26/7/09

Virginia Woolf mira por una ventana mientras habla con los pájaros. Los animales seguramente no le entienden, ni se detienen, ni son concientes que allá abajo, con los bolsillos llenos de piedras, una señora que le habla al cielo se alegra por ellos. Y se alegra porque sabe que cada momento es el último y porque la contemplación de un paisaje es otra forma de morir. Una futilidad demasiado hermosa y demasiado inútil: Pessoa: Lo inútil es bello porque es menos real que lo útil, que se continúa y prolonga, al paso que lo maravilloso fútil, lo glorioso infinitesimal, se queda donde está, no pasa de ser lo que es, vive libre e independiente.

Marguerite Yourcenar: No vemos dos veces el mismo cerezo, ni la misma luna sobre la que se recorta un pino.
...

Me pregunto si los muchos libros cansarán, si un día esa cita de todos los días ante el papel y la tinta se cancelará, y los ojos, tan cansados, no distingan las formas, las apariciones de la luz.


Renard: Nieve sobre el agua: silencio sobre silencio 

22/7/09

En Vitrina (Tres Compactos):



Antonio Tabucchi: Sostiene Pereira, Anagrama.

Saki: Cuentos de humor y de horror, Anagrama.

W.G. Sebald: Austerlitz, Anagrama.

20/7/09

Literatura Inglesa.





Hacía 1957, Jorge-Luis Borges conoció a la señorita María Esther Vázquez. Finalizando el año 63 se veía pálido, cansado, tembloroso. El doce de octubre de ese mismo año Borges confesó, en casa de Bioy, la causa de sus síntomas: estaba, físicamente, enfermo de amor.

María Esther Vázquez hace parte de la lista de los grandes y fallidos amores de Borges. Junto a ella, al parecer, fue feliz; planeó casarse en mayo del 64 para después llevar a cabo la excéntrica idea de vivir juntos en la Biblioteca Nacional – Biblioteca de la que Borges, como es ampliamente sabido, fue Director (1955 – 1973). Los planes no tuvieron el fin esperado (para agosto de 1964, la relación había terminado), pero para ventura de muchos lectores, esta pareja escribió un par de libros bastante notables: Introducción a la literatura inglesa (1965) y Literaturas germánicas medievales (1966). Quisiera referirme al primero.

No pocos han insinuado que la tarea de la señorita Vázquez se limitó a la de amanuense, alegando que en ciertos pasajes resplandecen ideas que Borges habría consignado en su obra pretérita y repetiría en la futura (esto último es indiscutible); sin embargo, afirmar que este libro fue ejecutado exclusivamente por la mano de Borges, sería una ligereza, una ligereza que no puedo justificar. Por tanto, resulta preferible resaltar su encantador contenido y no dilucidar la “obscura” autoría que tantos suponen.

El libro comprende la historia de la literatura inglesa desde la época anglosajona (siglo VII d.C.) hasta el siglo XIX o, como los autores quieren, “nuestro siglo”; el propósito del libro no es entregar al lector un resumen de esta basta literatura, sino “interesar al lector y estimular su curiosidad para un estudio más profundo.” El libro fácilmente lo logra, intercalando, a través de una prosa clara, concisa y sabia, curiosos datos de la vida de los autores ingleses con agudas reflexiones sobre sus obras; se nos cuenta, por ejemplo, que Marlowe frecuentaba la famosa Escuela de la Noche, donde tuvo oportunidad de conversar con Giordano Bruno y Raleigh y con nobles hombres de su época y, a la vez, se nos dice que ofició de espía y a los veintinueve años murió apuñalado en la taberna; de Keats nos relata que dispuso que el epitafio Here lies one whose name was writ in water (aquí yace uno cuyo nombre fue escrito sobre el agua) fuera grabado en su sepulcro.

No es una novedad señalar que dentro del libro se perciben pensamientos que Borges repasó durante toda su vida. Aún así, aún sabiendo que ya saben, resulta válido hacer dos o tres referencias a la obra de Borges presente en éste librito.

