8/11/09

Thomas Bernhard: la pesadilla como relato.

(Un niño camina de la mano con su abuela. Antes de comenzar el paseo, ella le enseña una oración que nunca olvidaría: rogar al Señor porque lo hiciera invisible ante los ladrones y las malas personas. Más tarde, lejos de cualquier afán o fervor teológico, ese niño incluyó no solo a aquellos sino al mundo entero, y así hasta hoy.)

La figura de Anna Bernhard, abuela de Thomas, amante por más de treinta años del sí reconocido cuando se habla del escritor y su leyenda, Johannes Freumbichler, es casi desconocida pero repetida por el escritor austríaco en sus libros. Como dato y legado de un adulterio, Bernhard es Bernhard y no Freumbichler (mucho menos Zuckerstätter, el apellido de Alois, el padre que nunca conoció) precisamente por la ilegitimidad de la relación de sus abuelos maternos.

Thomas Bernhard y su abuelo Johannes Freumbichler. Confirmación en julio de 1943.

«Siempre quise mucho a mi abuela», cuenta Bernhard en sus conversaciones con Krista Fleischmann, «Cuando [ella] se quemaba con la placa de la cocina, yo me reía como un loco, y cuando eso no ocurría durante semanas, durante semanas nadie se reía en casa. […] me metía en el cuarto de las escobas – y en el momento en que sabía que pasaba mi abuela, sacaba la mano, y ella se caía al suelo dando un grito horrible, casi con un ataque, porque yo la había asustado, de niño, porque me aburría.»

El italiano, es un cuento inacabado, prácticamente olvidado por Bernhard, que en el verano de 1970, motivado por la propuesta del director Ferry Radax de filmar una “serie de frases sobre mí mismo” pronuncia lo que se conoce como Tres días: tres días donde Bernhard se sienta en un banco de Hamburgo a hablar “sin preocuparse de por qué decía lo que decía”; unas 12 páginas en la edición de Alianza Editorial (que incluye además: el relato no terminado, el guión de la película y una nota de Bernhard a éste), unos 56 minutos de grabación. Terminado el “experimento”, Bernhard, contento con el resultado, le propone a Radax que escribirá para él un guión basado en un relato olvidado: Der Italiener.

Escenas de la película Der Italiener (Fotografías, aparecidas en El italiano, Alianza, 2001, de Heindrun Hubert)

Esto para decir que Tres días es el texto más curioso que he leído de Bernhard: un escritor que se jactaba de no tener un modelo, de no considerarse un escritor, un intelectual, de no recordar o citar a ningún autor; salvo unas alusiones a Montaigne, Voltaire, Pascal…, Bernhard no habla de nadie con afecto, no considera a ningún escritor como su maestro. Aquí lo curioso: en seis líneas menciona a Musil, Pavese, Pound, Lermontov, Dostoievski, Turgueniev, Henry James: a todos se ha entregado sin reservas: «es un hecho que precisamente los autores que son para mí los más importantes son mis mayores adversarios o enemigos.»

Tres días, esas 12 páginas, a diferencia de, por ejemplo, El origen, el comienzo de su supuesta autobiografía, me parecen mucho más personales; y creo que la causa es que mientras El origen es perturbador, Tres días no lo es. Tres días es un extraño monólogo incompleto y casi tranquilo.

Bernhard sentado al fondo, Radax, con los audífonos, durante la grabación de Tres días.

Pero vuelvo con Anna Bernhard, la razón para hablar de Tres días. Allí se lee:

«Mi abuela, que me llevaba siempre además –por las mañanas atravesaba yo el cementerio, por la tarde me llevaba ella al depósito de cadáveres-, me levantaba en alto y me decía: “Mira, otra vez una mujer”. Nada más que muertos… Y eso tiene cierta importancia para cualquiera, y de eso se pueden sacar conclusiones sobre todas las cosas… »

¿Una abuela que lleva a su nieto a ver muertos?, sí, parece que sí; entonces lo del cuarto de las escobas parecería una dulce venganza. La historia, esta vez realmente perturbadora, se vuelve a leer en El origen:

«Siempre me había gustado ir a los cementerios, eso me venía de mi abuela por parte de madre, que había sido una apasionada visitadora de cementerios y, sobre todo, de depósitos de cadáveres y capillas ardientes, y que, muy a menudo, ya de pequeño, me llevaba con ella a los cementerios para enseñarme los muertos, los que fueran, sin parentesco alguno con ella, pero sin embargo expuestos siempre en los cementerios, siempre la fascinaron los muertos, los muertos expuestos, y siempre intentó transmitirme esa fascinación que era una pasión, sin embargo, al levantar a mi persona hacia los muertos expuestos sólo me había aterrorizado siempre, todavía hoy veo con mucha frecuencia cómo me llevaba a los depósitos de cadáveres y me levantaba hacia los muertos expuestos y cómo me sostenía en alto tanto tiempo como podía aguantar, una y otra vez sus lo ves, lo ves, lo ves, y cómo me sostenía hasta que yo lloraba, y entonces me dejaba en el suelo y miraba ella todavía largo rato los muertos expuestos, antes de que saliéramos otra vez del lugar de las capillas ardientes. […] mi abuela, que no me enseñó más que a visitar cementerios y a contemplar y observar intensamente los muertos expuestos.»

