27/2/10

El hombre que se quedó a vivir en un árbol*


Este es, desde hace ya cuatro años, el hogar de Jorge Rendón Pulgarín, campesino del municipio vecino de Risaralda, que a sus 49 años cumplió el sueño de vivir en pleno contacto con la naturaleza.

En el interior Jorge instaló una hamaca para dormir, pero aún prescinde de aquellos lujos que nos han obligado a vivir en grandes casas. Muchos de esos enseres, piensa él, innecesarios.

[...] Un día que estaba pescando vi este gran árbol a orillas del Río Cauca, lo observé bien, me subí con una escalera, miré su resistencia y decidí que allí quedaría mi casa".

Durante el invierno del año anterior, amanecía el Cauca crecido y el árbol rodeado de agua, lo que le impedía descender. Los vecinos, entonces, le ayudaron a reforzar la escalera para que subiera y bajara así fuera con medio cuerpo sumergido en el agua. "También me decían que abandonara el árbol, pero yo confío en la finura de esta madera. Esta planta está muy sana y sus raíces están bien hincadas en el terreno".

[...] cada vez que llegan las hormigas arrieras le toca salir deprisa y esperar a que limpien la casa de cucarachas y ratones. "Ellas suben, arrasan con las plagas y dejan todo limpio". 

Jorge Rendón Pulgarín indica que tramita con un vecino la posible extensión de un cable para dotar su casa de luz y así instalar un televisor. "También tengo dificultades cuando vienen funcionarios del Estado para encuestas y visitas, porque les da miedo subir y no saben si ponen como casa el árbol o, en la dirección, el nombre del árbol".

(*Publicado en el diario La Patria, Miércoles, Febrero 24 2010)

25/2/10

En Vitrina:


William Shakespeare: Hamlet, Norma.

Anthony Bourke y John Rendall: Un león llamado Christian, Plaza & Janés. 

Vladimir Nabokov: Curso sobre el Quijote, Zeta Bolsillo.

21/2/10

Victor Serge: El caso Tuláyev

son tragedias shakespereanas [estos dramas rusos]
El caso Tuláyev

Así como leí La madre del amargo Gorki -desprevenidamente-, quise leer El caso Tuláyev, de Victor Serge. Y lo cierto es que todos los comentarios sobre esta novela -de Octavio paz, de John Berger, de la misma encargada del prólogo, la señora Susan Sontag- me resultaron molestos, nada llamativos, de inmediato me previne. ¿Por qué? La vida de Victor Serge fue toda un viaje sin rumbo y sin hogar: nació en Bruselas como exiliado ruso en 1890, vivió en Francia donde comenzaría a desarrollar su actitud propagandista, en España, y finalmente sería parte de la revolución bolchevique en Rusia. Cárceles, Viena, hasta finalmente, debido a su posición crítica frente al gobierno de Stalin, ser expulsado del partido comunista. Precisamente su deportación a Siberia (1933) como castigo a su posición contrarrevolucionaria, hizo que personajes como Gide, Malraux y Rolland exigieran su inmediata liberación (Serge escribió siempre en francés, y tenía en los años veinte numerosos lectores), y su condonación (es decir, su expulsión de la Unión Soviética), en 1936, fue la única otorgada a un escritor durante lo que se conoce como el Gran Terror Soviético. París, Marsella, Martinica, República Dominicana, La Habana, México... donde murió miserable y desnutrido en el asiento de atrás de un taxi (1947).

El caso Tuláyev es una novela larga (más de 400 páginas) sin un personaje principal. El asesinato del funcionario camarada Tuláyev (que como personaje es apenas mencionado, y sólo como víctima del crimen), lleva a conformar un grupo de investigación exhaustivo y ridículo donde aparecen una decena de culpables o complices, todos inocentes. En eso se va la novela, en describir el miedo que todos sienten por el régimen, y en donde es imposible sentirse libre de culpa. 

