3/11/11

El sueño de las escalinatas

La retórica de Jorge Zalamea puede sonar anticuada, ridícula. No lo creo así. Fue en 2005 cuando el profesor de español puso a sonar un cassette: una voz profunda, seca, empezaba a pronunciar un montón de palabras pomposas. Era un poema llamado El sueño de las escalinatas que, contaba el profesor, conservaba en esa única copia; el longplay del que provenía la grabación que ahora escuchábamos había sido convertido en un juguete más por su hijo. Sólo le quedaba ese regular -habían fragmentos recortados que el profesor explicaba como un posible mordisco del niño, un aruñón- traspaso del lp al cassette.

Hace poco un amigo de la librería apareció con el cd que la emisora cultural HJCK, en su "Colección Literaria", dedicó a Jorge Zalamea. Este es, sin mordiscos, El sueño de las escalinatas:


Copio la contraportada de la edición que tengo del poema de Zalamea (El Áncora Editores, 1982):

"Jorge Zalamea (1905-1969) se inició en el periodismo como crítico teatral y desde muy joven publicó en la revista Cromos sus primeros cuentos y reseñas de libros. Posteriormente viajó por diversos países del mundo en calidad de diplomático, exiliado o luchador político. Fue traductor de Sartre, T. S. Eliot, Saint-John Perse, Paul Valéry y William Faulkner, entre otros. En 1965 ganó el concurso de ensayo de Casa de las Américas con "La poesía ignorada y olvidada", y un año antes de su fallecimiento recibió el premio Lenin de la paz.
Junto con "La Metamorfosis de Su Excelencia" y "El gran Burundún-Burundá ha muerto, "El sueño de las escalinatas" es tal vez su obra más conocida. Zalamea escribió la parte inicial en Benarés, durante 1957, y la versión definitiva apareció por primera vez en Bogotá en 1964".

De las traducciones sólo conozco la de Faulkner: Requiem For a Nun lo tradujo Réquiem para una mujer (Emecé, 1958).

24/10/11

Prohibición


Algunas prohibiciones tras la llegada de los talibanes a Kabul (tomado de: El librero de Kabul de Åsne Seierstad, Océano):

3. Prohibida la rasura. Todo hombre que lleve la barba afeitada o cortada será encarcelado hasta que le crezca la barba con la longitud de un puño.

5. Prohibición de la posesión de palomas y de las riñas de pájaros. Este pasatiempo tiene que cesar. Las palomas y los pájaros usados en juegos y riñas deben ser matados.

7. Prohibido el juego de la cometa. Este juego tiene conseciuencias sociales nocivas, por ejemplo, las apuestas, la mortalidad infantil y el ausentismo escolar. Los comercios que vendan cometas serán cerrados.

10. Prohibidos los peinados británicos o norteamericanos. Los hombres con el pelo largo serán detenidos y llevados al Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, donde se les cortará el pelo convenientemente. El coste de la peluquería correrá a cargo del infractor.

14. Prohibido tocar el tambor. En caso de que alguien toque el tambor, el consejo religioso de ancianos decidirá la pena adecuada.

15. Queda prohibido que los sastres confeccionen ropa femenina y tomen medidas a las mujeres. En caso de ser encontradas revistas de moda en la tienda el satre será encarcelado.

11/9/11

Awesome People Reading

Qué buen blog (¿tumblr?) este que muestra a un montón de celebridades leyendo: desde Nabokov hasta Bruce Lee, desde Groucho Marx hasta Audrey Hepburn:



W. H Auden lee

24/8/11

¡Boletín! ¡Boletín!

27/7/11

En vitrina:


Cees Nooteboom: Tumbas de poetas y pensadores (Fotografías de Simone Sassen). Debolsillo.

Thomas Bernhard: El malogrado, Alfaguara.

Javier Marías: Los enamoramientos, Alfaguara.

6/7/11

Max Frisch: Montauk. Una narración. Laetoli, trad. Fernando Aramburu.

