25/8/10

Hace unos días publiqué como comentario la página de Antonio Tabucchi Una ballena ve a los hombres. El Doctor Calle apuntó entonces lo que dice Tabucchi en el prólogo de Dama de Porto Pim, donde aparece el fragmento: "Por último, el texto titulado Una ballena ve a los hombres... se inspira sin disimulo en una poesía de Carlos Drummond de Andrade, que antes y mejor que yo supo ver a los hombres a través de los lastimeros ojos de un lento animal".

La poesía, Un buey ve a los hombres, es esta:

Son tan delicados (más que un arbusto) y corren
corren de un lado a otro, siempre olvidados
de algo. Desde luego, les falta no sé qué atributo esencial, pues se muestran nobles
y graves, a veces. Ah, espantosamente graves,
hasta siniestros. Pobrecillos, se diría que no escuchan
ni el canto del aire ni los secretos del heno,
como tampoco parecen distinguir lo que es visible
y común en cada uno de nosotros, en el espacio. Y se ponen tristes
y movidos por la tristeza llegan a la crueldad.
Toda su expresión les mora en los ojos y se pierde
con un simple pestañear, con una sombra.
Nada en los pelos, ni en las extremidades de increíble fragilidad
y ¡qué poco monte hay en ellos,
y qué seguridad y qué recovecos y qué
imposibilidad de organizarse en formas calmosas,
permanentes y necesarias! Tienen, quizá, cierta
gracia melancólica (un minuto) y con ello se hacen
perdonar la incómoda agitación y el traslúcido
vacío interior que los vuelve tan pobres y menesterosos
que emiten sonidos absurdos y agónicos: deseo, amor, celos
(¿qué sabemos nosotros?), sonidos que se quiebran y caen en el campo
como piedras afiladas y queman la hierba y el agua,
y, después, difícil ha de sernos rumiar nuestra verdad.

El señor "Juanito Efectivo" comparte luego el link a una foto del ojo de una ballena, que Ángela Cuartas, escribe, no funciona. No quise que la imagen se perdiera, aquí queda, con el texto de Tabucchi:


Una ballena ve a los hombres

Siempre tan ajetreados, y con largas extremidades que agitan con frecuencia. Y qué poco redondos son, sin la majestuosidad de las formas consumadas y suficientes, pero con una minúscula cabeza móvil en la que parece concentrarse toda su extraña vida. Llegan deslizándose sobre el mar, pero no nadando, como si fueran pájaros, e infieren la muerte con fragilidad y grácil ferocidad. Permanecen largo rato en silencio, pero luego gritan entre ellos con repentina furia, con un galimatías de sonidos que apenas varían y que carecen de la perfección de nuestros sonidos esenciales: reclamo, amor, llanto de duelo. Y qué penoso debe de resultarles amarse: e híspido, casi brusco, inmediato, sin una mullida capa de grasa, favorecido por su naturaleza filiforme que no prevé la heroica dificultad de la unión ni los magníficos y tiernos esfuerzos para conseguirla.

No les gusta el agua, y la temen, y no se entiende por qué vienen tan a menudo. También ellos van bancos, pero no llevan hembras, y se adivina que están en otra parte, pero son siempre invisibles. A veces cantan, pero sólo para ellos, y su canto no es un reclamo sino una forma de lamento desgarrador. Enseguida se cansan, y cuando cae la noche se reclinan sobre las pequeñas islas que los transportan y tal vez se duermen o contemplan la luna. Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes.

3 comentarios:

Jorge dijo...

Tremenda la poesía del principio. Era muy seguro que alguien más se hubiera fijado en los ojos de las ballenas.

Gracias por subir la foto.

Jose F dijo...

Anécdotas del destino (Alfaguara) de Isak Dinesen empieza con un cuento magnífico: El buceador, que seguro —Tomás— te entusiasmará. No está en esta telaraña de mentiras así llamada Internet.

Ángela Cuartas dijo...

Muchas gracias Tomás y Juanito Efectivo de Aranda. Nunca había visto el ojo de una ballena. Me demoré en aceptar que no era un montaje en Photoshop, la ignorancia es atrevida.