28/8/10
Cuartos de escritores: Colm Tóibín
25/8/10
La poesía, Un buey ve a los hombres, es esta:
No les gusta el agua, y la temen, y no se entiende por qué vienen tan a menudo. También ellos van bancos, pero no llevan hembras, y se adivina que están en otra parte, pero son siempre invisibles. A veces cantan, pero sólo para ellos, y su canto no es un reclamo sino una forma de lamento desgarrador. Enseguida se cansan, y cuando cae la noche se reclinan sobre las pequeñas islas que los transportan y tal vez se duermen o contemplan la luna. Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes.
22/8/10
Por fin, las ballenas
Pues las ballenas recuerdan, sino, ¿cómo explicar la costumbre de buscar tierra cuando se reproducen, cuando tantas veces aparecen muertas a la orilla, no será el recuerdo de su pasado en cuatro extremidades sobre el suelo?
De lejos se puede ubicar a una ballena por el chorro blanco que expulsa por el orificio encima de su cabeza. Ese vapor de agua que sale cuando respira, no se alcanza a ver cuando uno se empieza a acercar al animal: solo cierta distancia es capaz de dibujar la imagen. Al estar cerca de una ballena, un sonido apagado en cambio es lo que podemos percibir, y si es la madre con su cría, primero siempre el soplido profundo de ésta, y justo después la corta y casi silenciosa réplica del ballenato que nada un poco atrás.
Esto de las ballenas jorobadas, tan parecidas a las mujeres por la vanidad y el movimiento de la cola. También porque las dos son capaces de mover un mar.
Ya dentro del agua la situación es diferente: no se ven ya como un torpedo, o un submarino lento y cansado, las aletas se mueven ahora con fuerza y es impensable considerar que el océano no es su elemento. Otra sorpresa es el canto, y de nuevo la inmediata respuesta de la cría. La primera vez que se escucha el estremecimiento del cuerpo no deja pensar en nada: piensa uno que la respuesta ante el sonido es un escalofrío. Equivocación, es la energía de las vibraciones que con la densidad del agua no se pierde tan fácilmente como en el aire y que literalmente lo pone a uno a temblar. El sonido tampoco es ensordecedor ni insoportable, la madre, siempre primera, lanza un ruido agudo y que poco a poco va variando en su tono, el ballenato, seguramente excitado por el ruido y el eco que se forma, responde débil, aun más agudo y corto, pero convencido que su voz es capaz de llegar al otro lado del mundo, y uno, que solo piensa en no estorbar.
Hay veces que uno se pierde, sí, y el oxígeno se acaba y toca volver a la superficie. Ya se sabe que lo que abajo se sintió tan cerca puede ser, como en la mayoría de los casos, una ilusión del canto de las ballenas: en el agua los sonidos se propagan a distancias muchísimo mayores que en la atmósfera y lo que produjo el sonido puede estar a kilómetros de distancia. No fue el caso ese día, pues un soplido fresco y otro que lo seguía se escucharon. La madre rompía el oleaje para el hijo, pasaron por un lado, llevadas por la corriente, y ya el canto desde arriba no se escuchaba. Cosa falsa esta última; se escucha todos los días.
17/8/10
Feria del Libro.
Para mí la Feria del Libro se justifica por dos razones: primero, para encontrarme con las editoriales y los libros que sé no van a llegar a Libélula; segundo, y lo digo sin pena, por las promociones. En resumen, para mí la Feria, repito, se justifica por lo que debería justificarse: por los buenos libros que podemos encontrar allí. Los invitados, las conferencias, los conciertos, las exposiciones artísticas, son, digamos, un complemento. Pero cuando estas cosas pasan a ser la razón principal de la Feria, algo anda mal. Son los libros y no otra cosa lo que debería engrandecerla. Por eso creo que esta fue una buena Feria: fueron muchos los buenos libros que pude conseguir. Voy a mencionar algunos:
El vagabundo inmóvil. El árbol y el camino. Michel Tournier.
Descubrí a Tournier este año, por recomendación de Tomás y el doctor Calle, leyendo El espejo de las ideas, libro publicado en Acantilado, que ya está dentro de mis favoritos. Estos dos libros de Tournier, en Alfaguara, ambos de "prosas breves", son dos joyas que difícilmente se encuentran en las librerías. Transcribo esta cita de El árbol y el camino que el doctor Calle a veces repite: "Esas manchas marrones sobre las páginas de los libros antiguos, quizá ya no sean sino la huella de las partículas de saliva de aquellos lectores que leían esos libros en voz alta. Huellas de lo oral sobre lo escrito". (Pág. 217)
Diarios (1925 - 1930). Diario Íntimo III (1932 - 1941). Virginia Woolf.
