25/1/10

Tres tristes tigres et al.

Hace ya cerca de dos meses que vivo una especie de delirio literario por culpa de la prosa de Guillermo Cabrera Infante. Todo comenzó con El libro de las ciudades aunque habría que decir que conocí al autor hace unos 13 años cuando salió la primera versión en español (en Colombia) de Puro humo, una historia del cigarrillo que me atrapó desde sus primeras páginas pero que fue hurtada de mi biblioteca como muchos otros libros que no he podido volver a recuperar.

Puro humo me interesaba porque en esa época escribía una serie de poemas sobre el cigarrillo que yo creía que me harían una especie de Malcolm Lowry del tabaco (uno a los 18 años se sabe un genio). Sin embargo, no iba ni en la mitad del libro cuando me di cuenta que no sólo no agregaba nada al tema, sino que hacía un terrible ridículo. Gracias a Cabrera Infante dejé mis poemas sobre el cigarrillo y, mejor aún, dejé de escribir poesía (lamentablemente sobrevivió un folletico que todavía circula por ahí para vergüenza mía –si encuentra alguno, hágame un favor, quémelo-).

Debe ser por eso que tardé tanto en volver a este autor. Hace un par de años compré un volumen gigantesco, una auténtica arma contundente: Infantería: una selección de textos recopilados por el Fondo de Cultura Económica que más parece una sopa de letras del autor cubano. Lo comencé, lo hojee y la cosa se quedó así.

Volvamos a hace dos meses, a El libro de las ciudades, estaba descansando en una hamaca, me había llevado el libro en el maletín, pensando no se qué, la verdad, aunque había comprado en promoción cinco libros de Cabrera Infante (dos en la Feria del Libro y tres en Libélula) seguían inmaculados en mi biblioteca. Pues bien, empecé a leer y no pasaba nada, no entendía nada, el humor me parecía, unas veces rebuscado y otras pasado. De pronto, no puedo explicar cómo, el milagro se dio, me conecté con el libro, con el autor, su humor me pareció fantástico, su complejidad, un guiño de un amigo a quien conocemos hace tiempo, su petulancia, apenas la reafirmación de un autor.

Luego comencé en serio con Infantería, y seguí con Tres tristes tigres. Viene la Habana para un infante difunto que espera impacientemente en mi biblioteca. Este texto, más que una reseña o una recomendación, es una anécdota personal. No sé si otros lo disfruten como yo. Es más, mi ego exigiría que sólo él y yo tuviéramos este entendimiento, pero como el éxito de Cabrera Infante indica, es posible que usted, apreciado lector, lo disfrute tanto o más que yo. Así que qué espera, ¿por qué sigue leyendo a este novato? vaya mejor y se sienta de inmediato a conversar con ese cubano que lo fue más en medio de la niebla de Londres.

2 comentarios:

lalu dijo...

Coincidencialmente, leo La vida nueva de Pamuk.
Pd: Estuve en un avión que casi se cae, pero logré leer "al calor del frío", y llevarme la revista.

Jose F dijo...

Copio y pego:

Contribuyentes

* Christian C. Londoño
* Christian Camilo y Tomás David
* Tomás D. Rubio
* Carlos Augusto Jaramillo

Según mis cuentas ya son cinco los dependientes de este blog.

Carlos A.: Un amigo, lector espléndido, Bonel Buriticá me dijo una vez que La Habana para un Infante difunto es la mejor novela escrita en español, después de El Quijote. Parece hipérbole (o pendejada: como prefiere decir Felipetróleo), pero no: es la pura verdad.

Lalu: ¿y qué tal La vida nueva?