13/10/09

Comentario a sus Portraits from Memory and Other Essays.

Bertrand Russell por Roger Fry. © National Portrait Gallery, London.

La vida y obra de Bertrand Russell, en cierto modo, ha sido opacada por dos hechos: su apasionada labor en el campo de la lógica y la matemática, y su no menos apasionado compromiso con la causa social. Su popularidad en uno, lo hizo impopular en el otro; cuando no parecía frívolo, era tomado por revoltoso. Pareciera que para sus críticos la primera tarea no pudiera convivir pacíficamente con la segunda. Ciertamente éstas generalizaciones, verdaderas o falsas, perjudicaron su imagen, tanto frente a sus contemporáneos como frente a la posteridad. Es ese el tipo de cosas que suele pasar con las generalizaciones.

Quisiera referirme a unos cuantos hechos sobre la vida de Bertrand Russell extraídos de su memoria, de su autobiografía. Éstos, sin duda, no están exentos de revisión, pero prefiero confiar en la memoria de un hombre – de éste gran hombre– que en los incomprensivos juicios que el público (de antaño u hogaño) suele emitir.

Comencemos diciendo algunas palabras sobre la vida de Bertrand Russell. Russell provenía de una tradicional familia inglesa, cuya influencia en el campo político había sido trascendental. Sus mayores habían pertenecido cuando no al orden parlamentario, sí al militar. Durante los tres últimos siglos, los Russell lucharon para la mayor gloria del Imperio, empuñando la espada o blandiendo el cetro. Su abuelo paterno, Lord John Russell, había servido a su majestad Victoria como Primer Ministro del Reino Unido, en dos ocasiones. La casa de Richmond Park, donde Bertrand R. pasaría su infancia al cuidado de sus abuelos – sus padres murieron jóvenes –, había sido un regalo de la Reina Victoria.

La influencia de su abuelo fue en muchos sentidos benéfica. Lord Russell fue bastante liberal para su época; gracias a su labor la democracia inglesa tomó el camino correcto; las inhabilidades impuestas a los judíos, cristianos y otras minorías fueron abolidas; y después de su mandato, nunca quedó tan claro para el pueblo inglés –y para la monarquía– que el rey (o la reina) sólo es un servidor público más. Russell heredó de su abuelo un gusto especial por la política y por un modo de pensamiento liberal.
Sin embargo, la Inglaterra victoriana, era la Inglaterra victoriana, y la familia Russell no veía con buenos ojos las inclinaciones filosóficas de Bertrand. Ante cualquier pregunta filosófica la abuela paterna solía responder sin falla:


What is mind? No matter.
What is matter? Never mind.



La rígida moral puritana alentaba sólo a la virtud y a nada más que a la virtud; la virtud a costa, incluso, de la curiosidad intelectual. No fue fácil para Russell rebelarse del celo “paterno” y elegir una carrera un tanto alejada de los prospectos familiares.

Todavía más complicado fue adaptarse a un mundo diametralmente opuesto, en cuanto a principios y valores, a la Inglaterra de Victoria. Russell nos cuenta con nostalgia que durante su juventud había una “esperanza esencial” en el corazón de los hombres de su generación. La paz entre naciones, la desaparición del hambre, la hermandad entre los hombres parecían sueños a punto de realizarse. Todos se llevaron tremenda sorpresa cuando la historia se encargo de desmentirlos un lamentable día de 1914.



Ahora refirámonos a su obra. Russell, según el mismo declara, desarrollo toda su obra tratando de responder a tres preguntas fundamentales: ¿podemos conocer algo cuya verdad podamos aceptar como irrebatiblemente cierta?; ¿podemos encontrar satisfacción religiosa en algún sistema filosófico cuya doctrina podamos justificar?; ¿podemos hallar el modo correcto de dirigir nuestras sociedades y de dirigirnos a nosotros mismos?

