20/7/09

Literatura Inglesa.





Hacía 1957, Jorge-Luis Borges conoció a la señorita María Esther Vázquez. Finalizando el año 63 se veía pálido, cansado, tembloroso. El doce de octubre de ese mismo año Borges confesó, en casa de Bioy, la causa de sus síntomas: estaba, físicamente, enfermo de amor.

María Esther Vázquez hace parte de la lista de los grandes y fallidos amores de Borges. Junto a ella, al parecer, fue feliz; planeó casarse en mayo del 64 para después llevar a cabo la excéntrica idea de vivir juntos en la Biblioteca Nacional – Biblioteca de la que Borges, como es ampliamente sabido, fue Director (1955 – 1973). Los planes no tuvieron el fin esperado (para agosto de 1964, la relación había terminado), pero para ventura de muchos lectores, esta pareja escribió un par de libros bastante notables: Introducción a la literatura inglesa (1965) y Literaturas germánicas medievales (1966). Quisiera referirme al primero.

No pocos han insinuado que la tarea de la señorita Vázquez se limitó a la de amanuense, alegando que en ciertos pasajes resplandecen ideas que Borges habría consignado en su obra pretérita y repetiría en la futura (esto último es indiscutible); sin embargo, afirmar que este libro fue ejecutado exclusivamente por la mano de Borges, sería una ligereza, una ligereza que no puedo justificar. Por tanto, resulta preferible resaltar su encantador contenido y no dilucidar la “obscura” autoría que tantos suponen.

El libro comprende la historia de la literatura inglesa desde la época anglosajona (siglo VII d.C.) hasta el siglo XIX o, como los autores quieren, “nuestro siglo”; el propósito del libro no es entregar al lector un resumen de esta basta literatura, sino “interesar al lector y estimular su curiosidad para un estudio más profundo.” El libro fácilmente lo logra, intercalando, a través de una prosa clara, concisa y sabia, curiosos datos de la vida de los autores ingleses con agudas reflexiones sobre sus obras; se nos cuenta, por ejemplo, que Marlowe frecuentaba la famosa Escuela de la Noche, donde tuvo oportunidad de conversar con Giordano Bruno y Raleigh y con nobles hombres de su época y, a la vez, se nos dice que ofició de espía y a los veintinueve años murió apuñalado en la taberna; de Keats nos relata que dispuso que el epitafio Here lies one whose name was writ in water (aquí yace uno cuyo nombre fue escrito sobre el agua) fuera grabado en su sepulcro.

No es una novedad señalar que dentro del libro se perciben pensamientos que Borges repasó durante toda su vida. Aún así, aún sabiendo que ya saben, resulta válido hacer dos o tres referencias a la obra de Borges presente en éste librito.

Borges, que admiraba la tarea de traducir (él mismo la practicaría muchas veces en su vida y la consideraría “la más abnegada y menos vanidosa de las tareas literarias”), no puede evitar referirnos que Chaucer, en un tiempo donde la traducción no era un maniobra filológica secundada por el diccionario, tradujo el aforismo hipocrático ars longo, vita brevis por the lyf so short, the craft so long to learne, transformando así “la seca sentencia latina en una meditación melancólica”

En otro lado, cuando habla de Sansón el Luchador (Samson Agonistes) y lo compara con el propio Milton (autor de ésta pieza) dice: “Traicionado por su mujer, rodeado de enemigos y ciego, es espejo de Milton”. Aquí Borges aplica uno de sus métodos más conocidos: la reescritura. Toma ésta opinión expresada por De Quincey en un artículo titulado Milton Versus Southey And Landor y dispone de ella, sin comillas o pie de página. Sin duda, su memoria se ha apropiado de ella. Dice De Quincey, en el original: He (like Milton) was 1. Blind. 2. In a city of triumphant enemies. 3. Working for daily bread. 4. Herding with slaves; Samson literally and Milton with those whom politically he regarded as such.