La colección Maestros del siglo XX de la editorial Laetoli, con apenas seis títulos publicados, sigue mereciendo todos los elogios: impecable presentación, excelentes traducciones, cuidados que van desde la mención de otras obras del autor publicado en castellano hasta una mínima reseña del traductor y del autor encargado de la ilustración de la portada: Laetoli ha incluido todos las minucias técnicas y para muchos innecesarias que siempre he querido ver en un libro.

Lo técnico se olvida fácilmente, las novelas que han editado son impresionantes. Una, que se lee como la más natural de las historias, Dissipatio humani generis de Guido Morselli, cuenta cómo de un momento a otro todos los habitantes del planeta se desvanecen; no son raptados ni sometidos a secuestro alguno, se desvanecen simplemente, y como prueba queda el espacio vacío de la forma humana entre las sábanas. Otra, que comienza como una explosión y mereció la celebración absoluta de un cascarrabias como Nabokov: La paloma de plata de Andréi Biéli. Y una más, que es un sacudimiento casi grosero: El brezal de Brand, de Arno Schmidt. El catálogo se completa con las Obras completas de Wolfgang Borchert, Edad de hombre de Michel Leiris y Montauk de Max Frisch.

Montauk funciona como testamento, es el libro que toda celebridad evita escribir. Las razones: Montauk es la confesión de un fracaso como profesional, como amigo, como esposo, como padre. El amante Frisch tal vez salga bien librado: pero sin abusos, sin las proezas que los escritores suelen otorgarse. El escritor suizo es un hombre que necesita de la compañía de una mujer para no caer en el desorden doméstico y en el fastidio del drama solitario. Las relaciones siempre, para él, son el juego previo a la separación, van a ser una promesa que tarde o temprano se incumplirá. Pero la culpa de todos estos sinsabores personales le cae bien a Frisch: “Nuestra culpa tiene una utilidad; justifica muchas cosas en la vida de otros”. (p 44)

La mejor línea de Montauk es esta, buenas noches: "La literatura conserva el momento, para eso existe. La literatura tiene el otro tiempo”. (p 77)

4/7/11

Las bibliotecas del Nobel

Vía Moleskine Literario me enteré del artículo que el diario La Tercera le dedicó a la biblioteca de Mario Vargas Llosa, la de Lima, la de la vista hacia el Pacífico. De detalles como el nylon que atraviesa los estantes para evitar en algo la caída de los libros durante algún terremoto, la escalofriante catalogación de todos los recortes de prensa que hablan sobre él llevada a cabo desde hace décadas, los hipopótamos puestos sobre el escritorio, las notas que escribe al final de los libros y la calificación de 0 a 20 con que juzga sus lecturas.


La otra biblioteca de Vargas Llosa está en Madrid y hace unos días la señora librera me recomendó un programa de Radio Televisión Española, "Los oficios de la cultura", donde la muestran brevemente. ¿Lo mejor? Para mí el minuto 13 cuando Vargas Llosa le muestra a Matías Candeira un ejemplar de la primera edición de Madame Bovary -y en donde se alcanza a leer el subtítulo "Mœurs de province", costumbres de provincia, línea que pocos tienen en cuenta cuando traducen la novela de Flaubert. Ediciones Akal lo hace, no sé cuál otra.

Aquí queda el programa "Mario Vargas Llosa y el oficio de escribidor" emitido en octubre de 2010:



29/6/11

En vitrina: Patrick Leigh Fermor



Mani. Viajes por el sur del Peloponeso, Acantilado.

Entre los bosques y el agua, Península.

15/6/11

El bibliotecario valiente




A propósito de los 25 años de la muerte de Borges, en el libro de ensayos Entre paréntesis de Roberto Bolaño (Anagrama, Compactos) encontramos esta breve semblanza:


