Aunque este blog no se abrió para ser el diario de una librería, sí quisimos contar algo de cómo nos pasamos los días en un lugar de esos. Miro las entradas y nada o casi nada cuenta algo de lo que es ser un dependiente en Libélula. Seguramente (al menos ese es mi caso) siento que las historias salen mal, que la anécdota, cuando uno es el protagonista, es una ridiculez, un abuso. Necesito que hoy no:
En las mañanas, cuando la librería abre la puerta, después de barrer, de hacer el café, de organizar los libros que muchas veces quedan en la mesa y que parecen todo menos abandonados, después de sacudir un poco el polvo y buscar cuáles libros fueron vendidos, de reponerlos si es el caso, casi siempre tenemos que ir al banco. Antes de salir está la posibilidad: se puede llevar un libro. ¿Pero cuál? ¿Uno de poesía, de cuentos, de aforismos? ¿Una novela? No sabemos cómo va a estar la fila. ¿Ese libro de Acantilado que me daba pena abrir? ¿Lo de la Szymborska? Si es quincena o no, es algo en lo que nunca pensamos. ¿Ese libro que me recomendó x? ¿Ese autor que reseñó y?
Una vez me llevé Lenz, de Georg Büchner, y todavía no entiendo muy bien por qué; otro día fue la biografía de Natalia Ginzburg sobre Chéjov; el librito de poemas de José Manuel Arango que salió en la revista El malpensante; El malpensante de Bufalino… pero ninguno tan práctico (sí, práctico) como el Diario de Jules Renard.
Queremos, sin diluvios de por medio, conocer otras respuestas; ustedes, ¿qué libro se llevarían para la fila de un banco?
12 comentarios:
Es una pregunta muy difícil. Yo mismo he disfrutado (sí, disfrutado, no hay nada como el placer de leer en una fila, y el placer secreto de que todos los demás que se encuentran allí mueren de tedio mientras uno se muere de risa) Risa. Eso es. El otro día me lleve un libro de Woody Allen, creo que Plumas, pero no estoy seguro de que se llame así. Corrígeme por favor Tomás. Me reí como un niño chiquito y todo el mundo se sentía más molesto todavía de saber que no compartía su monótona espera.
"La época sobre la cual escribo es un momento de nuestra historia en el que las filas, o colas, habían sido seriamente puestas a prueba por la automatización, especialmente en los Bancos. A través de avisos en los periódicos, en la televisión y por correo, se instaba a los clientes a hacer sus depósitos y retiros insertando tarjetas en máquinas automáticas, pero todavía había suficientes hombres y mujeres que perdían sus tarjetas o que se sentían tan solitarios como para ir a formar una fila amistosa en una ventanilla de Banco y sonreírle al cajero."
(John Cheever, Parecía un paraíso, Emecé 1983, página 22)
Sigo: ¿me llevaría Parecía un paraíso a la fila de un Banco? El propio Cheever lo descarta desde el principio:
"Éste es un relato para leer en la cama, en una vieja casa, una noche de lluvia." (página 11)
Como quien dice que cada libro tiene un momento y un lugar precisos: un fila de Banco reclama un libro breve, de textos breves: aforismos, apuntes de diario. Un libro de Monterroso es perfecto.
A menos que se trate de una fila en Bancolombia: ahí aguanta hasta La historia de Genji (de editorial Atalanta: casi 1400 páginas de 18,5x 24 cmts.), llevarse los dos volúmenes y hasta un pupitre para ponerlos sobre él y leerlos con toda calma.
Yo me llevaría "Filosofía a mano armada", que es sobre un profesor de filosofía que se vuelve ladrón de bancos, o la novela autobiográfica de Gregory David Roberts --Shantaram- donde cuenta cómo se volvió ladrón de bancos luego de que lo echaran de su cátedra de filosofía en una universidad australiana(tengo la versión digital para quien quiera).
Yo la quiero, Pablo.
Me llevaría: Los Cueadernos Norteamericanos de Hawthorne (en la edición de Berti); Los Aforismos de Lichtenberg (traducidos por Juan Villoro); Las Prosas Apátridas de Riveyro (que no he leído); El malpensante de Bufalino (que espero Tomás me preste); La Breve Guía de Lugares Imaginarios de Manguel(que quiero conseguir).
Y dinos, Ángela, qué libros te llevarías tú.
Me llevaría el Lazarillo de Tormes, escrito por mí.
Creo que me llevaría el "Animalario universal del profesor Revillod".
No sé, al banco van Christian y Tomás, yo me quedo leyendo en la librería.
Allen, Fischer, Monterroso, Renard... parece que el asunto aquí es relajar la tragedia.
Sí, lo de Ribeyro es una excelente opción, es de esos libros que se puede abrir en cualquier página.
El animalario me lo imagino más en el estadio, no sé.
A propósito de lo de Cheever (su edición, Doctor Calle, es del 83; Márai escribe esto en el 84):
"Por primera vez en mi vida, un encuentro directo con un robot: el banco donde tengo mi cuenta corriente me ha enviado una tarjeta de plástico que se llama Versatel. Cuando quiero sacar dinero, tengo que introducir la tarjeta en una máquina incrustada en la pared del banco, y al cabo de unos segundos la cantidad solicitada cae en una bandeja metálica, en forma de billetes nuevos. No se necesita firma ni comprobante alguno... El robot se ocupa de todo: en un momento comprueba la autenticidad de la tarjeta y si hay saldo entrega la cantidad y me da un papelito impreso donde consta el movimiento, además de informarme de cuánto dinero me queda en la cuenta. Un milagro espectral y aterrador. Temo que pueda cometerse algún fraude, pero la entidad bancaria ya lo ha tenido todo en cuenta. La exclusión de la mano de obra es perfecta. ¿Qué será de ti, hombrecito?"
(Diarios 1984-1989 pp. 64-65)
Sobre todo si la fila es en BANCAFE del triangulo, nada mas apropiado que Werner Hoffmann: "los aforismos de Kafka". Breviarios F.C.E 1978
algo entretenido, pero que no exija demasiada concentración, que haga que el tiempo pase fácil pero que no absorba tanto que uno no vea que hace rato le toca el turno.
No sé, una revista El Malpensante, o Gatopardo, Ásterix y Óbelix, Los Reyes Malditos o hasta un libro de Daniel Samper Pizano. Lo mismo pienso del Metro.
Para un avión, en el que no hay que estar pensando en que se va a bajar 5 estaciones después o en que el de atrás se va a poner furioso o en que perdió el turno del ficho y ahora le toca esperar 2 horas m{as, la cosa cambia.
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