14/9/10

Tournier celebra

Michel Tournier cuenta que le hubiera gustado escribir El diario de a bordo de Noé, imaginar los días que el santo de las inundaciones estuvo encerrado en el arca. Pero que después supo de un texto de Proust, que trascribe:

Cuando yo era niño, ningún personaje de la Historia sagrada me parecía tan digno de compasión como Noé, a causa del Diluvio que le mantiene encerrado en el arca durante cuarenta días. Más tarde estuve enfermo a menudo, y también tuve que permanecer durante largos días en el “arca”. Entonces comprendí que jamás pudo Noé ver mejor el mundo que desde el arca, a pesar de que estuviese cerrada y que la tierra estuviese oscura.


Después de leer esto Tournier resuelve la pregunta “¿Qué hacía Noé en medio de aquel zoológico, sin duda tan amodorrado como él?”: “La respuesta está clara. En la oscuridad tambaleante del arca, con una lechuza posada sobre su hombro y con el escritorio apoyado en la giba de un dromedario, Noé escribía
En busca del tiempo perdido”.

Este tipo de cosas es Tournier; escribir celebraciones así. Por eso Michel Tournier está en esta frase de Flaubert que él mismo anota en
El vagabundo inmóvil: “Seca tus pobres ojos y resérvalos no para llorar, sino para ver. Pues todo está ahí: ver. Todo está ahí para comprenderlo, y por encima de todo se trata de comprender. Si vieses mejor, sufrirías menos y trabajarías más”.

Un libro, entonces, puede hacer comenzar una librería. Abrir las puertas después de convencer editoriales, distribuidores, organizar una vitrina llamativa, encargar muebles, poner tal vez un cuadro, porque las paredes todavía se ven muy vacías, y tener todo listo para que llegue un día en una caja (ese es el deseo) el libro, ese libro que salde la aventura. Creo que conozco a ese librero. Michel Tournier escribe al comienzo de Celebraciones: “No hay nada como la admiración. […] Quien no es capaz de admiración es un miserable. Ninguna amistad sería posible con él, puesto que no existe amistad sin compartir admiraciones comunes. Nuestros límites, nuestras insuficiencias, nuestras pequeñeces tienen su cura en la irrupción de lo sublime ante nuestros ojos”. Es esta admiración, precisamente, la que luego comienza a presentarse en otros libros, y uno se emociona, se alegra, no es uno sino muchos libros los que se convierten en justificación... Pero eso sí, nadie me quita de la cabeza que Michel Tournier escribió El vagabundo inmóvil para que naciera Libélula Libros.

La casa parroquial de Tournier, en Choisel, dibujo de Jean Max Toubeau, página 38 de El vagabundo inmovil, Alfaguara, 1988.

Michel Tournier vive en una casa de campo, un “presbiterio” del valle de Chevreuse hace 48 años. Al comienzo la tuvo como un lugar de visita, luego decidió quedarse ahí “por la rutina, para siempre…”, la volvió su pareja. Una casa al lado del jardín de una iglesia: “Turbadora afinidad de las palabras: casa-museo, tierra-ceniza, jardín-cementerio, Kierkegaard=jardín de iglesia=cementerio”. Tantos años en esa casa le mostraron que los árboles se odian: “Me explico. Hace veinticinco años planté dos abetos en mi jardín. Medían un metro cincuenta y los coloqué a diez metros de distancia el uno del otro. Ahora deben medir unos quince metros, y sus ramas interiores pronto se tocarán. Pero si los observo a cierta distancia, compruebo que no han crecido en línea recta. A pesar de la distancia que los separa, han crecido ligeramente al bies, como para separase el uno del otro. Es como si cada árbol emitiera unas ondas repelentes destinadas a los demás árboles. Se lo comenté al encargado de un vivero. Me confirmó que sólo crecen hermosos los árboles plantados aisladamente, con un espacio a su alrededor prácticamente infinito para expandirse. Sí, los árboles se odian entre sí”; que las aguas de su pozo, que están a más de diez metros por debajo del cementerio vecino están contaminadas por los cadáveres en descomposición; que el helicóptero del presidente Mitterand podía aterrizar sin problemas en algún campo cercano, cuando lo visitaba…

Un árbol torcido, dibujo de Jean Max Toubeau, página 106 de El vagabundo inmóvil.