Años después (1981), en Mallorca, Thomas Bernhard le confiesa a la periodista Krista Fleischmann que le gustaría ir con ella a un cementerio de Palma, esconderse tras una losa…

«Me gusta mucho ir a los cementerios de Viena, muy cerca de mí al cementerio de Döbling o en Neustift am Walde al cementerio, y me alegro ya pensando en las inscripciones que conozco de antes, en los nombres.» (Tres días)

« […] a menudo me sentaba en una lápida caída para, apartado por una o dos horas, poder tranquilizarme.» (El origen)

Bernhard y su abuela, los cementerios, su aterradora enseñanza: y esta frase que lo revela todo: «Ésa es la gran ventaja, saber que uno es su propio cadáver.»

-Thomas, ¿lo ves, lo ves?, ¿lo ves?, ¿por qué lloras?

Y un niño, maldita sea, que hubiera dado lo que fuera por ser invisible.

8 comentarios:

Tomás David Rubio dijo...

Hay un libro: "Conversaciones con Thomas Bernhard", a cargo del periodista Kurt Hofmann, publicado por Anagrama en la colección Biblioteca de la memoria: aparecen varias fotografías; entre ellas la de Bernhard con su abuelo, y la última (la del niño) que dice: "En Seekirchen, 1936". Aparece, y no pude conseguir, una foto de Hertha, la madre, y Anna, la abuela.
Los créditos de las fotografías, son de Emil Fabjan: la persona con la que Hertha se casó en 1935 (T.B nacío en 1931)y que nunca reconoció a Bernhard como hijo.

Jose F dijo...

Un día, hace años —debía estar recién publicado: Conversaciones con Thomas Bernhard— un distinguido ingeniero lo encargó en la librería Palabras. Como yo estaba presente cuando se lo entregaban, imprudentemente le ponderé a Bernhard. Pocos días después lo devolvió, y de ahí en adelante cada vez que me veía me daba cantaleta por su disgusto. Hasta que le leí lo de Savater:
"... quien se aburre leyendo a Lucrecio, Leopardi, Schopenhauer, Freud, Cioran o Bernhard no es desde luego por culpa de estos autores sino de su propia inanidad espiritual."

Tomás David Rubio dijo...

Comparto algo que usted alguna vez me "recomendó", a propósito: http://blogs.elmercurio.com/cultura/2009/03/29/isla-desierta.asp

Volviendo a Bernhard:

"Mi abuela estaba sentada a mi lado, y dijo: «Dios santo, no sé qué voy a hacer con este nieto, no es nada ni hace nada, quizá pudiera escribir.»" Conversaciones... p45

...

¿Es cierto que Anna B. terminó en un manicomio?

Triote dijo...

Buenas tardes. Acabo de terminar de leer El Frío, de Bernhard. Ésta es la tercera novela que leo de él desde que me enteré de su literatura, hace un par de meses. Buscando unas fotos para hacer una publicación en mi blog me topo con TRES DEPENDIENTES. En pocos minutos ha sido una experiencia enriquecedora. He hallado algunas piezas del rompecabezas de Bernhard. ¡Gracias!

Tomás David Rubio dijo...

Justo ahora estoy leyendo el libro de Bernhard que más había buscado: El malogrado. Impresionante.
Me alegro, señor Kansev, bienvenido.

Triote dijo...

Hola Tomas (no sé si puedo tutearte pero me adelanto). No soy señor sino mujer. He leído algunos comentarios sobre El Malogrado (muy pocas pues evito cualquier posibilidad de sugestión). Lo que he leído de Bernhard ha sido vía internet, inaugurándose así mi experiencia por esta vía. También he leído dos textos de Gérard de Nerval. Aquí, en Caracas, no he encontrado nada de él. Hice un vuelo rápido por TRES DEPENDIENTES y me ha dado excelente impresión. Ojalá podamos seguir intercambiando ideas... Un saludo, Libia.

Tomás David Rubio dijo...

Qué torpeza: bienvenida al blog, Libia. Acá en Colombia se consiguen fácilmente, en Anagrama, los "Relatos autobiográficos" -ahí está El frío, que es el cuarto de la supuesta pentalogía-, y "El sobrino de Wittgenstein". Hay más, pero los precios de las ediciones de Alianza -que tiene buena parte de la obra de Bernhard- aquí me parecen un abuso. ¿Cómo es la situación de las librerías en Caracas?, nos interesa saberlo, si no es molestia.

Triote dijo...

Hola Tomas. No. No es molestia para nada. Te confieso que adquiero bastantes libros en los llamados libreros de viejo, donde se consiguen muchos que no están en librerías y en buen estado. En Librerías los precios están supercaros y muchos no se consiguen. Por ejemplo, cuando supe de la existencia de Bernhard (lo que ocurrió en un taller de cuentos hace dos meses), empecé a buscar referencias por internet y, enseguida me atrapó. Estuve por varias librerías y no tenían ninguno de él (prometieron avisarme si les llegaba algo). Seguí buscando por internet y así he leído El sobrino de Wittgenstein, Sí y El Frío -que acabo de reseñar en mi blog pero que no he publicado pues me falta revisar). Como te habrás dado cuenta, en la literatura de Bernhard, hay temas recurrentes, entre ellos, su casi fobia a los médicos. Yo soy cirujano y sus argumentos han estimulado muchas reflexiones... Específicamente sobre libros predomina el azar pero los costos son muy altos (a mi parecer). Libia.