La primera pregunta, según Russell nos cuenta, le tomó un tercio de su vida (es decir 34 de los 98 años que Russell vivió). En éste campo resaltaron sus arduas colaboraciones con Whitehead (con quien escribió los Principia Mathematica), con G. E. Moore, y por supuesto, con el excepcional Ludwig Wittgenstein, (de quien nunca estuvo muy seguro si era un genio o un loco excéntrico). La segunda pregunta lo llevó a abrazar primero a Hegel, después a Platón; al primero lo abandonó tras percatarse que su filosofía no era más que “una versión enmendada y sofisticada de las mismas creencias religiosas”; con el segundo siempre compartió cierta nostalgia esencial, pues tanto Russell como Platón, terminaron por ser dos idealistas que sabían que este mundo es la sombra de otras sombras. La tercera pregunta suscitó bastante controversia; la gente lo llamó Comunista, Pacifista, Liberal, pero como el mismo nos dice: “Siempre el pensamiento escéptico ha susurrado dudas a mi oído, me ha separado del entusiasmo fácil de los otros, y me ha llevado hacía una soledad desoladora.” Nunca pudo sentirse completamente a gusto con sus “compañeros de lucha”, pues humildemente considero que en su larga búsqueda nunca encontró respuesta.

Pero aún cuando Russell no logró cuanto quería lograr, nos dejó importantes enseñanzas sobre la labor intelectual; nos enseño, mucho antes que Wittgenstein, que todo aquello que puede ser pensado, puede ser expresado claramente. El lenguaje que utilizó en sus obras, incluso en las cuales abordaba los problemas filosóficos más abstrusos, fue el lenguaje común; los conceptos que esbozó fueron claros y precisos, como preciso fue su lenguaje; Russell prescindió de toda la verborrea y jerga pseudo-filosófica que lamentablemente predomina en nuestros días.

Entre las muchas enseñanzas que Russell nos legó, quisiera, para terminar, señalar una en particular. Russell fue uno de los últimos victorianos eminentes de la Inglaterra de su tiempo; y dentro de las muchas virtudes que lo convertían en tal, está esa "esperanza esencial" acerca del futuro. Russell repitió muchas veces que aunque tengamos un número mayor de razones para pensar que todo va a empeorar, por ningún motivo podemos dejar de vislumbrar una posibilidad, contra todo hecho, de que las cosas pueden cambiar; de que en los hombres se encuentra el poder para convertir el mundo en un lugar mucho mejor.

Russell quizá hubiera gozado con los versos que Emily Dickinson escribió promediando el siglo XIX:

“Esperanza” es algo con plumas -
que se posa en el alma -
y canta una melodía sin palabras -
y nunca se detiene -totalmente-

más dulce -en el vendaval- se oye-
y herida tiene que estar la tormenta
que pudo abatir al pajarito
que reservó tanto calor -

la oí en la tierra más helada -
y en el más extraño mar -
y nunca, ni en casos extremos,
me pidió una migaja -a mí.

(Traducción de Silvina Ocampo.)

1 comentario:

Jose F dijo...

Hay, lo sabes por supuesto, traducción al castellano: Retratos de memoria y otros ensayos, Alianza 1976.

Creo que este cruce de cartas (Bertrand Russell responde, Granica 1977, páginas 40 y 41) informa sobre el amable talante de Russell:

"Estimado Mr. Betrand Russell:

"Muchas gracias por todo lo que ha hecho.
"Usted me gusta.
"Si viene a Oxford venga a tomar el té conmigo.
"Con mi cariño,

"Paul Altmann

"Tengo seis años"



"24 de noviembre de 1961

"Estimado Paul Altmann:

"Gracias por tu amabilísima carta que me ha complacido especialmente porque me alienta a continuar trabajando.

"Me gustaría tomar el té contigo pero no tengo programado ningún viaje a Oxford. Si fuera allí te lo comunicaría.

"Con el cariño y los mejores deseos de

"Bertrand Russell"


Las fechas de Russell son: 1872—1970.