El bibliotecario valiente

Empezó como poeta. Admiraba la literatura expresionista alemana (aprendió francés por obligación y alemán por algo que podríamos llamar amor, y lo aprendió sin maestros, solo, como se aprenden las cosas importantes), pero posiblemente nunca leyó a Hans Henny Jahn. En las fotos de los años veinte podemos verlo con un gesto envarado y triste, un joven cuyo cuerpo casi sin aristas parece tender hacia la redondez, hacia la suavidad. Practicó la costumbre de la amistad y fue fiel, sus primeros amigos, en Suiza y en Mallorca, pervivieron en su memoria con el fervor de la adolescencia o de la memoria sin culpa de la adolescencia. Y tuvo suerte: frecuentó a Cansinos-Assens y descubrió, para siempre, una visión inédita de España. Pero volvió a su país y encontró la posibilidad de un destino. Un destino soñado por él mismo en un país soñado por él mismo. En las inmensidades americanas imaginó el valor y su sombra, la soledad inmaculada de los valientes, el día que se ajusta a la vida como un guante. Y volvió a tener suerte: conoció a Macedonio Fernández y a Ricardo Güiraldes y a Xul Solar, que valían más que la mayoría de los intelectuales españoles que había frecuentado, o eso pensaba él, y pocas veces se equivocó. Su hermana, sin embargo, se casó con un poeta español. Eran los años del Imperio argentino, cuando todo parecía al alcance de la mano y Buenos Aires podía autodenominarse la Chicago del hemisferio sur sin enrojecer acto seguido de vergüenza. Y la Chicago del hemisferio sur tuvo su Carl Sandburg (poeta, por cierto, que él admiró), y se llamó Roberto Arlt. El tiempo los ha juntado y los ha vuelto a separar para siempre. Pero entonces uno de los dos se sumergió en el vértigo y el otro en la búsqueda de la palabra. Del vértigo de Arlt nació la utopía en su estado más demencial: una historia de pistoleros tristes que prefiguraba, del mismo modo que Abaddón el exterminador, de Sábato, el horror que mucho tiempo después se cerniría sobre la república y sobre el continente. De la búsqueda de la palabra, por el contrario, surgió la paciencia y una modesta certidumbre en la felicidad de la literatura. Boedo y Florida fueron los nombres de ambos grupos, el primero designa un barrio popular, el segundo una calle céntrica, y hoy ambos nombres marchan juntos hacia el olvido. Arlt, Gombrowicz (aquella cena que nadie recuerda); pudo haber sido amigo de ellos y no lo fue. De ese diálogo inexistente hoy queda un gran hueco que también es parte de nuestra literatura. Por supuesto, Arlt murió joven, después de una vida agitada y llena de privaciones. Y fue básicamente un prosista. El no. El era poeta, y muy bueno, y escribía ensayos, y sólo bien entrado en la treintena se puso a escribir narraciones. Hay quien dice que lo hizo ante la imposibilidad de convertirse en el poeta más grande de la lengua española. Estaba Neruda, a quien nunca quiso, y la sombra de Vallejo, cuya lectura no frecuentó. Estaba Huidobro, que fue amigo y luego enemigo de su triste e inevitable cuñado español, y Oliverio Girondo, a quien siempre consideró superficial, y luego venía García Lorca, de quien dijo que era un andaluz profesional, y Juan Ramón, de quien se reía, y Cernuda, al que apenas prestó atención. En realidad, sólo estaba Neruda. Estaba Whitman, estaba Neruda y estaba la épica. Aquello que él creía amar, aquello que más amaba. Y entonces se puso a escribir una historia en donde la épica sólo es el reverso de la miseria, en donde la ironía y el humor y unos pocos y esforzados seres humanos a la deriva ocupan el lugar que antes ocupara la épica. El libro es deudor de los Retratos reales e imaginarios, que escribiera su amigo y maestro Alfonso Reyes, y a través del libro del mexicano, de las Vidas imaginarias, de Schwob, a quien ambos querían. Muchos años después, cuando él ya era el más grande y estaba ciego, visitó la biblioteca de Reyes, en México DF, oficialmente bautizada como "Capilla alfonsina" y no pudo evitar comentar la reacción que ante tal despropósito tendrían los argentinos si a la casa de Lugones se la llamara "Capilla leopoldina". Ese no poder evitar un comentario, su permanente disposición para el diálogo, siempre lo perdió ante los imbéciles. Dijo que su primera lectura del Quijote la hizo en inglés y que ya nunca más le pareció tan bueno como entonces. Se rasgaron las vestiduras los críticos españoles de capa y espada. Y olvidaron que las páginas más certeras sobre el Quijote no las escribió Unamuno, ni la caterva de casposos que siguieron a Unamuno, como el lamentable Ramiro de Maeztu, sino él. Después de su libro sobre piratas y otros forajidos, escribió dos libros de relatos que probablemente son los dos mejores libros de relatos escritos en español en el siglo XX. El primero aparece en 1941, el segundo en 1949. A partir de ese momento nuestra literatura cambia para siempre. Escribe entonces libros de poesía estrictamente memorables que pasan inadvertidos entre su propia gloria de cuentista fantástico y la ingente masa de musos y musas. Varios, sin embargo, son sus méritos: una escritura clara, una lectura de Whitman, acaso la única que aún se mantiene en pie, un diálogo y un monólogo ante la historia, una aproximación honesta al english verse. Y nos da clases de literatura que nadie escucha. Y lecciones de humor que todos creen comprender y que nadie entiende.En los últimos días de su vida pidió perdón y confesó que le gustaba viajar. Admiraba el valor y la inteligencia.


