16/3/11

Cianuro azucarado


Estoy leyendo un nuevo libro que descargué en mi Kindle y me doy cuenta que una parte está subrayada. Seguro es un error, pienso. Es un libro nuevo. No sé usted, pero yo siempre he odiado las partes subrayadas en los libros usados; arruinan mi placer secreto.

El que alguien ofrezca la idea de lo que es importante, alguna tontería, generalmente, es lo que hace que siempre prefiera comprar libros nuevos, y así pueda marcar mis propias tonterías. El hecho es que, tontas o no, todo transcurría entre mi libro nuevo y yo.

Esta cosa en mi Kindle se supone que es nueva. Luego descubrí que el horror no se detiene con la inoportuna presencia del otro lector que deformó mi libro nuevo: se hace más profundo con algo llamado “ver subrayados más populares”, que le dice a uno cuántos tontos han subrayado antes, y así, no sólo uno ya no es dueño del libro por el que pagó, sino que la experiencia completa de leer es destrozada por la presencia de un tumulto de personas que se agita dentro del texto como desconocidos en una estación del tren.

Ahora entonces, se puede agregar a la tranquilidad que supone descargar un libro electrónico, el final de la ilusión que es el libro propio. El fin de la relación privilegiada entre uno mismo y su libro. Y la certeza de que te han dado en la cabeza. No solamente ya no se puede tener el libro electrónico para uno, sino que éste es compartido en Amazon, que a su vez comparte contigo lo que sabe de tus lecturas y las lecturas de los otros. Y te informa que tú eres lo que subrayas, lo que es sólo un número en una masa de vistas populares.

El conformismo madura en la más privada y pacífica de las actividades: leer un libro, uno de los últimos placeres solitarios en un mundo lleno de indicaciones que seguir. Mi Kindle, cianuro azucarado.

Andrei Codrescu, en la National Public Radio el pasado 7 de marzo. Encontrado en: http://www.lapetiteclaudine.com/

1 comentario:

Jose F dijo...

Y éste ¿de qué se queja?: no tendrá que preferir, ni subrayar —hay quienes subrayan—, y al fin: no tendrá que leer, y podrá entonces adormecerse a la lumbre de la televisión: esa suerte de reemplazo del fuego primitivo —que dijera Updike, según me sopla mi libro de hojas.