Borges, que admiraba la tarea de traducir (él mismo la practicaría muchas veces en su vida y la consideraría “la más abnegada y menos vanidosa de las tareas literarias”), no puede evitar referirnos que Chaucer, en un tiempo donde la traducción no era un maniobra filológica secundada por el diccionario, tradujo el aforismo hipocrático ars longo, vita brevis por the lyf so short, the craft so long to learne, transformando así “la seca sentencia latina en una meditación melancólica”

En otro lado, cuando habla de Sansón el Luchador (Samson Agonistes) y lo compara con el propio Milton (autor de ésta pieza) dice: “Traicionado por su mujer, rodeado de enemigos y ciego, es espejo de Milton”. Aquí Borges aplica uno de sus métodos más conocidos: la reescritura. Toma ésta opinión expresada por De Quincey en un artículo titulado Milton Versus Southey And Landor y dispone de ella, sin comillas o pie de página. Sin duda, su memoria se ha apropiado de ella. Dice De Quincey, en el original: He (like Milton) was 1. Blind. 2. In a city of triumphant enemies. 3. Working for daily bread. 4. Herding with slaves; Samson literally and Milton with those whom politically he regarded as such.

[El (al igual que Milton) estaba: 1. Ciego; 2. En una ciudad de enemigos triunfantes; 3. Trabajando por el pan de cada día; 4. Conviviendo con esclavos; Sansón literalmente, y Milton con aquellos a quienes políticamente consideraba como tales]

Cuando diserta sobre el Dr. Samuel Johnson recuerda haber leído que una vez en presencia de éste, alguien opinó desfavorablemente sobre un marinero. Johnson respondió que “la vida del marinero, señor, tiene la dignidad del peligro. Todo hombre se desprecia por no haber estado en un mar o una batalla”. Acaso Borges reconozca en esta anécdota en particular el tema que recorre tantos cuentos suyos: la “dignidad última” que hay en el valor, en la capacidad de enfrentar el peligro; capacidad que iguala a los hombres; al torpe Dahlmann que empuña la daga con el desafiante cuchillero de cara achinada.

Dejando atrás los rasgos conexos con la obra de Borges que podemos encontrar en este libro, también se nos cuenta cómo a Coleridge le fue dictado en un sueño el poema Kublai Khan, tema sobre el que Borges había escrito un ensayo (El Sueño de Coleridge, Otras Inquisiciones); cómo Stevenson habría soñado, también, el argumento de Jekyll y Hyde; las vicisitudes que a De Quincey causaron “sus andanzas, sus visiones y sus pesadillas”; la devoción sagrada que causaba en el poeta William Morris Islandia, a la que haría una “peregrinación”; cómo Shaw a la extraordinaria edad de 94 años aún podía hachar un árbol, faena en la que murió.

En una época donde profesores de inglés prescriben a sus alumnos versiones resumidas de los grandes clásicos ingleses; donde estamos plagados de libros que contienen la literatura universal resumida en unos cuantos tomos de mal gusto; donde dependemos de las imprecisas referencias de wikipedia para conocer el mundo; donde los medios promocionan, extáticos, libros cada vez peores; es infinitamente agradable encontrarse con un libro como este. Espero no sea el último de su clase.


15/7/09

En Vitrina (Tres distopías):



Ray Bradbury: Fahrenheit 451, DeBolsillo.

George Orwell: 1984, Destino.

Aldous Huxley: Un mundo feliz, DeBolsillo.

10/7/09

Viaje al fin de la noche. Edhasa.


Leer Viaje al fin de la noche es enfrentarse a una pesadilla. La cosa comienza bien, tragicómica, pero bien. Pero después, después, es terrible, sentimos la vida de Ferdinand como la propia. Es decir, horrible, difícil, sinuosa, pesarosa, desesperanzada, cansada, aburrida, espantosa, lúgubre…
El lector siente que no puede más, no se explica cómo el personaje puede continuar, pero lo hace, hasta con orgullo, hasta con algo de honor. Es una novela maravillosa, deprimente, y maravillosa. La leemos como quien mira a través de una ventana sin ser visto. Nos sentimos incómodos de inmiscuirnos en la vida de un ser con tantas penas y vergüenzas, leemos con dificultad, queremos y no queremos, es una sensación horrible y sin embargo tenemos que proseguir.