Roberto Bolaño. Entre paréntesis, pág. 289.

12/6/11

En vitrina:




Italo Calvino: La entrada en guerra*, Siruela.

Samuel Johnson: El patriota y otros ensayos, El buey mudo.

Jaime Jaramillo Escobar: Método fácil y rápido para ser poeta (dos tomos), Luna Libros

*Ver: http://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/2011/06/la-columna-que-se-reproduce.html.

24/5/11

El rincón del vago: Antonio Ungar



Fotografías tomadas por el autor


Trabajo en donde puedo. He vivido en cinco países distintos en los últimos quince años y en cada país he tenido que mudarme más de una vez (nueve veces cuando viví en Barcelona sólo cinco años). Por culpa de tanto trasteo nunca he tenido un estudio silencioso y solemne en el que escribir por fin las obras maestras que mis lectores me piden a los gritos.

Más que estudios silenciosos y solemnes ha habido esquinas cómodas de salas poco ruidosas, balconcitos soleados sin demasiado tráfico vehicular, mesas del comedor amplias pero cojas, camas dobles con esposas trabajadoras y muchos sofás mullidos para las mejores madrugadas.
Así he escrito todo lo que he escrito. Sin un cuarto fijo, sin un horario y sin un ritual para escribir. Escribo, pero a veces ni siquiera eso hago. Antes del último libro estuve dos años mudo. Ahora llevo casi un año sin mover un dedo. Desde hace unos meses tengo por fin un apartamento amplio, soleado, con un cómodo estudio de escritor en el que podría producir más de una obra maestra diaria sin pestañear siquiera.
Pero precisamente ahora (que lo tengo todo) mis manos se niegan a escribir. Las noches se van una detrás de otra, todas muy ordenadas, mientras yo leo novelas policíacas tirado en una colchoneta o veo televisión gringa que bajo ilegalmente en mi computador portátil. En pocas horas del día en que no estoy durmiendo o en la calle, trabajo, también, todo hay que decirlo.
Desde hace cuatro meses vivo en Jaffa, Israel-Palestina. Aquí, como en Colombia, lo que pasa en la calle es infinitamente más divertido que cualquier cosa que pueda aparecer en el computador de un escritor. Es por eso que mi primoroso estudio está casi todo el día vacío. Siempre que regreso recuerdo que debería estar escribiendo y simultáneamente constato que en mi ausencia el desorden se multiplica sólo.
En mi estudio queda también mi closet, así es que cuando me pongo la piyama (lo que ocasionalmente sucede en las noches) contribuyo con una muda entera al veloz cambio geológico de una montaña de ropa sucia que podría desaparecer si un día me decidiera a lavarla, lo que no ocurre con la frecuencia que debería.
Últimamente leo mucho y casi solamente libros policíacos, así es que junto a mi montaña de ropa sucia asciende desafiando la gravedad una segunda montaña de libros baratos y a medio empezar. Cuando me descuido, que es casi siempre, una tercera montaña dialoga con las dos anteriores: el Everest de la comida y los platos sucios. Almuerzo sólo, siempre, en mi estudio de escritor. Almuerzo viendo televisión, leyendo en mi colchoneta. Sin escribir.
Rezo cada día para que cuando la musa de la escritura regrese para bombardearme con obras maestras (de mi autoría, espero) el presupuesto me siga alcanzando para pagar este primoroso estudio. Sé que entonces, motivado por tanta creatividad, me decidiré por fin a decorarlo. Pondré bibliotecas y las llenaré de libros imprescindibles. Pegaré en las paredes fotos de escritores vivos y de escritores muertos. Recogeré la ropa sucia. Comeré en la cocina. Y no volveré a leer, lo prometo, para evitar que el caos me devore de nuevo.




