11/5/10

De libros y editores

Leer El optimismo de la voluntad*, del editor Jorge Herralde (Anagrama) ha sido una experiencia agridulce. Por un lado es una especie de norte que todo editor (más en ciernes, como es mi caso) debe seguir si quiere ver florecer su editorial; sus consejos son iluminadores y su forma de tratar con los autores (tan humana, tan cercana) parece casi contradecir todas las reglas que ofrecen los libros técnicos. Es una especie de quijote, de humanista del oficio de editor, que hoy en día, me da la impresión, toma más los matices de un contable, un robot sin sentimientos que debe tomar distancias con el autor, antes de que éste, como un animal traicionero, muerda la mano que se le acerca.
Por otro lado es desconsolador comparar lo que es su trabajo con lo que vivo cada día: autores que dejan mucho que desear, recomendados y más recomendados, malos correctores de estilo, peores diagramadores y una cantidad de gente que no acepta un no por respuesta. Ya sé que él tiene varias décadas en el oficio y así ha logrado hacerse un nombre y que muchos autores buenos quieran hacer parte de su sello, pero cuánto me gustaría encontrarme con un manuscrito que me emocione, por el que me la juegue sin dudas, descubrir un escritor bueno, publicarlo, ser editor de verdad verdad.
Por ahora me consuelan las colecciones de clásicos, algunas reimpresiones y un par de antologías, imagino que el tiempo me afinará el olfato y llegará con títulos que, tal vez, logren ser reseñados con auténtico fervor.
Ser editor es una actividad emocionante, que me estimula cada día, pero qué difícil es el camino hacia lo que uno espera de su sello. Algunos, como Herralde, ya lo trasegaron y ahora recogen sus frutos, sus enseñanzas le dan nueva vida a esta generación que piensa sólo en cifras y estudios de mercado, en autores con público y derechos derivados. En fin, vendrán mejores tiempos y a la sombra de los buenos editores podré ir cosechando algunos frutos propios.

* Jorge Herralde. El optimismo de la voluntad. Experiencias editoriales en América Latina. Fondo de Cultura Económica. Colección Tezontle. México, 2009. 329 pp.

2 comentarios:

Mónica Palacios dijo...

Me gustó mucho esta entrada. Debe ser porque también me parece emocionante el trabajo de edición, aunque dentro de todas las funciones, la que me parecía más incómoda era la de tener que hacer de juez del trabajo que otro escribe; tratar de escribir cartas de rechazo que no resultaran ofensivas pero en las que sí le quedara claro al autor que lo suyo no era la literatura, me parece un asunto delicado.
No he leído el libro de Herralde, pero sí he estado siempre muy interesada en entrevistas y artículos sobre él. Me interesaría leerlo por tu comentario.
En cuanto a la distancia con los autores, creo que esa es otra parte difícil de manejar del trabajo editorial. Me parece que si uno asume funciones administrativas, es necesaria la distancia, porque claro, están los intereses de la editorial de por medio; pero creo que en una editorial grande, donde debe haber personal suficiente para encargarse de las tareas administrativas como contratos, regalías, eventos, divulgación, etc., el trabajo del editor se puede limitar a la literatura, a los textos, y ahí sí es necesario el contacto directo y muy cercano con el autor.
Yo fui editora de una editorial pequeña, en la que trabajamos cinco gatos (jefe, editora, diagramadora, gerente, vendedor y secretaria, que no hacía nada, así que no cuenta), pero era una editorial universitaria, sin ánimo de lucro --por lo menos no económico--, así que tanto nosotros como los autores sabíamos que el asunto no era por plata. Cuando se trata de mirar el asunto como negocio, creo que la cosa sí es a otro precio.

Libélula libros dijo...

"...colecciones de clásicos, algunas reimpresiones y un par de antologías...", ¿de verdad cree que con eso empieza su camino? No es más que la formula de cualquier editor pirata. Mas bien cuentenos que sustenta ese plan de trabajo. Y no olvide que mucho va de una editorial universitaria a una comercial, más bien lea a André Schiffrin.