Es un mal libro, o un libro malo. No cabe duda. Pero es mejor ir al principio, tratar de explicar los porqué, que generalmente no tienen explicación. El título: Siempre hay una canción que nadie escucho. Así, sin tilde en la última "o", en la carátula.
El subtítulo, que ya se plantea aprovechado para un libro que se publica en marzo de 1999: 21 hombres al fondo de un milenio.
Angel Beccassino (en el lomo del libro aparece su nombre, también sin tilde) es el autor. Un periodista, fotógrafo y publicista bastante mediocre, que no merecería que ni estos hombres ni nadie le dieran una entrevista. ¿Por qué? más adelante se puede observar de qué va el asunto.
Al abrirlo el lector se encuentra con que es un libro de lo que Beccassino llama conversaciones. Algunos de los nombres: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Alejandro Obregón, Daniel Santos, Ernesto Sabato, Quino, José Luis Cuevas, Otto de Greiff.
El libro está escrito parejo: mal editado (o sin edición), con errores ortográficos, y con los personajes hablando tal cual. Es como si los hubiera grabado y después transcrito sin tener en cuenta que el entrevistado, sin importar quién sea, se equivoca al hablar y necesita, siempre, algo de piedad de quien pregunta y lleva al papel.
Tal vez lo más imperdonable sea el trato. Es casi insoportable leer preguntas como estas: "Usted, Borges, ha trabajado permanentemente sobre la idea del círculo, de ese laberinto que es el círculo..." Es casi irrespetuoso, ese usted, ese Borges a secas, esa afirmación en vez de pregunta, esos puntos suspensivos al final, como si Borges con su respuesta lo interrumpiera en medio de una importante disquisición.
El libro cumple 10 años de publicado y no ha vuelto a ser editado (al menos eso dice google libros).
Sin embargo, hay algo sobre él que no está mal del todo. Detalles que permiten reflexionar, respuestas con sabor tan real que uno siente escuchar, de verdad, al personaje.
Hay algo que incita al orgullo: ese saber que esas palabras, de esos hombres, sólo están en ese volumen, que hay pocos, que son como un secreto que se guarda en la biblioteca, de hombres cuyas vidas son todas más que públicas.
Algunas citas (sin cambiar nada del original):
Con Borges:
A.B.: ¿Qué importancia tuvo el dinero en su vida?
J.L.B.: Y todos los días pasaba por la esquina de San Juan y Boedo, y cada semana compraba un décimo de lotería, y al cabo de nueve años me obligaron a renunciar, cuando subio Perón, porque me nombraron inspector de aves de corral y huevos. Para que yo renunciara, claro, porque ¿qué se yo de aves de corral o de huevos, bueno, y esa misma semana, que no lo compré, salió con la grande el número.
A.B.:¿Usted ha leído mucho?
No, no, yo he ojeado libros. No creo haber leído ningún libro del principio hasta el fin, o muy pocos, Schopenhauer, alguna novela de Conrad, Chesterton, pero en general no. Si yo recuperara la vista, yo me quedaría en esta casa, hojeando enciclopedias, la mejor lectura que puede tener un hombre ocioso y curioso como yo... No, yo no he leído mucho.
Con Rulfo:
A.B.: Como que se la va ablandando a la muerte.
J.R.: En el fondo, en el fondo se tiene miedo de la muerte, pero se convive con la muerte.
A.B.: ¿Y la vida?
J.R.: La vida es maravillosa. Lo que pasa es que nosotros la hacemos pedazos. Nosotros destruimos la vida... ese es el cáncer humano, yo creo ya. Fíjese, por ejemplo, que durante mucho tiempo el hombre tuvo un matrimonio feliz con la naturaleza. Pero hubo un momento en que, sin saberlo bien, algo entró en conflicto con ese gusto que antes tenía el hombre por la naturaleza. Por ejemplo, la montaña. La montaña es impresionante, el subir a una montaña y el sentirse allá solo, en aquellas alturas, donde solamente está usted y la naturaleza. Como otros dirían, están usted y Dios solamente... Pero es el hombre el que destruye la vida. Cada uno tiene su destino... En realidad, el destino lo va fraguando uno mismo. Fíjese que hay cosas que uno sabe que le hacen daño y las sigue haciendo, y ni siquiera lo hace porque le gusta.
Con Obregón:
A.B.: Pero hablemos de vos.
A.O.: ¿De mi? Soy muy torpe.
A.B.: ¿Sos muy torpe?
A.O.: Soy muy torpe. Para hablar de mi, en todo caso. Tal vez... es que me educaron en Inglaterra desde los nueve años, hasta los catorce, y es una ética totalmente distinta al trópico. Es una ética con rigor, donde te enseñan a no hablar de tí mismo. A no decir ni mio, ni yo hice... aquí nosotros empezamos una frase "a mi me pasó esto", o "yo pienso esto". En Inglaterra le dan la curva a eso... tengo ese reflejo muy fuerte. Una ética a esa edad marca fuertísimo.
A.B.: Pero vos también tenés otra cosa, que es algo como muy exhibicionista
A.O.: Si, pero en la pintura.
A.B.: Y en vos también.
A.O.: Cuando estoy muy borracho. Cuando estoy muy borracho me vuelvo otra cosa... Soy géminis, así que no me cuesta mucho trabajo. (risa) Salgo de uno, paso al otro...
Con Sábato:
A.B.: ¿Y sus viejos contactos con el surrealismo?
E.S.: Eso fue en París... porque era el mundo opuesto al de la ciencia y la razón. Entonces me hice amigo de Oscar Domínguez y conocí a Bretón, Tristan Tzara y a otros. Yo estaba trabajando, en secreto, en una novela que se iba a titular "La Fuente Muda", por un verso de Antonio Machado. Pero nunca la publiqué, excepto un fragmento que salió en la revista Sur, por el año 1960, o algo así.
A.B.: ¿Por qué no la publicó?
E.S.: Siempre fuí autodestructivo, y las tres novelas que publiqué, son las únicas que se salvaron de la quemazón.
A.B.: ¿Por qué quemarlas?
E.S.: No lo sé. Siempre me fascinó el fuego. Tiene algo de purificador.