A finales de los años 80, Anne Olivier Bell, esposa de Quentin Bell, preparó la edición de los Diarios de Virginia Woolf. En español, los Diarios fueron publicados en la desaparecida colección El espejo de tinta, en tres tomos, el primero traducido por Justo Navarro y los restantes por Laura Freixas, fundadora de la colección. Los tres tomos son ahora difíciles de encontrar y, por suerte, en la Feria, hallé el tercero, que cubre los años 1932 - 1941. Además de éste dí con la no menos buena edición de Siruela, que comprende los años 1925 - 1930, el período más fértil (creativamente) de la autora. En la página 23 de la edición de Siruela me encuentro con esta frase: "En este momento sólo puedo anotar que el pasado es hermoso, porque uno nunca comprende una emoción en su momento. Se expande más tarde, y por tanto no tenemos emociones completas respecto al presente, sólo respecto al pasado (...) Ésa es la razón por la que reflexionamos sobre el pasado, creo".
Dos damas muy serias. Jane Bowles.
En mayo de 1981, una naciente editorial barcelonesa, hasta ese momento concentrada en publicar ensayos y "textos políticos en el ámbito de la izquierda heterodoxa", tras sufrir una pequeña crisis económica "como consecuencia del 'desencanto' y el subsiguiente desinterés por el ensayo", decide publicar Dos damas muy serias, dando inicio así a la colección Panorama de narrativas, uno de los fenómenos editoriales más sobresalientes de la actualidad. Con esta obra se inaugura una de las colecciones más influyentes en el mundo editorial hispanoamericano, que ha formado, paralelamente, toda una nueva generación de autores y lectores. La fiebre amarilla -como alguna vez se le llamó a la popular serie-, inició, nada más y nada menos, que con esta novela de Jane Bowles. El libro aparte de ser una rareza es una de las obras más originales de la literatura norteamericana (en palabras de Capote, quien prologa el libro). Lo confieso: no puede resistirme al morboso placer de tener el primer libro de Anagrama. Y lo mejor: a precio de huevo.
Si quien me pregunta, ¿vale la pena ir a la Feria?, está interesado en libros escasos, descatalogados, a buen precio o de editoriales independientes con poca distribución, le respondería sin vacilar: vale la pena.
En Vitrina:
6/8/10
Cuartos de escritores: Seamus Heaney.
Este es un rincón del ático de nuestra casa en Dublín. Hay un segundo tragaluz en la inclinación opuesta del techo, mucho más amplio y bajo que el que se ve en la fotografía; a través de él tengo una vista despejada de la Bahía de Dublín, de Howth Head, y —dependiendo del clima— del ir y venir del puerto de esta ciudad.
La superficie del escritorio es una tabla apoyada en dos archivadores; pero cuando nos mudamos, hace treinta años, estaba conformada por dos tablones que servían de bancos en una sala de conferencias del Carysfort College —roble cuyas vetas habían sido pulidas por el imperceptible paso de un siglo de maestras.
Me gusta pensar que esa madera guarda un montón de virtud; también disfruto la naturaleza improvisada del arreglo. Siempre tuve un miedo supersticioso a colocar una mesa de escritura demasiado sofisticada para luego descubrir que la escritura había desaparecido. El ático fue rediseñado hace diez años, con los nuevos tragaluces y una pequeña remodelación para crear un muy necesitado espacio para mis libros.
En el escritorio, a mi derecha, estoy vigilado por un avetoro amarillo y por un póster enmarcado que anuncia la Lectura Faber realizada por Auden, Spender, Hughes y yo —lectura que terminó en conmemoración después de la súbita muerte de Auden. (Una foto en la cubierta muestra a los tres sobrevivientes sobre la tarima, de noche).
Detrás de mí, en la pared, hay un dibujo hecho por John B. Yeats de W.B. durante una séanse —un regalo de Frank McGuinness— y otro póster, de la madre de un amigo en sus años mozos, coronada como la reina de la papa de Dakota del Norte, en 1950.
El Diccionario Oxford —trece volúmenes— fue un regalo de despedida de mis colegas de Caryfort, en 1981; la botella de goma fue un regalo de mi hijo Christopher, y la copa de whiskey plateada junto a ella —“apenas un dedal”— de mi buen amigo Matthew Evans. Podría seguir…
Seamus Heaney (1939) es un poeta irlandés. En 1995 se le concedió el Premio Nobel de Literatura "por obras de belleza lírica y profundidad ética, que exaltan los milagros cotidianos y el pasado viviente". Como traductor destacan sus versiones del Beowulf, del Buile Shuibhne, del Arion (de Pushkin), de Ovidio y de algunos poetas centro-europeos. Actualmente vive en Dublín.