28/1/10

En Vitrina:



En el país de los dioses: Lafcadio Hearn. Acantilado.

Comedia: Dante Alighieri. Seix-Barral.

La casa de los siete tejados: Nathaniel Hawthorne. Debolsillo.


25/1/10

Tres tristes tigres et al.

Hace ya cerca de dos meses que vivo una especie de delirio literario por culpa de la prosa de Guillermo Cabrera Infante. Todo comenzó con El libro de las ciudades aunque habría que decir que conocí al autor hace unos 13 años cuando salió la primera versión en español (en Colombia) de Puro humo, una historia del cigarrillo que me atrapó desde sus primeras páginas pero que fue hurtada de mi biblioteca como muchos otros libros que no he podido volver a recuperar.

Puro humo me interesaba porque en esa época escribía una serie de poemas sobre el cigarrillo que yo creía que me harían una especie de Malcolm Lowry del tabaco (uno a los 18 años se sabe un genio). Sin embargo, no iba ni en la mitad del libro cuando me di cuenta que no sólo no agregaba nada al tema, sino que hacía un terrible ridículo. Gracias a Cabrera Infante dejé mis poemas sobre el cigarrillo y, mejor aún, dejé de escribir poesía (lamentablemente sobrevivió un folletico que todavía circula por ahí para vergüenza mía –si encuentra alguno, hágame un favor, quémelo-).

Debe ser por eso que tardé tanto en volver a este autor. Hace un par de años compré un volumen gigantesco, una auténtica arma contundente: Infantería: una selección de textos recopilados por el Fondo de Cultura Económica que más parece una sopa de letras del autor cubano. Lo comencé, lo hojee y la cosa se quedó así.

Volvamos a hace dos meses, a El libro de las ciudades, estaba descansando en una hamaca, me había llevado el libro en el maletín, pensando no se qué, la verdad, aunque había comprado en promoción cinco libros de Cabrera Infante (dos en la Feria del Libro y tres en Libélula) seguían inmaculados en mi biblioteca. Pues bien, empecé a leer y no pasaba nada, no entendía nada, el humor me parecía, unas veces rebuscado y otras pasado. De pronto, no puedo explicar cómo, el milagro se dio, me conecté con el libro, con el autor, su humor me pareció fantástico, su complejidad, un guiño de un amigo a quien conocemos hace tiempo, su petulancia, apenas la reafirmación de un autor.

Luego comencé en serio con Infantería, y seguí con Tres tristes tigres. Viene la Habana para un infante difunto que espera impacientemente en mi biblioteca. Este texto, más que una reseña o una recomendación, es una anécdota personal. No sé si otros lo disfruten como yo. Es más, mi ego exigiría que sólo él y yo tuviéramos este entendimiento, pero como el éxito de Cabrera Infante indica, es posible que usted, apreciado lector, lo disfrute tanto o más que yo. Así que qué espera, ¿por qué sigue leyendo a este novato? vaya mejor y se sienta de inmediato a conversar con ese cubano que lo fue más en medio de la niebla de Londres.

21/1/10

Costumbres argentinas


Pregunté, sabiendo el engaño, si era México al 1501: pregunté, lento, si allí comía Jorge-Luis- Borges; la mesera pregunta si allí pasaba el rato "Gorges, Forges..." Tomo la foto; saliendo me entero que los empleados no sabían que allí Borges (tal vez) haya pasado sus "ratos"; "nunca lo he leído":


16/1/10

Felisberto, nene.



Continuando, entonces, con las antologías: Las Hortensias y otros relatos, de Felisberto Hernández, en la editorial El cuenco de plata, Buenos Aires, 2009. (Felisberto Hernández nació en Montevideo en 1902; allí mismo, en 1964, moriría de 61 años.)

Siempre he considerado desafortunada la etiqueta "autor de culto"; porque así como otorga un grado de misterio y devoción impostada, altera, regula, y al final decide el juicio del lector: no podría entonces decir que mi llegada a Felisberto haya sido muy diferente, o inesperada, o meritoria, respecto a muchas otras.

Sin embargo, desde ya considero a Felisberto como un amigo; como a ese escritor absolutamente honesto que desarrolló su obra desde la calidez más esencial.

