31/3/11
Borges en Colombia
25/3/11
Radetzkymarsch
Durante la batalla de Sarajevo, luego de que un soldado campesino arriesgara su vida por salvar a un compañero, que resultó siendo nada más y nada menos que su “majestad apostólica real e imperial” Francisco José I, éste, el soldado Joseph Trotta, nacido en la humilde Eslovenia, es nombrado noble y capitán del ejército, no sin antes recibir la Orden de María Teresa, el máximo honor en la milicia. Así comienza el noble linaje de los Trotta; con el honor y la custodia de un imperio. El capitán tiene un hijo, y éste a su vez el suyo. La marcha Radetzky es la historia de cómo este último descendiente y el imperio desaparecen. Antes, el retrato del emperador colgaba orgulloso en las casas y en los negocios; ahora cuelga bajo las luces de los burdeles y en el corredor de atrás de las tabernas. Antes, la idea de conservar el orden invitaba a los jóvenes a preparar la guerra; ahora la idea del progreso y de “la humanidad” hacen temerla y evitarla a toda costa. Antes, si uno se enfermaba, lo consecuente era esperar con resignación la muerte; ahora los hombres dicen sufrir por el amor de una mujer casada y beben para olvidar la pena. Antes, existía un gran imperio; ahora no queda nada.
¿Qué es la patria, ahora, entonces? ¿Qué puede levantar el ánimo de los pueblos y unificarlos de nuevo bajo el mando majestuoso de los Habsburgo? Encontrar estas respuestas aniquiló a Roth, el judío que se creía cristiano. Lo llevó a planear conspiraciones ridículas, a dedicar demasiado tiempo al intento por desarrollarlas. Se entregó a Dios, que, no sabiendo si Roth era judío, católico o simplemente una mezcla lamentable de los dos, lo consoló con el olvido que presta por un rato el alcohol:
"«¿Por qué es santo el bebedor?», le pregunté. «Por los mismos motivos que yo -me contestó con expresión seria-. Porque el buen Dios le concedió la misma gracia que a mí. Presta a mi bebedor, un vagabundo, doscientos francos, que él tendría que devolver a santa Teresa de Lisieux, por medio del sacerdote de la capilla de Santa María de Batignolles. Naturalmente, el vagabundo se bebió la donación, pero el buen Dios siguió haciéndole llegar dinero por caminos diferentes, como ha alimentado siempre mi talento poético cuando la llama interior amenazaba con extinguirse»." El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, p 16.
...
La gran mayoría de la obra de Roth está traducida al español: “El busto del Emperador”, apareció en 2008 en Acantilado, con traducción de Isabel García Adánez; La marcha Radetzky se reeditó en 2008, en Edhasa, con la traducción de Arturo Quintana. Lo de von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth, lo editó también Acantilado, con traducción de Nieves Trabanco.
18/3/11
Tres libros que nunca llegaron a la vitrina:
16/3/11
Cianuro azucarado
12/3/11
Regalar libros (II)
El libro más fascinante y el más bellamente editado que he encontrado en muchos años me lo regaló un amigo la navidad pasada. Microscripts (Microgramas) de Robert Walser, traducido del alemán por Susan Bernofsky (New Directions/Christine Burgin), es algo único; una transcripción de las historias minúsculas de Walser, que escribió con una caligrafía obsesivamente pequeña, con letras de no más un milímetro de altura para que así toda una historia pudiera caber en la parte de atrás de una caja de fósforos. La labor de descifrar la escritura llevada a cabo por Werner Morlang y Bernhard Echte fue un triunfo de tenacidad erudita, y esta edición, diseñada por Christine Burgin, es un triunfo del arte de editar libros.
Me gusta en particular regalarle libros a mi nieta, que va a estudiar Inglés en la universidad el próximo año. Cosas como las Poesías completas de Emily Dickinson, o los Poemas de Wallace Stevens, o las Cartas de Keats. O The Thing in the Gap-Stone Stile (Faber) de Alice Oswald. Recuerdo haber empezado mi propia biblioteca de poesía a su edad, y todavía tengo esos libros. También le mando cosas como la antología de Angela Carter Wayward Girls and Wicked Women (Virago), historias cortas e irónicas para leer en medio de los últimos años del bachillerato.
Una vez, hace mucho tiempo, me regalaron, recién publicado, como regalo de cumpleaños, Look, Stranger! de W. H. Auden. Ése es el regalo que recuerdo con más claridad.
8/3/11
Regalar libros
1/3/11
Cuartos de escritores: Beryl Bainbridge
Uno de los nietos dejó la pistola es un juguete en mi escritorio. Durante la guerra no habían juguetes para niños, y como siempre se veía a los soldados ir y venir por la carretera, construí un rifle con un pedazo de madera y una banda elástica amarrada a una punta, con un pedazo de corcho amarrado a la otra. De él vengo. Hoy día, mis nietos no pueden tener pistolas en la casa, pero sí cuando vienen a visitarme. Tengo quince pistolas de juguete y todas son de metal; pienso que son hermosas pero no es posible sacarlas a cualquier parte.
Conseguí la máquina de escribir en 1958 con un chino. Como ya no se puede mandar a arreglar tengo que ser muy cuidadosa con ella. Allí escribo los primeros borradores. Esto te da más tiempo, pues al ser la máquina tan vieja tienes que golpearla; un computador simplemente acelera. Luego los paso al computador para poder corregir. Después van a dar con alguien que hace este trabajo apropiadamente pues yo no puedo teclear bien.
El perro es un cachorro creo que se llama Walter –uno de mis nietos se lo ganó como premio en el colegio. Como es tan joven, a veces se sienta conmigo un rato mientras trabajo. No llega a distraerme tengo un búfalo de tamaño real en el corredor y no me doy cuenta de él. Los querubines los vendían en las tiendas de Oxfam en la calle principal de Camden: en ningún sentido son valiosos, simplemente son bonitos.
Los libros están ahí porque no hay otro lugar para ponerlos no puedo recordar a dónde deben volver, entonces simplemente se quedan en la mesa.
El cenicero es el recuerdo de unos tiempos más felices… Pensé en dejar algunas colillas en él, pero luego los niños se enfadarían conmigo.
Mi nieto Bertie construyó el Titanic para mí cuando apenas tenía doce años. Me lo dio de cumpleaños cuando estaba escribiendo Every Man for Himself. Nunca lo he sacado de la urna, es tan hermoso.
Encima del candelabro del piano está el modelo de un soldado acostado y disparando desde las almenas, con una bandera que hizo uno de mis nietos.
No me importa trabajar un poco atiborrada de cosas. Es tu cabeza la que tiene que estar despejada.
Beryl Bainbridge nació en Liverpool en 1932 o en 1934. Murió hace menos de un año, el 2 de julio. Empezó a escribir novelas apenas supo que no tenía nada más para hacer; un fallido intento de suicidio señala que, efectivamente, escribir fue su última opción. Sus primeros libros están basados en experiencias personales, en recuerdos familiares. El día que sintió que todo su pasado ya estaba escrito, y que no había nada más para contar, decidió escribir novelas históricas. Escribió sobre el hundimiento del Titanic, sobre la guerra de Crimea, sobre los últimos días de Samuel Johnson. Apenas terminaba un libro pintaba un cuadro sobre el protagonista de la historia. Poco antes de morir un nieto le preguntó si no creía que ese año iba a ser divertido, Bainbridge le respondió: oh, no tengo tiempo, tengo que escribir un maldito libro. Varias editoriales han publicado en español a Bainbridge: ninguna con el juicio suficiente. La española Ático de los libros publicó en 2010 El baile de los infieles. Prometen más.