Más allá de su interés revelador (porque sí, Serge escribió esto como divulgación), se encuentran pasajes que lo superan, como el del reloj del viejo cascarrabias Rishik, y los viejos campesinos rusos alejados de todo, hasta del tiempo:

"Otra riqueza atesorada era su reloj, que a veces venían a ver de las casas vecinas. Cuando un cazador de los niénetz atravesaba las planicies, la gente le explicaba que un hombre vivía allí, y que sobre él pesaba un castigo, y que poseía una máquina de hacer tiempo, una máquina que cantaba sola, sin jamás detenerse, por el tiempo invisible. El tictac obstinado del reloj devoraba, en efecto, un silencio de eternidad. Rishik lo amaba, pues había vivido cerca de un año sin él, en el tiempo puro, pura locura inmóvil, anterior a toda creación. Rishik, para huir de la casa muda, se iba por ahí a través de la landa. Rocas blancuzcas se hundían en el suelo; el ojo se prendía ávidamente de los pocos matorrales enclenques y duros, el color de la herrumbe y de un verde ácido. Rishik les gritaba: «¡El tiempo no existe! ¡Nada existe!». Su voz, pequeño ruido insólito, era absorbido por la extención, fuera del tiempo humano, sin que siquiera espantara a los pájaros. ¿Acaso no había pájaros fuera del tiempo?" (p 261)



Pese a ser escrito en francés, El caso Tuláyev es un libro típicamente ruso: la descripción de un pueblo ingenuo y prosaico, que siempre se emborracha con vodka y siente miedo de Dios y el Estado, no es muy diferente a la de Recuerdos de la casa de los muertos de Dostoievski o a la de algún cuento triste de Chéjov. Por eso no creo que sea una coincidencia que el pueblo ruso de los zares y los tiranos aparezca siempre como una masa miserable en medio del frío, el Terror y la aniquilación: y mientras que Serge escribió todo un novelón propagandista, Anna Ajmátova en su poema Requiem, hace todo terriblemente más sencillo:

"Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detras de mí, una mujer -los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):
- ¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
-Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro". 

18/2/10

Cómo ser escritor o escritora en el siglo XXI*

El siglo XXI transformará en muchos sentidos el hábito de escribir. El escritor romántico, que escribía como desafío a la sociedad la cual lo trataba como a un "loco", estará en vías de desaparición. Escribir es un acto profesional que exige entrega normal, como la de un empleado que trabaja ocho horas.

Deberá ser un investigador consumado (consultar en la biblioteca y en Internet), haber asistido a talleres y cursos universitarios donde se enseñe literatura y se practique permanentemente el acto de escribir.

Igualmente tendrá que especializarse si quiere ser escritor de ciencia ficción, de novelas policíacas, de literatura de superación personal o de guiones para televisión.

Recomendaciones para escribir en el nuevo milenio

• Perfeccionar el acto de escritura. Tenerlo como ejercicio diario, esto es, practicar escribiendo artículos para periódico, guiones de televisión, memorias, cuentos y poemas.

• Poseer un buen computador, con Internet incluido. También será necesario dominar el inglés.

• Interesarse exclusivamente por un área de la literatura y volverse un"nerd" en ella: periodismo investigativo, literatura dirigida a jóvenes y niños, autosuperación personal.

• Trabajar, con disciplina y tesón, proyectos a mediano y largo plazo. Será bueno tener un agente literario y rodearse de excelentes amigos escritores.

*Encontré esta maravilla en un libro de español para estudiantes de 11: Señales, de Editorial Norma. Terminando la página aparecen dos fotografías de "dos de los escritores que marcarán la pauta creativa en el siglo XXI": Santiago Gamboa y Laura Restrepo.

15/2/10

Dos libros del 09.