Nos gusta de este libro que atrapa a pesar de sí, de que es algo que no quisiéramos leer. Recuerda La naranja mecánica la escena en que le proyectan a Alex películas con ultraviolencia. Pero Alex, comparado con el lector de Viaje al fin de la noche es un pobre e inocente jovencito, pues él está obligado por los científicos a ver escenas que, creen, lo convertirán en una mejor persona.
En cambio, usted, lector, si lee a Céline, lo hará bajo su propia responsabilidad, y no saldrá bien, porque cuando uno se adentra al fin de la noche sabe que lo que lo espera cambiará algo, o mejor, averiará algo que no sabíamos que estaba ahí.

7/7/09

En Vitrina (y además en promoción):





Marguerite Yourcenar: Una vuelta por mi cárcel, Punto de Lectura.


Juan Carlos Onetti: La vida breve, Punto de Lectura.


José Saramago: El hombre duplicado, Punto de Lectura.


Julio Cortázar: Historias de Cronopios y de Famas, Punto de Lectura.

5/7/09

"Nos recordamos para no morir"


Gesualdo Bufalino, me entero, no dudó en alabar el trabajo de Joaquín Jordá: ese señor que tradujo del italiano, entre otras obras, la Perorata del apestado. Cuenta Jordá que le contó Bufalino, que había aprendido español solamente para leer, en vez de sus originales, las traducciones de éste.

Hace poco encontré la edición de Norma de la Perorata, traducida por Yolanda González; una edición que llama la atención por un apéndice mucho más extenso que el aparecido en la de Anagrama Compactos: la primera que conseguí, leí y me enamoró. Por ejemplo, la de Norma contiene, además de las Instrucciones de uso (Bufalino era dado a componer ciertas "explicaciones" de sus escritos, pues sospechaba que como sus libros, jamás pensados para imprimirse, eran tan íntimos, podían incluso considerarse ofensivos al lector), que fueron en su momento publicadas por Anagrama, una serie de anexos muy valiosos para el lector y que no aparecen publicados por la editorial española: los poemas escritos por Bufalino en la Rocca -el pabellón de tuberculosos donde vivió en los años cuarenta, justo después de terminada la Guerra y que sirvió como experiencia para escribir su novela- y contenidos ensu libro de poemas L’amaro miele, los epígrafes que Bufalino había pensado para cada capítulo y que al final se obviaron, las inscripciones imaginarias de las lápidas de los personajes del libro, y una ilustración que muestra una partida de ajedrez descrita en éste.

Pero Anagrama tiene a Joaquín Jordá. Y Bufalino lo sabía:

"Con ellos he repartido, a la sombra de la misma bandera, cualquier limosna del momento, todos los engaños y los desengaños de sus carreras, aunque no el final repentino que las concluyó. Pero si, entre tantos, sólo yo, sea esto un premio o un castigo, he salido adelante y todavía respiro, mayor es el remordimiento que no el alivio, por haber traicionado a espaldas suyas el silencioso pacto de no sobrevivirnos."

"Con ellos compartí, a la sombra de la misma bandera amarilla, cada limosna de la hora, cada engaño y desengaño de sus carreras, aunque no el fin repentino que las concluyó. Pero si de tantos sólo yo, por premio o condena, he sobrevivido y todavía respiro, siento más remordimiento que alivio, por haber traicionado sin que ellos lo supieran el pacto de no sobrevivirnos."


"Han apresado a un contrabandista -comentó ella-. Y a nosotros que vivimos de contrabando, y que transportamos de contrabando una muerte, nadie nos persigue." (Jordá, Anagrama)

"Han capturado a un contrabandista - fue su comentario-. Y a nosotros que vivimos de contrabando, y llevamos una muerte clandestina, no nos requisa nadie." (González, Norma)

...

Esta otra Perorata de la señora González, una vez leída, desencanta: ese no es Gesualdo Bufalino, es otro que se llama Gesualdo Bufalino, sólo que no tan bueno. Algo así como la hermana fea.

Un libro ajeno y desconocido.