El espejo de las ideas. Michel Tournier. El Acantilado. 2000. 235 páginas.
“Este breve tratado parte de dos ideas fundamentales. La primera sostiene que el pensamiento funciona con la ayuda de un número finito de conceptos-clave, que pueden ser enumerados y elucidados. La segunda admite que dichos conceptos van a pares, pues cada uno posee un «contrario» ni más ni menos positivo que aquél”. De esta manera resume Michel Tournier su magnífico libro sobre las “categorías” que, según los filósofos, gobiernan el pensamiento humano. Tournier recuerda cómo en el pasado Aristóteles, Leibniz y Kant habían intentado descubrir esos dichosos conceptos que constituyen los bloques elementales con los que se construye el edificio del pensamiento. Siguiendo esta tradición, Tournier describe 100 conceptos contrarios –que no contradictorios–: el amor y la amistad, la risa y el llanto, el gato y el perro, el animal y el vegetal, el augusto y el payaso blanco, el sótano y el desván, el vertebrado y el crustáceo, el agua y el fuego, el placer y la alegría, el talento y el genio, el signo y la imagen, el sol y la luna, dios y el diablo (sólo por nombrar aquellos que más disfruté).
Pero Tournier no es un filósofo: es ante todo un escritor (y qué escritor). Por eso no hay que esperar de este libro el árido y a veces complicado lenguaje del filósofo. Cada concepto está expuesto con toda la belleza y brevedad posibles; las 54 parejas son espléndidas miniaturas. (razón tenía Gracián: "lo bueno si breve, dos veces bueno".)
Y como todo excelente escritor, Tournier no se limita a la ya rigorosa tarea de definir bellamente cada concepto, sino que también logra descubrir las más sutiles relaciones entre estos. Veamos lo que dice cuando nos habla del vertebrado y el crustáceo:
Contra las agresiones exteriores, el ser vivo puede elegir entre la ligereza –con la que puede esquivar y huir– y la seguridad de una coraza y un escudo que permiten –y en parte también imponen– la inmovilidad.
Los animales agrupados en los artrópodos –como los crustáceos– han elegido la segunda opción. Sus órganos blandos están encerrados en caparazones de quitina de gran eficacia protectora. Pero esta protección les aísla de los demás y empobrece sus intercambios con el mundo exterior. (…) En los artrópodos, lo duro está afuera, lo blando dentro. En los vertebrados, lo duro está dentro, y lo blando afuera.
(…)
En el ámbito de lo espiritual, hay que oponer la agilidad y la abertura de los escépticos a la protección paralizante del pensamiento dogmático. Bajo su caparazón de convicciones, el creyente goza de una tranquilidad moral que él considera la justa recompensa del hombre bienpensante. Pero en esa tranquilidad, intervienen en gran medida la sordera y ceguera hacia los demás. A veces, sin embargo, el creyente llega a entrever con envidia la libertad del escéptico, como François Mauriac, fascinado por la flexibilidad y frescor de André Gide.
Michel Tournier.
1 comentario:
Tiene que ser desde antes: mi
Vagabundo inmóvil es de 1988.
Publicar un comentario