Hace unas semanas escribí un borrador de los libros que el año pasado leí y disfruté. Libros que no esperaba, y sorpresivamente llegaron. Libros que, además, recomiendo. Espero, pues, que no sea ya muy tarde para hablar de los libros del 2009.

I.


Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano de Edward Gibbon. Quizá el hallazgo más grato y más inesperado. Lo más impactante de la Decadencia y Caída, más allá de la precisión histórica (siempre ilusoria), de su sutil ironía, de la vasta erudición de su autor, de su encanto narrativo o del enorme periodo que se propone relatar (del 180 a.C. al 1590 d.C.), es la sensación que nos produce contemplar la historia y descubrir cuán frágil y delicado es el destino humano; sobre todas las cosas gravita una sensación de irrealidad después de leer un capítulo de este libro; Gibbon, sin quererlo, hace que nos sintamos mínimos, ilusorios. Cada una de sus páginas nos susurra: “Memento mori”.

Hay dos poemas que para mí tienen el poder de evocar lo que sentimos al leer la obra de Gibbon. El primero, es un Haiku de Jorge-Luis Borges (La cifra. Diecisiete Haiku):

14

¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?


El otro poema es, por decirlo de algún modo, la contracara del anterior; pues si bien al mirar atrás no podemos distinguir si esa tenue luz que se marchita es la de un imperio o la de una luciérnaga, todavía podemos sentir, nítidamente, sus rayos sobre nosotros; así, aquel pasado borroso es la clave de este sólido presente. El poema es de Juan Manuel Roca:

Poema invadido por romanos.

Los romanos eran maliciosos.

Llenaron Europa de ruinas
Confabulados con el tiempo.

Les interesaba el futuro, Las huellas más que las pisadas.

Los romanos, Casandra, eran mañosos.

No fraguaron el Acueducto de Segovia
Como un ducto de agua y de luz.
Lo pensaron como vestigio,
Como un absorto pasado.

Sembraron de edificios roñosos Europa.
De estatuas acéfalas
Engullidas por la gloria de Roma.
No hicieron el Coliseo
Para que los tigres devoraran
A su antojo a los cristianos,
tan poco apetecibles,
Ni para ver ensartadas
Como entremeses del infierno
A las huestes de Espartaco

Pensaron su ruina, una ruina proporcional
A la sombra mordida del sol que agoniza.

Mi amigo Dino Campana
Pudo haber saltado a la yugular
De uno de sus dioses de mármol

Los romanos dan mucho en qué pensar.

Por ejemplo,
En un caballo de bronce
De la Piazza Bianca.
Al momento de restaurarlo,
Al asomarse a su boca abierta,
Encontraron en el vientre
Esqueletos de palomas.

[Como tu amor,
Que se vuelve ruina
Mientras más lo construyo.]

El tiempo es romano.

II.

Juego de Niños y otros ensayos de Robert Louis Stevenson. Gracias a una modesta edición de Norma, publicada en su memorable colección Cara y Cruz, pude descubrir al Stevenson ensayista: para mí, el mejor Stevenson; lastimosamente, poco conocido. Un hombre que vivió pocos años, intensamente; tenía la muerte entre el pecho y no se permitió una sola palabra insolente.

Stevenson puede hablarnos noblemente sobre literatura, sobre escritores y libros, pero como él mismo afirma “los libros son un sucedáneo de la vida”, su sustituto; hay cierta artificialidad que le molesta en la literatura, por eso cuando mejor brilla su genio es cuando nos habla de la vida misma: la muerte, el amor, la esperanza, los amigos, los viajes. De cualquier forma su estilo nunca decae y es igualmente bueno hablándonos de “Caminatas” o defendiendo agudamente el ocio (“Apología del Ocio”) o contándonos cuáles son los libros que lo han influenciado.