Antonio Ungar (1974) es un escritor colombiano. Su primer libro, Trece circos comunes (Norma, 1999) -reeditado en 2010 por Alfaguara: Trece circos y otros cuentos comunes- es la reunión de imagenes que van desde una sala llena de soldados malheridos hasta los recuerdos de la selva del Guainía. Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías como la que hizo no hace mucho la editorial Eterna Cadencia: El futuro no es nuestro Nueva narrativa latinoamericana. Es autor de las novelas Zanahorias voladoras (Alfaguara), Las orejas del lobo (Ediciones B) y Tres ataúdes blancos. Esta última, publicada por Anagrama, ganó el Premio Herralde 2010. Agradecemos su colaboración y la de su vecino en Jaffa: si no fuera por la cámara digital que llevaba puesta tal vez este texto no estaría listo.



Doctor Pasavento, Elegía, la serie Wallander de Mankell, algo de Herta Muller.

19/5/11

Dos de Apostrophes

Es un gusto ver las entrevistas del programa Apostrophes hechas por Bernard Pivot. En la Videoteca de humanidades están entre otras las dirigidas a Vladimir Nabokov y a la señora Marguerite Yourcenar. Nabokov, nunca dispuesto a improvisar palabra, aceptó la invitación para una transmisión en vivo en 1975. Puso una condición, la misma de siempre: que las preguntas que Pivot fuera a hacerle se le enviarán antes para él preparar sus respuestas por escrito. Pivot cuenta que, a pesar de dudarlo por un segundo, refutando a sus principios como periodista, dijo que sí. La entrevista hay que verla: un Nabokov-actor fingiendo descaradamente que responde con naturalidad a las preguntas del presentador -cuando todos alcanzaban a verle entre las manos esas tarjetas tan famosas en las que escribía-, es una imagen inolvidable. Pivot contó después algunas intimidades: antes de la entrevista Nabokov lo llamó y le reclamó que no podía leer durante más de una hora sin tomar un poco whisky para levantar el ánimo, las fuerzas. Pero no quisiera seguir el ejemplo francés, le dijo, y dejar la impresión de ser un escritor de esos que ceden al poder del alcohol. No hay problema, le respondió Pivot, serviremos el whisky en una tetera y yo durante el programa respetuosamente le preguntaré, ¿un poco más de té, señor Nabokov?


Nabokov, el 30 de mayo de 1975 en Apostrophes


Desde 1939 Marguerite Yourcenar vivió con quien sería su compañera durante cuarenta años, la señora Grace Frick, su traductora al inglés además. Cuando Pivot fue a entrevistar en 1979 a Yourcenar en su casa en el estado de Maine, Frick estaba muy enferma, y Pivot, que estudiaba bien a sus entrevistados y si era el caso leía o releía los libros del invitado –algo que se nota admirablemente en su trabajo- al final de la visita le comentó cuánto le llamaba la atención el hecho de que ninguno de sus libros hubiera aparecido en los Estados Unidos en la última década. La razón es muy simple, le contestó Yourcenar, como usted ha visto Grace ha estado muy enferma y no ha podido traducir más mis libros. Por eso no quiero apenarla, no quiero que mientras viva vea que un libro firmado por mí aparece con una traducción que no es la suya.