...

Michel Tournier tiene 85 años, cuenta que está cansado, que se aburre, que ya no viaja, hace veintiséis años escribió: “Envejecer. Dos manzanas en un estante para el invierno. Una se hincha y se pudre, la otra se reseca y se convierte en polvo. Elegid, si podéis, esta segunda vejez, dura y ligera”. L'Express hace unos meses lo visitó en Choisel, aquí el video y la historia. (Hace frío, adentro se ve un cuarto lleno de cosas viejas: "A veces siento veleidades de ruptura, de liberación. Vender, tirar toneladas de antiguallas, y todas las costumbres con ellas. ¡Qué joven me llegaría a sentir! Y luego, cuando lo pienso mejor, ¡igual sería que me apuntara un brazo o una piedra!" Se alcanza a ver su gorra, se oyen varios maullidos: casi imposible que sea Sacha, el gato que hace más de veinte años desaparecía a voluntad por la casa y luego, cuando Tournier le preguntaba, "Pero bueno, ¿dónde estabas?", alzaba los ojos como diciendo "¿Yo? ¡Pero si no me he movido!")



«En primer lugar debemos recordar que los espejos han llegado muy tarde a nuestras vidas, apenas a comienzos del siglo XV. Los primeros espejos de vidrio de Venecia eran objetos de lujo, reservados para las clases privilegiadas. Cuesta concebir que durante siglos el común de los mortales falleciera sin haber visto su propio rostro; la mayoría de la gente no había visto jamás un espejo.
La Galería de los Espejos, en Versalles, era el orgullo de Luis XIV, era la prueba de su inmensa fortuna. Esto hoy nos da lo mismo, pero a la época de Luis XIV era fabuloso.
Era el caso de una pareja de campesinos que recibieron un día la visita de un próspero viajero. Lo alojaron en la mejor habitación de la casa. Cuando el viajero se fue a la mañana siguiente, el marido se dio cuenta de que había dejado una pequeña bolsa. La abrió y sacó un objeto brillante y extraño. El hombre quedó conmocionado: ahí estaba el rostro de su padre, muerto hacía diez años. El rostro lo miraba fijamente, y se veían claras las lágrimas acumulándose en los bordes de sus párpados; era él: ese que había muerto de pena, enemistado cruelmente con su hijo… un doloroso drama familiar.
Nuestro hombre volvió a poner el objeto en la bolsa y se apresuró a salir.
Su mujer notó que estaba alterado:
–¿Qué es lo que te pasa?
Él se contentó con alzar los hombros y salió hacia su trabajo. La mujer se quedó preocupada y finalmente entró también en la habitación.
Encontró la bolsa, la abrió y sacó el espejo. Se quedó viendo.
La desesperación la invadió, “es cierto lo que temía, pensó, él me engaña, y además, ¡ella es vieja y fea!”»

...

No deja de ser increíble la ignorancia de los espejos (¿y el reflejo en el agua?). Aquí otra versión, recogida por Jean-Claude Carrière:

El espejo chino

El espejo es a menudo accesorio del sueño.
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su mujer le dijo:
-Por favor, tráeme un peine.
En la ciudad, vendió su arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de regresar, se acordó de su mujer. Ella le había pedido algo, pero ¿qué? No podía recordarlo. Compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo.
Entregó el espejo a su mujer y salió de la habitación para volver a los campos. Su mujer se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando, le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo diciéndole:
–Mi marido ha traído a otra mujer.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
–No tienes de qué preocuparte, es muy vieja.

El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero. Lumen, p84.

2 comentarios:

Libélula libros dijo...

Uff, que puedo decir.

Jose F dijo...

Después de esta espléndida entrada, ¿podrá alguien resistirse a leer a Tournier?
¿Podrá alguien no entender nuestra devoción por Libélula?