[El (al igual que Milton) estaba: 1. Ciego; 2. En una ciudad de enemigos triunfantes; 3. Trabajando por el pan de cada día; 4. Conviviendo con esclavos; Sansón literalmente, y Milton con aquellos a quienes políticamente consideraba como tales]

Cuando diserta sobre el Dr. Samuel Johnson recuerda haber leído que una vez en presencia de éste, alguien opinó desfavorablemente sobre un marinero. Johnson respondió que “la vida del marinero, señor, tiene la dignidad del peligro. Todo hombre se desprecia por no haber estado en un mar o una batalla”. Acaso Borges reconozca en esta anécdota en particular el tema que recorre tantos cuentos suyos: la “dignidad última” que hay en el valor, en la capacidad de enfrentar el peligro; capacidad que iguala a los hombres; al torpe Dahlmann que empuña la daga con el desafiante cuchillero de cara achinada.

Dejando atrás los rasgos conexos con la obra de Borges que podemos encontrar en este libro, también se nos cuenta cómo a Coleridge le fue dictado en un sueño el poema Kublai Khan, tema sobre el que Borges había escrito un ensayo (El Sueño de Coleridge, Otras Inquisiciones); cómo Stevenson habría soñado, también, el argumento de Jekyll y Hyde; las vicisitudes que a De Quincey causaron “sus andanzas, sus visiones y sus pesadillas”; la devoción sagrada que causaba en el poeta William Morris Islandia, a la que haría una “peregrinación”; cómo Shaw a la extraordinaria edad de 94 años aún podía hachar un árbol, faena en la que murió.

En una época donde profesores de inglés prescriben a sus alumnos versiones resumidas de los grandes clásicos ingleses; donde estamos plagados de libros que contienen la literatura universal resumida en unos cuantos tomos de mal gusto; donde dependemos de las imprecisas referencias de wikipedia para conocer el mundo; donde los medios promocionan, extáticos, libros cada vez peores; es infinitamente agradable encontrarse con un libro como este. Espero no sea el último de su clase.


3 comentarios:

Carlos Augusto Jaramillo dijo...

A continuación paso a ignorar tu ácido comentario acerca de aquellos que preferimos leer los clásicos de la literatura universal resumida, en vez de leer de a poquitos los libros importantes. Me resbala tu erudicción. Mi crítica va hacia está frase: "Por tanto, resulta preferible resaltar su encantador contenido y no dilucidar la “obscura” autoría que tantos suponen."
¿Obscura? ¿Obscura? Mira, obscura es que no tuvieramos ni la más remota idea de quién escribió ese libro. Pero en este caso sólo hay tres posibilidades:

a)Lo escribió Borges.
b)Lo escribieron los dos.
c)Lo escribió ella.

Es más, se puede decir que sólo a y b son posibles. Así que obscura, que pena pero no. Y no se te ocurra defenderte con un tratado etimológico acerca de la palabra obscuridad que vas a conocer mi ki ardiendo y un kame ha como no has visto antes.

P.D.: Te quiero.

Jose F dijo...

Con Borges ni se sabe, Carlos A.: bien puede ser que lo hubiera escrito misiá Leonor (como algunas traducciones suyas que le puso a firmar a Jorgito), con tal de mantenerlo lejos de la "señorita" Vásquez. O Bioy, para tenerla cerca él: a la "señorita".
Y quién quita que con eso de "obscura" Christian se hubiera permitido, ¡por una vez!, alguna broma, puro humor negro:
Un futuro anotador pondría entonces una llamada a pie de página:
Malévola alusión a la vista de Borges.

Jose F dijo...

Ah, y me dejé en el tintero:
¿Qué tal que lo hubiera escrito Harold Alvarado Tenorio, y Héctor Abad Faciolince lo encontrara en el bolsillo del saco del exánime doctor Héctor Abad?
No, si la confusión es tremenda, Carlos A.
Y me despido sin zalamerías.