24/5/11

El rincón del vago: Antonio Ungar



Fotografías tomadas por el autor


Trabajo en donde puedo. He vivido en cinco países distintos en los últimos quince años y en cada país he tenido que mudarme más de una vez (nueve veces cuando viví en Barcelona sólo cinco años). Por culpa de tanto trasteo nunca he tenido un estudio silencioso y solemne en el que escribir por fin las obras maestras que mis lectores me piden a los gritos.

Más que estudios silenciosos y solemnes ha habido esquinas cómodas de salas poco ruidosas, balconcitos soleados sin demasiado tráfico vehicular, mesas del comedor amplias pero cojas, camas dobles con esposas trabajadoras y muchos sofás mullidos para las mejores madrugadas.
Así he escrito todo lo que he escrito. Sin un cuarto fijo, sin un horario y sin un ritual para escribir. Escribo, pero a veces ni siquiera eso hago. Antes del último libro estuve dos años mudo. Ahora llevo casi un año sin mover un dedo. Desde hace unos meses tengo por fin un apartamento amplio, soleado, con un cómodo estudio de escritor en el que podría producir más de una obra maestra diaria sin pestañear siquiera.
Pero precisamente ahora (que lo tengo todo) mis manos se niegan a escribir. Las noches se van una detrás de otra, todas muy ordenadas, mientras yo leo novelas policíacas tirado en una colchoneta o veo televisión gringa que bajo ilegalmente en mi computador portátil. En pocas horas del día en que no estoy durmiendo o en la calle, trabajo, también, todo hay que decirlo.
Desde hace cuatro meses vivo en Jaffa, Israel-Palestina. Aquí, como en Colombia, lo que pasa en la calle es infinitamente más divertido que cualquier cosa que pueda aparecer en el computador de un escritor. Es por eso que mi primoroso estudio está casi todo el día vacío. Siempre que regreso recuerdo que debería estar escribiendo y simultáneamente constato que en mi ausencia el desorden se multiplica sólo.
En mi estudio queda también mi closet, así es que cuando me pongo la piyama (lo que ocasionalmente sucede en las noches) contribuyo con una muda entera al veloz cambio geológico de una montaña de ropa sucia que podría desaparecer si un día me decidiera a lavarla, lo que no ocurre con la frecuencia que debería.
Últimamente leo mucho y casi solamente libros policíacos, así es que junto a mi montaña de ropa sucia asciende desafiando la gravedad una segunda montaña de libros baratos y a medio empezar. Cuando me descuido, que es casi siempre, una tercera montaña dialoga con las dos anteriores: el Everest de la comida y los platos sucios. Almuerzo sólo, siempre, en mi estudio de escritor. Almuerzo viendo televisión, leyendo en mi colchoneta. Sin escribir.
Rezo cada día para que cuando la musa de la escritura regrese para bombardearme con obras maestras (de mi autoría, espero) el presupuesto me siga alcanzando para pagar este primoroso estudio. Sé que entonces, motivado por tanta creatividad, me decidiré por fin a decorarlo. Pondré bibliotecas y las llenaré de libros imprescindibles. Pegaré en las paredes fotos de escritores vivos y de escritores muertos. Recogeré la ropa sucia. Comeré en la cocina. Y no volveré a leer, lo prometo, para evitar que el caos me devore de nuevo.




Antonio Ungar (1974) es un escritor colombiano. Su primer libro, Trece circos comunes (Norma, 1999) -reeditado en 2010 por Alfaguara: Trece circos y otros cuentos comunes- es la reunión de imagenes que van desde una sala llena de soldados malheridos hasta los recuerdos de la selva del Guainía. Sus cuentos han aparecido en numerosas antologías como la que hizo no hace mucho la editorial Eterna Cadencia: El futuro no es nuestro Nueva narrativa latinoamericana. Es autor de las novelas Zanahorias voladoras (Alfaguara), Las orejas del lobo (Ediciones B) y Tres ataúdes blancos. Esta última, publicada por Anagrama, ganó el Premio Herralde 2010. Agradecemos su colaboración y la de su vecino en Jaffa: si no fuera por la cámara digital que llevaba puesta tal vez este texto no estaría listo.



Doctor Pasavento, Elegía, la serie Wallander de Mankell, algo de Herta Muller.

19/5/11

Dos de Apostrophes

Es un gusto ver las entrevistas del programa Apostrophes hechas por Bernard Pivot. En la Videoteca de humanidades están entre otras las dirigidas a Vladimir Nabokov y a la señora Marguerite Yourcenar. Nabokov, nunca dispuesto a improvisar palabra, aceptó la invitación para una transmisión en vivo en 1975. Puso una condición, la misma de siempre: que las preguntas que Pivot fuera a hacerle se le enviarán antes para él preparar sus respuestas por escrito. Pivot cuenta que, a pesar de dudarlo por un segundo, refutando a sus principios como periodista, dijo que sí. La entrevista hay que verla: un Nabokov-actor fingiendo descaradamente que responde con naturalidad a las preguntas del presentador -cuando todos alcanzaban a verle entre las manos esas tarjetas tan famosas en las que escribía-, es una imagen inolvidable. Pivot contó después algunas intimidades: antes de la entrevista Nabokov lo llamó y le reclamó que no podía leer durante más de una hora sin tomar un poco whisky para levantar el ánimo, las fuerzas. Pero no quisiera seguir el ejemplo francés, le dijo, y dejar la impresión de ser un escritor de esos que ceden al poder del alcohol. No hay problema, le respondió Pivot, serviremos el whisky en una tetera y yo durante el programa respetuosamente le preguntaré, ¿un poco más de té, señor Nabokov?