6/5/11

Woody Allen on Inspiration

Desde principios del 2009, el sitio web The Browser, en su sección FiveBooks, le ha preguntado a escritores, artistas, cineastas, filósofos, científicos, pintores, etc., cuáles son, en su opinión, los mejores cinco libros sobre un tema determinado.

Este mes le preguntaron a Woody Allen cuáles son los cinco libros qué más lo han inspirado.

La entrevista completa , Woody Allen on Inspiration, puede leerse aquí.


The Catcher in the Rye. J.D. Salinger (1951)

[El guardián entre el centeno o El cazador oculto]


Para mí, El guardián entre el centeno siempre ha tenido un significado especial acaso porque lo leí cuando era joven –tenía dieciocho años más o menos. El libro hacía eco de mis fantasías sobre Manhattan, el Upper East Side y la ciudad de New York en general. Fue un escape estupendo de los demás libros que estaba leyendo en ese entonces, libros con un cierto carácter de tarea. Leer Middlemarch o La educación sentimental es trabajo; leer El guardián entre el centeno es puro placer. El deber de entretener recae sobre el autor. Salinger asume esa obligación desde la primera frase.

En mi juventud, leer era algo asociado con la escuela, algo que hacías como una obligación, algo necesario si querías salir con cierta clase de mujer. No era algo que yo hiciera por placer. Pero El guardián entre el centeno era diferente. Era divertido. Estaba escrito en mi jerga y la atmósfera del libro tocaba mis emociones. Lo releo de vez en cuando y siempre logro disfrutarlo.


Really the Blues. Mezz Mezzrow y Bernard Wolfe (1946)


Con los años supe –porque traté con músicos de jazz que conocieron a Mezzrow y con la gente sobre la que él escribió en su libro– que sus memorias estaban llenas de historias apócrifas. Sin embargo, el libro tuvo un fuerte impacto sobre mí, un clarinetista de jazz –igual que Mezzrow– en ciernes, tratando de aprender a interpretar el lenguaje de la música, sobre el que escribieron Mezzrow y Wolfe. La historia, probablemente un montón de basura, me llamaba la atención porque hablaba sobre la obra de muchos músicos que yo conocía y admiraba, sobre los pormenores de los bares de jazz que yo frecuentaba y sobre las canciones legendarias que se tocaron en los night-clubs legendarios. Así que me pasé un buen tiempo leyéndolo cuando mi pasión por el jazz se estaba formando. Pero reconozco que no es un libro muy bueno o incluso uno muy honesto.


The World of S.J. Perelman (2000)


El ser humano más gracioso que conozco, en cualquier medio –comedia en vivo, televisión, teatro, prosa, películas–, es S.J. Perelman. Sus primeros trabajos fueron un poco extravagantes, no tan buenos o sutiles. Con los años, su material se volvió implacablemente extraordinario.

Hay muchas antologías de Perelman repletas de cosas tremendas. Ésta, que prologué, tiene un buen número de piezas espectaculares. Organizados cronológicamente, por decisión de los editores, los cuatro primeros ensayos son, en mi opinión, los más flojos. Una vez que das con el quinto ensayo –casual los llamó el New Yorker– te agarra con su ritmo, y el resto de ellos son genio cómico absoluto. Lo más divertido que uno pueda conseguir.

Los que crecimos con Perelman descubrimos que era imposible evitar su influencia. Tenía una capacidad inventiva inmensa.


Epitaph of a Small Winner. Machado de Assis (1880)

[Memorias póstumas de Blas Cubas]


Un día llegó con el correo. Un desconocido me lo envío desde Brasil junto con la nota “Esto te va a gustar”. Porque es un libro delgado, lo leí. Si hubiera sido un libro grueso lo habría desechado.

Me sorprendieron su humor y su encanto. No podía creer que Machado de Assis hubiera vivido hace tantos años. Uno podría pensar que escribió el libro ayer; es tan moderno y divertido. Una obra verdaderamente única. Hizo repicar una campana en mí de la misma forma que lo hizo El guardián entre el centeno. El libro trataba los temas que a mí me gustaban con ingenio, originalidad y cero sentimentalismos.


