XIX. De nuevo, aquí, la imaginación supera a la realidad hasta el límite de trasladar la pasión homicida del protagonista de la leyenda a un acontecimiento sucedido en la vida real. La historia del librero asesino fue admitida como suceso efectivo y se publico como tal en el número 3465 de la Gazette (París, 1836) en la sección de Tribuneaux étrangers. El texto aparecía en la publicación francesa no como un hecho real y contemporáneo ocurrido en la ciudad de Barcelona entre julio de 1835 y octubre de 1836. De este suceso periodístico partió la leyenda que lleva el mismo nombre y que a su vez ha desencadenado una serie de versiones literarias. Entre ellas la más conocida es de autor anónimo aunque el bibliófilo Ramón Miquel y Planas la atribuye al escritor francés Charles Nodier, bibliotecario del Arsenal, que a la manera de los cuentos fantásticos de Hoffmann elaboró el relato tal y como se nos presenta hoy. Flaubert, habitual lector, como se sabe, de sucesos periodísticos, escribió por aquellas fechas el cuento titulado Bibliomanie, para la redacción del cual se basó en la historia que narra la leyenda. Por demás, detalles propios al personaje y argumento de ésta (el librero asesino, por ejemplo, era un ex fraile de un convento monástico) pueden servirnos de pista para aventurar influencias notorias de la leyenda en la famosa novela El nombre de la rosa de Umberto Eco. Podemos proseguir así nuestra investigación, considerando otras narraciones, también de publicación más o menos reciente.

Aunque terribles, no son sólo éstos los resultados posibles de una exacerbada bibliomanía. Elias Canetti, en su novela Auto de fe, vuelve a retomar el tema de acuerdo con otras perspectivas que lo enriquecen sobremanera. Ya no parte exclusivamente de la exagerada codicia que empuja a éstos al múltiple y variado homicidio con el premeditado objeto de salvaguardar o poseer una determinada biblioteca. La anécdota no es meramente una excusa para desarrollar una narración. El autor propone y consigue algo más ambicioso: el mantenimiento de la pasión bibliómana por sí misma, que desembocará en la más perfecta simbiosis del hombre-libro asumida por su protagonista. O más precisamente: metamorfosis, pues según Canetti: "Acababa de concluir el capítulo de Auto de fe que hoy se llama "La muerte" cuando cayó en mis manos La metamorfosis de Kafka. ¡No pudo ocurrirme nada más feliz en aquel momento!"

La bibliolatría del Dr. Kien, la desmedida pasión que siente hacia su biblioteca, se desarrolla en facetas múltiples a cual más extraordinaria y miserable. El protagonistaa obra de Canetti es, además de hombre-libro, ratón de bibliotecas, sinólogo, asesino, ladrón, incendiario y misógino. Cualidades que inevitablemente comparten otros protagonistas de la narrativa bibliófila y bibliómana.

La exageración propia del espíritu creador y artístico no demuestra que por deducción todo amante de los libros sea, ni con mucho, un asesino en potencia.


22/4/10

Revolución - Sławomir Mrożek


13/4/10

En vitrina:

Karl Kerényi: Los héroes griegos, Atalanta.

Juan Carlos Onetti: Cuentos Completos, Alfaguara.

Richard Yates: Revolutionary Road (Vía revolucionaria), Punto de Lectura.

10/4/10

El futuro de la edición

En Bertigo, Ángela Cuartas recomienda este genial video:


7/4/10

Fácil, sí, como no...como si...

La entrada de Christian me hace recordar que lo sencillo no es necesariamente fácil. Los Cuadernos norteamericanos de Nathaniel Hawthorne (Belacqva, 2007. Traducción de Eduardo Berti) hacen parecer que la literatura es una cosa fácil. Cuestión de tener un argumento y listo. Es como si dijera (Hawthorne): "miren, ahí tienen, son suyos todos estos gérmenes de historias que me salen como si nada".
Este es uno que releo constantemente, se me eriza la piel cuando pienso en lo que hizo con este argumentico que se le ocurrió en -tal vez- un momento de aburrimiento o mientras veía pasar a una joven viuda por la acera de enfrente.

"La vida de una mujer que, según las viejas leyes coloniales, fue condenada a usar la letra A cosida sobre sus ropas, como señal del adulterio cometido".

Hay cientos más de estos en los Cuadernos, lo que no se ve muy seguido es a una persona capaz de convertirlos en novelas como La letra escarlata.

5/4/10

Grandpa'

Mi abuelo llegó a tener una biblioteca. En la casa grande, ocupaba al menos unos tres estantes. Después, en el apartamento, se redujo pero siguió estando en el estudio, a un lado de su escritorio. Se encontraban sobre todo libros de historia de las guerras, de política, de Colombia, de grandes y viejos militares. Eso le gustaba. 
Después, cuando por razones de duelo o necesario aprovechamiento de espacio, el estudio se convirtió en un cuarto de huéspedes, la biblioteca, cada vez más reducida, terminó en la finca, en las dos tablas de un mueble grande y anticuado. De la casa grande me acuerdo de libros de gran formato, de Cristobal Colón, de Julio César, de Adán y Eva. Del estudio, de Rojas Pinilla, de Siervo sin tierra. En la finca, encontré Sin remedio, Leon de Greiff, María.
Hoy miro lo que queda de la biblioteca de mi abuelo y creo todavía ver ahí su rostro, su carácter. Cada vez es más difícil. Una biblioteca sin su dueño es un olvido más, es un descuido que ni yo, que se supone que me gustan los libros, puedo salvar. 
A la finca los ladrones han entrado unas tres veces, hasta donde sé no se llevaron nunca un libro, sí dos televisores, un espejo. Pero yo insisto en que cada vez que voy la veo más y más vacía, como si esa fuera su intención.
Mi abuelo me contó, y nunca supe si se estaba burlando, que él creía que Pancho Villa era de Chinchiná, que no le contara a nadie. En lo que queda, hay una biografía del méxicano que seguramente nunca leeré.
Cuando leía, sus manos gruesas, acostumbradas al azadón y a arrancar las hierbas más complicadas, literalmente destruían el libro, lo descuardenaba, las hojas quedaban sueltas, se rasgaban. 
Guardo varios de esos libros, no me importa si los leo o no, que se queden ahí, como evidencia de que yo también he hecho que esa biblioteca desaparezca. Sé que de alguna otra forma la sigo construyendo.