Algunos llegan, con papelito en mano: ¿“tiene Mitos griegos contados otra vez”?
Otros, sin papelito: ¿Cuánto cuesta Eclipse?
Algunos, por fin dan trabajo a los dependientes, preguntan: “¿un libro para una persona que es muy leída?” Y a renglón seguido: “que sea baratico” o “un libro para una persona que se ha leído todo, algo interesante y profundo, como de Pablo Cohelo”
Después están los que van con género: “Busco algo de literatura o ensayo para leer, ojalá contemporáneo, que no sea Doris Lessing, porque ya la leí, ni Orhan Pamuk, ni el otro que también fue premio Nobel”.
Preferimos a los que llegan con algo como: “busco un libro entretenido”.
Otros son incatalogables, llegan con cara de querer a Jung, revisan la sesión de poesía y compran un libro de filosofía de la matemática o uno de aves. Otros desde que llegan sabemos a dónde van a parar, son los hijos de la psicología analítica, o la filosofía de Derridá, o la antropología postmoderna. No voltean a mirar otras secciones, como si pudieran contagiarse de los pensamientos de las otras sectas.
Uno trata de recomendar, de guiar, de no dejar que los gustos propios sean los únicos que inspiren los consejos. Al final compran o no. A veces no lo hacen por culpa nuestra, y aun así no es una tragedia. Cada libro en un anaquel espera pacientemente su dueño, no como algo metafísico, sólo que algunos pasan años allí, un día alguien llega y se enamora, se van juntos. No es mucho más.
1 comentario:
No estoy del todo de acuerdo. Naturalmente es fácil caer en el prejuicio, pero un lector es casi indefinible y encasillable. Seguro que fácilmente los que nombra usted de las sectas se pueden llevar un libro de literatura o sentarse a charlar sobre el tedio de la tarde. Seguro al de Coehlo se le puede embolsillar a Kostolanyi. Sin duda, un dependiente debe ser un seductor sin prisas...
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