Fotografía: Eamonn McCabe
Un cuarto para escribir no es como otros cuartos, porque la mayor parte del tiempo la persona adentro no lo ve. Mi atención se centra en la página que está al frente, en lo que la gente hace o dice en el libro: la conciencia sobre las cosas que están cerca de mí se apaga, se separa de la vaga y sensual información que viene y va mientras reflexiono en la frase que viene. Sin embargo, sí siento la luz en mi cuarto. Mi estudio se encuentra en el piso más alto de la casa, que tiene cuatro. Las ventanas apuntan hacia el sur para que la luz del día atraviese los vidrios, e incluso en un día del más crudo invierno mi lugar de trabajo está siempre iluminado.
Generalmente me siento en mi escritorio hacia las ocho de la mañana y escribo hasta que mi cerebro empieza a cansarse, más o menos a eso de las dos en punto. La cabeza de la mañana es por mucho mejor que la adormilada que llega a la tarde, así que aprovecho las primeras horas. Tengo cantidades de libros de consulta a mi alrededor, varios tipos de diccionarios -bilingüe, médico y psiquiátrico-, 34 volúmenes del Grove Dictionary of Art, manuales de estilo, la Biblia, la Anatomía de Gray, algunas antologías de poesía, y cuando estoy sumergida del todo en un proyecto, de vez en cuando hay pilas y pilas de libros en el suelo que consulto cuando es necesario.
Una ecléctica mezcla de fotografías y objetos están clavados en el tablero detrás de mi escritorio y colocados en los estantes encima de él. Aparte de las imágenes de mi esposo, hija, hermanas y familiares, mis cosas favoritas son: una foto de Augustine, la histérica más fotogénica del neurólogo Jean-Martin Charcot, tomada de los archivos del Hospital Salpetrière en París y regalada por mi hermana Asti; siete llaves que encontré en el estudio de mi padre después de que murió, y que había etiquetado como "Llaves desconocidas"; su último pasaporte, que se venció seis meses después de su muerte; un mono de cuerda que tengo desde niña y un cerebro de goma que permanece en una pequeña base y que se puede desarmar. A pesar de que no paso mucho tiempo mirando estos raros tesoros, me gusta saber que están ahí.
Siri Hustvedt (1955) es una escritora norteamericana de ascendencia noruega. De hecho, el noruego fue su primera lengua y durante muchos años trabajó para proteger las historias de los inmigrantes provenientes de ese país. Circe, Anagrama, no hace mucho Bartleby Editores, han publicado algunos de sus libros.
3 comentarios:
Esta señora es la esposa de Paul Auster.
Se casaron un Bloomsday, sí.
Esa señora es como ñuca. Es decir, es una montañera... en ese cuarto, creo que escribe ella y no mas. Ehhhh! No no no...
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