Elia Kazan: A Biography. Richard Schikel (2005)


El mejor libro sobre el mundo del espectáculo que he leído. El libro está brillantemente escrito y se ocupa de un director magnífico, muy significativo para mí cuando estaba madurando y convirtiéndome en cineasta. Schikel entiende a Kazan; entiende a Tennessee Williams; entiende a Marlon Brando; entiende Un tranvía llamado deseo. Escribe con un amplio conocimiento histórico, agudeza y vivacidad. Los libros sobre el mundo del espectáculo usualmente no valen la pena. Son tontos y superficiales, nada más. Pero este es un libro fabuloso. Sea cual sea tu opinión sobre Kazan políticamente, no hay nada que hacer contra el hecho de que el tipo era un director tremendo.

29/4/11

Mi estudio: Guillermo Martínez

Fotografías tomadas por el autor

Mi estudio está en la parte de atrás de mi casa. Es un cuarto no muy grande, de techo bajo, con una ventana amplia que da al jardín. Cuando nos mudamos a esta casa (que tiene casi cien años) pensamos durante un tiempo en extenderlo hacia el jardín para que pudiera contener parte de las bibliotecas, pero finalmente lo dejamos tal como estaba, y sólo reemplazamos el piso anterior de cerámica por uno de pinotea. Es un espacio silencioso, al que no llegan los ruidos de la calle, y tiene luz natural durante gran parte del día. Está a la vez separado e integrado a la casa por una puerta vidriada, algo para mí importante porque me gusta (o no puedo evitar) caminar cuando escribo. De manera que esa puerta está en general abierta y yo deambulo durante la mañana en busca de té o café entre mi estudio y la cocina. Tengo un escritorio antiguo que compré en el Mercado de Pulgas, junto con unas sillas giratorias de madera muy hermosas. Una notebook, una impresora, una lámpara, las pilas de borradores sucesivos de lo que estoy escribiendo. También dos bibliotecas con mis propios libros, y los libros “afines” a la novela que escribo, porque me gusta tenerlos cerca. En general mi escritorio está siempre en algún grado de desorden creciente, llega periódicamente al desborde y, como parte del ciclo, en un tardío arranque de limpieza este desborde se traspasa a los cajones, que a su vez, como en un sistema de esclusas, desbordan también por dentro, a escondidas. Hay también sobre el escritorio una latita-lapicero, decorada por mi hija en algún día del padre, que tiene una propiedad antimateria: la lleno cada tanto con biromes flamantes, que van desapareciendo una a una como en Diez indiecitos, o dejan de funcionar infaliblemente cada vez que las preciso. Por la ventana que da al jardín puedo ver crecer los árboles y las enredaderas, puedo ver pájaros, alguna lagartija, a veces colibríes. Puedo seguir también el paso lento del tiempo de estación a estación. Pero yo soy mucho más lento (no lo digo con orgullo, lo digo con desesperación). A veces, allá afuera, pasa todo un año, mientras los personajes en mis páginas no logran avanzar un día.




Guillermo Martínez (1962) nació en Bahía Blanca. Es autor de las novelas Acerca de Roderer (Planeta-Destino), La mujer del maestro (Planeta-Destino), La muerte lenta de Luciana B. (Planeta-Destino) y Crímenes imperceptibles (editado luego como Los crímenes de Oxford, también en Destino). En Libélula Libros tenemos un libro que siempre genera curiosidad: Borges y la matemática (Eudeba, 2005), una serie de textos donde se mezclan su accidente -las matemáticas-, y su necesidad -la literatura. Hace unos años en el Hay Festival Guillermo Martínez atendió con gusto a un amigo que le pidió una entrevista; yo estaba al lado y me acuerdo que con torpeza le pregunté que cómo escribía, si a mano o en un computador. Quién hubiera sabido que años después le preguntaría no ya cómo sino dónde. Esta relación, por supuesto, Martínez la desconoce. Agradecemos su colaboración.