11/7/10

Bernhard, Sebald y las carnicerías

Las carnicerías siempre me han resultado desagradables. Sólo en las calles vecinas de la casa hay al menos tres. Una, la que queda casi al frente de mi ventana y que acaba de apagar las luces, siempre me pareció sospechosa: cuando escuchaba la noticia de que las autoridades encontraban carne de caballo o pescados podridos, una idea, siempre la misma, me pasaba por la cabeza. De niño, naturalmente, pasé por allí, y nunca se me van a olvidar los azulejos manchados de sangre de la pared, el señor que desde atrás de la vitrina se quedó mirando.

Si tomo los últimos veinticinco años puedo escoger un escritor y puedo escoger un libro: Thomas Bernhard, y Austerlitz, de Winfried Georg Sebald. ¿Por qué? Porque los libros de Bernhard me traen la idea de que todo empezó con música, y Austerlitz porque simplemente es de lo mejor que he leído y encaja con la restricción: 2001.

Además, claro, porque encontré algo sobre las carnicerías.

El italiano es un cuento inacabado de Bernhard, que luego en 1971 fue adaptado –con guión del escritor– para una película, hasta hoy inconseguible: Der Italiener, del director Ferry Radax. El guión, que más que eso es un capricho, para escuchar interminablemente, como el protagonista, el Cuarteto de cuerda nº 1 de Béla Bartók, “que desde hace años no escucha otra música”, empieza con un paseo fúnebre, el recorrido desde la iglesia del pueblo de un montón de niños que sostienen un palio, y pasan al frente de la carnicería, los monaguillos:

«… ven por la puerta de la carnicería una vaca que se desploma como si hubieran disparado con una pistola de sacrificar reses. Se ve la caída de la vaca, los monaguillos se han detenido asustados y miran la vaca caída, el PALIO que agarraban firmemente cae al suelo, el CARNICERO ve a los monaguillos que, cada vez más asustados, están fascinados por la vaca que se ha desplomado, el paño del PALIO está en el suelo, los monaguillos levantan el PALIO, sin dejar de observar a la vaca, el carnicero comienza inmediatamente a descuartizar la vaca, primero la sujeta de las cadenas con las que cuelga el cadáver contra la pared, se ve cómo el carnicero levanta cada vez más a la vaca sujeta a los ganchos de zinc de la pared de baldosa […] ahora se ve que en media hora escasa se puede matar una vaca y colgarla y despedazarla y prepararla, tenemos que vérnoslas con un carnicero tan experto, aunque los monaguillos ven eso todos los días en el camino del colegio, vuelven a estar ahora fascinados por el proceso. Por la habilidad del carnicero, están cautivados». (El italiano, p49, Alianza Editorial)

Imágen de la película Der Italiener

Además del rojo en las paredes y los disgustados anfitriones, las carnicerías contienen aun algo más repulsivo: el olor, el olor a carne fresca que llama a las moscas y a los perros. La segunda carnicería, no ya visible desde acá pero que se encuentra a apenas una cuadra, es prácticamente la casa de unos tres perros, los mismos hasta que su fuerza lo permita, pues los continuos y jóvenes invasores quieren también su puesto, suceder a los viejos cuando sus ladridos no sean sino una tímida amenaza. He visto cómo un perro nuevo que desconoce la jerarquía del barrio llega a disfrutar de, aquí más que nunca, los placeres de la carne, y cómo, lastimado, le toca correr falda abajo huyendo de sus agresores.

El italiano de Alianza trae unas imágenes de la película, la tercera es del carnicero y la vaca, se ven los inconfundibles ganchos de zinc, unos azulejos blancos al fondo. El que tiene sí, muchas ilustraciones, es Austerlitz, y hasta donde sé todos los libros de Sebald. Están llenos de imágenes, desde ellas cuenta sus historias,

que son un recuerdo que trae otro. Habla de la arquitectura de las estaciones de tren, de las polillas, de la fortaleza de Breendonk, en Bélgica, allí ve una rejilla y un cubo de lata, entonces:

«… surgió del abismo la imagen de nuestro lavadero en W. y al mismo tiempo, evocada quizá por el gancho de hierro que colgaba del techo de una soga, la de la carnicería por delante de la cual tenía que pasar siempre al ir al colegio y en donde, al mediodía, estaba a menudo Benedikt con un mandil de goma, regando las baldosas con una gruesa manga. Nadie puede explicarme exactamente qué ocurre dentro de nosotros cuando se abren de golpe las puertas tras las que se esconden los terrores de la infancia». (Austerlitz, p29, Anagrama)

Será la sangre en la pared, la imagen que queda. El miedo por entender la descomposición de lo orgánico, todos yendo al colegio. Lo que no sabía, era que Bernhard y Sebald vivían en la misma cuadra.


Actualización: Der Italiener fue realizado por encargo de la wdr (radiotelevisión de la Alemania Occidental), por Ifage-Filmproduktion, bajo la dirección de Ferry Radax; cámara, Gerard Vandenberg. Los actores fueron Rosemarie Fendel, Fabrizio Jovine, Karin Braun, Erwin Höfler, Kurt Jaggberg, Klaus von Pervolesko e Isolde Stiegler.

2 comentarios:

Carlos Augusto Jaramillo dijo...
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Carlos Augusto Jaramillo dijo...

Mi madre siempre me mandaba a comprar la carne, el carnicero, un hombre gordo y bonachón (que carnicero que se precie de serlo no lo es), sabía que debía darme tabla (no me pregunten que parte de la vaca es) o si no tendrían él y su gato (un angora más gordo que Garfield -y más agresivo y mimado, que se paseaba sobre el poyo de baldosines blancos como un pequeño tirano evitando tocar la carne casi con asco-) toda la furia de mi madre desplegada durante sus buenos 10 minutos, además de las amenazas de reportarlo ante la Oficina de Salud Pública por el animal. Por eso carnicero se alegraba de verme en vez de a mi madre. La verdad me fascinaban las vacas colgadas, los organos internos expuestos, como en un museo, o mejor, una tienda de suovenires de un museo, en el que la gente escoge el recuerdo que más le apetece. "Creo que ese cerebro se vería muy bien en el nochero", "supongo que me puedo llevar ese riñón para mi tía Tulia", al menos ese es mi recuerdo de las carnicerías.