Hay una idea extraña que parece rondar durante las últimas miradas aquí desarrodada sobre el tema de la traducción o, si prefieren, versión de una obra literaria: y es que parece un asunto subjetivo. Lo cierto es que no lo es. Hay una obra que queremos llevar a otro idioma, queremos, según creo, que la historia que cuenta sea leída por lectores que no conocen la lengua original. Y entre dos traducciones se puede señalar cuál es más cercana al, digamos, espíritu de la obra.
Ahora, la palabra 'espíritu' es problemática, más si pensamos en la traducción de la poesía, dónde es tan importante el fondo como la forma. Hace unos años, cuando la forma era primordial en la poesía (sacrificar un mundo para pulir un verso) los traductores se esforzaron en mantener avante el contenido, pero siendo fieles con el continente. Eran ejercicios intelectuales gigantescos mantenían la rima y además trataban de estar lo más cerca posible al contenido. Imagino al pobre traductor pensando si debe cambiar árbol por abedul, de manera que el verso funcione. De cualquier forma la inteción era ser lo más cercano posible al original. Después la forma dejó de ser tan importante y la rima se perdió en las versiones, se podría pensar que esto es positivo, en pos de conservar lo que de verdad se quiere decir. Y sin embargo, tanto trabajo, tanto esfuerzo del parte del poeta para que las sílabas se cuenten como manda el canon, para que la rima sea alegre y se delice por el verso sin ninguna artificialidad, como una música, como el viento entre las ramas de los árboles.
Es fácil juzgar cuál traductor es más fiel con el poeta, no tanto, cuál es más fiel con el poema. Tal vez sea este el asunto fundamental.
La obra, y ahora saltemos de un trapecio a otro mientras damos un triple salto mortal, también en la novela y en la literatura en general, es literatura independientemente de quién la escribió, o de quién la tradujo. El autor está presente durante el proceso, digamos, creador. Después debe defenderse sola. La pregunta sería entonces, en el caso de la versión: ¿Sigue siendo literatura? y si la respuesta es positiva ¿cuál es la importancia de que sea más o menos fiel a la obra original? La respuesta parece haberla dado hace unos días el doctor Calle cuando habló de Homero, Iliada, de Alejandro Baricco: una nueva escritura de este clásico en el que Baricco se dedica, guiado por la idea de adaptar el texto para una lectura pública, a releer y reescribir la Ilíada de Homero, construyendo con el material original una nueva versión.
Pocos se atreverían a decir que este nuevo texto es una traducción de la Iliada, y más bien muchos lo consideran una obra nueva. Si aceptamos esto tal vez podamos acercanos un poco a lo que es una verdadera traducción o al menos a algunas de sus características:
1. La intención debería ser primordial, infaltable, aunque no suficiente. El traductor debe saber que está haciendo tal cosa y no otra y que tiene una responsabilidad frente a la obra.
2. Conocer bien el idioma (modismos incluídos) tanto del original, como aquel al cual se va a vertir. Y ambos deberían ser tan fáciles para el traductor como si fuera la lengua nativa.
3. Conocer tan bien la obra que casi pueda escribir a la manera de... otras cosas, lo que se le ocurra.
4. Ser respetuoso del 'espíritu' de la obra (otra vez esta difícil palabra, que tal vez merezca por sí sola una entrada).
5. Debería agregarse la humildad. Suponemos que el traductor debería entender que es un artesano. Un hombre que debe hacer su labor de manera perfecta, pero apegándose al molde.
6. Entender que la obra ya está completa. Nada peor que alguien que crea que todavía se pueden agregar o editar cosas a una obra. Es muy posible que por la cabeza de los traductores siempre pase la idea de pensar que una palabra es demasiado fea o susceptible de mejorarse. Son ideas que deben alejarse de inmediato.