27/2/10

El hombre que se quedó a vivir en un árbol*


Este es, desde hace ya cuatro años, el hogar de Jorge Rendón Pulgarín, campesino del municipio vecino de Risaralda, que a sus 49 años cumplió el sueño de vivir en pleno contacto con la naturaleza.

En el interior Jorge instaló una hamaca para dormir, pero aún prescinde de aquellos lujos que nos han obligado a vivir en grandes casas. Muchos de esos enseres, piensa él, innecesarios.

[...] Un día que estaba pescando vi este gran árbol a orillas del Río Cauca, lo observé bien, me subí con una escalera, miré su resistencia y decidí que allí quedaría mi casa".

Durante el invierno del año anterior, amanecía el Cauca crecido y el árbol rodeado de agua, lo que le impedía descender. Los vecinos, entonces, le ayudaron a reforzar la escalera para que subiera y bajara así fuera con medio cuerpo sumergido en el agua. "También me decían que abandonara el árbol, pero yo confío en la finura de esta madera. Esta planta está muy sana y sus raíces están bien hincadas en el terreno".

[...] cada vez que llegan las hormigas arrieras le toca salir deprisa y esperar a que limpien la casa de cucarachas y ratones. "Ellas suben, arrasan con las plagas y dejan todo limpio". 

Jorge Rendón Pulgarín indica que tramita con un vecino la posible extensión de un cable para dotar su casa de luz y así instalar un televisor. "También tengo dificultades cuando vienen funcionarios del Estado para encuestas y visitas, porque les da miedo subir y no saben si ponen como casa el árbol o, en la dirección, el nombre del árbol".

(*Publicado en el diario La Patria, Miércoles, Febrero 24 2010)

2 comentarios:

Jose F dijo...

Ese Thoreau de río, que sólo incurre en incoherencia cuando suspira por la televisión, especie de rústica cruza con Cósimo (el Barón rampante de Calvino), puede verse en:

http://www.lapatria.com/story/el-hombre-que-se-qued%C3%B3-vivir-en-un-%C3%A1rbol

Magnífico hallazgo, Tomás.

Tomás David Rubio dijo...

Me alegro que le haya gustado Doctor Calle.

Cósimo es un personaje que quiero y recuerdo mucho. Justo ahora estuve hojeando mi edición de Bruguera (traducción de Francesc Miravittles, prólogo de Esther Benítez -en este al menos no habla mal, como sí en el de El vizconde demediado, del trabajo de Miravittles).

« Cósimo subió hasta la horquilla de una gruesa rama en donde podía estar cómodo, y se sentó allí, con las piernas que le colgaban, cruzado de brazos con las manos bajo los sobacos, la cabeza hundida entre los hombros, el tricornio calado sobre la frente.
Nuestro padre se asomó al antepecho.
-¡Cuando te canses de estar ahí ya cambiarás de idea! -le gritó.
-Nunca cambiaré de idea -dijo mi hermano, desde la rama.
-¡Ya verás, en cuanto bajes!
-¡No bajaré nunca más!
Y mantuvo su palabra.»