Nabokov, el 30 de mayo de 1975 en Apostrophes


Desde 1939 Marguerite Yourcenar vivió con quien sería su compañera durante cuarenta años, la señora Grace Frick, su traductora al inglés además. Cuando Pivot fue a entrevistar en 1979 a Yourcenar en su casa en el estado de Maine, Frick estaba muy enferma, y Pivot, que estudiaba bien a sus entrevistados y si era el caso leía o releía los libros del invitado –algo que se nota admirablemente en su trabajo- al final de la visita le comentó cuánto le llamaba la atención el hecho de que ninguno de sus libros hubiera aparecido en los Estados Unidos en la última década. La razón es muy simple, le contestó Yourcenar, como usted ha visto Grace ha estado muy enferma y no ha podido traducir más mis libros. Por eso no quiero apenarla, no quiero que mientras viva vea que un libro firmado por mí aparece con una traducción que no es la suya.

6/5/11

Woody Allen on Inspiration

Desde principios del 2009, el sitio web The Browser, en su sección FiveBooks, le ha preguntado a escritores, artistas, cineastas, filósofos, científicos, pintores, etc., cuáles son, en su opinión, los mejores cinco libros sobre un tema determinado.

Este mes le preguntaron a Woody Allen cuáles son los cinco libros qué más lo han inspirado.

La entrevista completa , Woody Allen on Inspiration, puede leerse aquí.


The Catcher in the Rye. J.D. Salinger (1951)

[El guardián entre el centeno o El cazador oculto]


Para mí, El guardián entre el centeno siempre ha tenido un significado especial acaso porque lo leí cuando era joven –tenía dieciocho años más o menos. El libro hacía eco de mis fantasías sobre Manhattan, el Upper East Side y la ciudad de New York en general. Fue un escape estupendo de los demás libros que estaba leyendo en ese entonces, libros con un cierto carácter de tarea. Leer Middlemarch o La educación sentimental es trabajo; leer El guardián entre el centeno es puro placer. El deber de entretener recae sobre el autor. Salinger asume esa obligación desde la primera frase.

En mi juventud, leer era algo asociado con la escuela, algo que hacías como una obligación, algo necesario si querías salir con cierta clase de mujer. No era algo que yo hiciera por placer. Pero El guardián entre el centeno era diferente. Era divertido. Estaba escrito en mi jerga y la atmósfera del libro tocaba mis emociones. Lo releo de vez en cuando y siempre logro disfrutarlo.


Really the Blues. Mezz Mezzrow y Bernard Wolfe (1946)


Con los años supe –porque traté con músicos de jazz que conocieron a Mezzrow y con la gente sobre la que él escribió en su libro– que sus memorias estaban llenas de historias apócrifas. Sin embargo, el libro tuvo un fuerte impacto sobre mí, un clarinetista de jazz –igual que Mezzrow– en ciernes, tratando de aprender a interpretar el lenguaje de la música, sobre el que escribieron Mezzrow y Wolfe. La historia, probablemente un montón de basura, me llamaba la atención porque hablaba sobre la obra de muchos músicos que yo conocía y admiraba, sobre los pormenores de los bares de jazz que yo frecuentaba y sobre las canciones legendarias que se tocaron en los night-clubs legendarios. Así que me pasé un buen tiempo leyéndolo cuando mi pasión por el jazz se estaba formando. Pero reconozco que no es un libro muy bueno o incluso uno muy honesto.


The World of S.J. Perelman (2000)


El ser humano más gracioso que conozco, en cualquier medio –comedia en vivo, televisión, teatro, prosa, películas–, es S.J. Perelman. Sus primeros trabajos fueron un poco extravagantes, no tan buenos o sutiles. Con los años, su material se volvió implacablemente extraordinario.

Hay muchas antologías de Perelman repletas de cosas tremendas. Ésta, que prologué, tiene un buen número de piezas espectaculares. Organizados cronológicamente, por decisión de los editores, los cuatro primeros ensayos son, en mi opinión, los más flojos. Una vez que das con el quinto ensayo –casual los llamó el New Yorker– te agarra con su ritmo, y el resto de ellos son genio cómico absoluto. Lo más divertido que uno pueda conseguir.

Los que crecimos con Perelman descubrimos que era imposible evitar su influencia. Tenía una capacidad inventiva inmensa.


Epitaph of a Small Winner. Machado de Assis (1880)

[Memorias póstumas de Blas Cubas]


Un día llegó con el correo. Un desconocido me lo envío desde Brasil junto con la nota “Esto te va a gustar”. Porque es un libro delgado, lo leí. Si hubiera sido un libro grueso lo habría desechado.

Me sorprendieron su humor y su encanto. No podía creer que Machado de Assis hubiera vivido hace tantos años. Uno podría pensar que escribió el libro ayer; es tan moderno y divertido. Una obra verdaderamente única. Hizo repicar una campana en mí de la misma forma que lo hizo El guardián entre el centeno. El libro trataba los temas que a mí me gustaban con ingenio, originalidad y cero sentimentalismos.


Elia Kazan: A Biography. Richard Schikel (2005)


El mejor libro sobre el mundo del espectáculo que he leído. El libro está brillantemente escrito y se ocupa de un director magnífico, muy significativo para mí cuando estaba madurando y convirtiéndome en cineasta. Schikel entiende a Kazan; entiende a Tennessee Williams; entiende a Marlon Brando; entiende Un tranvía llamado deseo. Escribe con un amplio conocimiento histórico, agudeza y vivacidad. Los libros sobre el mundo del espectáculo usualmente no valen la pena. Son tontos y superficiales, nada más. Pero este es un libro fabuloso. Sea cual sea tu opinión sobre Kazan políticamente, no hay nada que hacer contra el hecho de que el tipo era un director tremendo.