En estos cuentos (en realidad Las Hortensias es una novela corta) el silencio y los recuerdos son obsesiones, hermosas repeticiones:

"Hacía algunos años me había despertado en el cuarto oscuro de un hotel de campaña y había descubierto que nuestros pensamientos se producen en un ámbito de nuestra intimidad que tiene calidad de silencio. Aun en el barullo más estridente de una gran ciudad, pensamos en silencio a dónde vamos, qué tenemos que hacer o en aquello que conviene a nuestros deseos. Pero todavía es más profundo el silencio en que se forman nuestros sentimientos. Sentimos el amor en silencio antes de que lleguen los pensamientos, después las palabras y después los actos, cada vez más hacia afuera, hacia el ruido". (La casa nueva)

"Todos estos recuerdos vivían en algún lugar de mi persona como en un pueblito perdido: él se bastaba a sí mismo y no tenía comunicación con el resto del mundo. Desde hacía muchos años allí no había nacido ninguno ni se había muerto nadie. Los fundadores habían sido recuerdos de la niñez. Después, a los muchos años, vinieron unos forasteros: eran recuerdos de la Argentina. Esta tarde tuve la sensación de haber ido a descansar a ese pueblito como si la miseria me hubiera dado unas vacaciones". (El corazón verde)

Todo, así, se entretiene en medio de lo que nos queda en la cabeza, y en lo que la ausencia de sonidos nos llega a gritar desde algún otro mundo que presentimos, pero nos equivocamos, fantástico: un puebllito que a menudo visitamos y que llamamos memoria.

Una antología que se queda corta, pero que cumple con mostrar un autor (menos mal) cada vez menos de "culto": y que desde fuera de esa sombra de dañina y escondida admiración, nos llega como otra comprobación, básica, de la felicidad.

...

a) Creo que se han mencionado los problemas de distribución entre las editoriales pequeñas en hispanoamérica: El cuenco de plata, por desgracia, no presenta excepción: y aunque el trabajo editorial del señor Edgardo Russo no ha pasado desapercibido por la librería, con apenas tres títulos en medio de los estantes, la sensación es ingrata. Me llama la atención, en la Nota editorial que presenta el libro de Felisberto, esta triste dedicatoria:

"La presente edición recupera para los lectores rioplatenses..."

b) La juiciosa edición de Las Hortensias y otros relatos, cierra, semejando un cuenco de plata, así:

Se terminó de imprimir en el mes de agosto de 2009
en los Talleres Gráficos Nuevo Offset
Viel 1444, Capital Federal
Tirada: 2500 ejemplares.



15/1/10

Tres Antologías.

Hace un par de noches, leyendo el diario de Adolfo Bioy Casares, encontré una selección, realizada por Borges y Bioy, de los, a su criterio, mejores cuentos de Rudyard Kipling y Henry James; así como una colección de piezas de R.L. Stevenson (a la que llamaron Otro Stevenson).

Es fácil perderse en las voluminosas ediciones de cuentos completos; para ahorrar tiempo (la vida es corta, el arte extenso) y energías, mejor resulta elegir unos pocos buenos cuentos, una modesta antología; eso basta. Nada mejor, entonces, que las elaboradas por estos dos grandes lectores, tan profundamente familiarizados con estos tres grandes autores.

Transcribo aquí el índice de estas muy aconsejables antologías:

“a. Kipling: «Beyond the Pale» , «The Gate of the Hundred Sorrows», «The Brushwood Boy», «On the Great Wall», «The Church that was at Antioch», «Dayspring Mishandled», A Sahib’s War», «The Dog Hervey», «Mary Postgate» «The Eye of Allah» », «The Wish House», «The Finest Story n the World».

b. Henry James: «The Great Good Place», «The Figure in the Carpet», «The Coxon Fund», «The Beldonald Holbein», «The Real Thing», «The Friends of the Friends», «The Birthplace», «The Abasement of the Northmores».

c. Otro Stevenson: «On the Choice of a Profession», «A Christmas Sermon», «Gentlemen», «A Gossip on Romance», «A Humble Remonstrance», «A Chapter on Dreams», dos o tres fábulas («Faith, Half Faith and No Faith at All») .”


Henry James. Rudyard Kipling. Robert Louis Stevenson.


8/1/10

Carlos Augusto Jaramillo está indispuesto