Leer estos ensayos es una dicha absoluta; poseen esa virtud de muchos ingleses, a saber: dar a sus libros un tono de conversación junto a la chimenea, de charla casual entre amigos. Algo similar pasa cuando uno lee Los Ensayos de Montaigne, -libro del que he leído buena parte y que también recomiendo mucho- quien tuvo una influencia decisiva en Stevenson: "un libro, caído tempranamente en mis manos y cuya influencia sólo advertí más tarde, pero que continúa creciendo en mí pues es una obra de la que uno no puede apartarse"."Esa sosegada y genial visión de la vida es un magnífico regalo para cualquier persona de hoy". Lo mismo podemos decir de Stevenson.


En Vitrina:




Bret Harte: Cuentos Californianos. Navona Editorial.

Saki: Reginald. Navona Editorial.

Thomas Hardy: Las pequeñas ironías de la vida. Navona Editorial.

12/2/10

Notas finales (III)

9. La novia de Corinto y otros cuentos de ángeles y hechos sobrenaturales, Amado Nervo.

Acabóse de imprimir este libro el 12 de noviembre de 1999,
aniversario del día en que naciera en Costa Rica
el primer hijo que Rubén Drío tuvo de una
mujer. Después, su poesía dio a luz
a tantos como estrellas
hay en el mar.

12. Aguas del Aqueronte y otros cuentos narcóticos, Julio Herrera y Reissig.

Acabóse de imprimir este libro el 18 de marzo del año 2000,
aniversario del día en que muriera, en la hora del alba,
el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig de
un rayo en el corazón, que había latido
durante 35 años, avisando
como desde lejos hacen
las tormentas.

14. Belcebú, Emilia Pardo Bazán.

Acabóse de imprimir este libro el 18 de marzo del año 2000,
aniversario del día en el que Enilio Carrere publicó, en
El liberal, su poema El amor de la noche,
donde asegura, en versos alejandrinos,
"amar a las almas tristes que,
en su eterno vagar, se han
quedado dormidas
a la sombra de
un árbol".

20. Baldosas amarillas, Luis Alberto de Cuenca.

Este libro se acabó de imprimir el 15 de mayo de 2001,
un siglo y un año después de que se publicara por
primera vez El maravilloso Mago de Oz.
Éste fue el regalo que a sí mismo y al mundo
hizo su autor, L. Frank Baum, en la
celebración de su cuadragésimo
cuarto cumpleaños.

21. Primera carta desde el Brasil, Pero Vaz de Caminha.

Acabose de imprimir este libro el 16 de diciembre de 2000,
cinco siglos después de que Pero Vaz de Caminha
encontrara la muerte en Calcuta (la India)
durante el asalto de los moros a la
factoría a la que había sido
destinado como
escribano.

8/2/10

En Vitrina:


Eduardo Berti (Compilador): Galaxia Flaubert, Adriana Hidalgo.

Alfred Polgar: La vida en minúscula, Acantilado.

Antonio Di Benedetto: Cuentos completos, Adriana Hidalgo.

1/2/10

Envío

  ¡Ya está!
  ¿Y ahora qué, maestro don Gesualdo?
  ¿Qué hago con estas páginas escritas a máquina y revisadas a tinta?
  Antes tenía una opinión, que podía seguir o no. Mandárselas y aguardar quince días -usted es prestísimo- a recibir otras páginas manuscritas con una caligrafía que acabé por descifrar donde, con la elegancia y precisión de los sabios, exponía unas dudas, sugería unas rectificaciones, proponía unas notas. Era paradójico y enternecedor que su escritura oscura se resistiera a no ser entendida del todo. Le dolía, por ejemplo, que algún lector español no supiera quién fue Girardengo y se perdiera parte del alcance semántico de la frase. Y en alguna ocasión las notas fueron tantas que, ¿se acuerda?, hubo que introducir un glosario al final del libro. Algo de lo que, por cierto, sólo se enriqueció la edición española. 
  Después, con el tiempo y los libros, simplificamos el trámite e incluso, no sé si con su aquiescencia o con tolerante reserva, lo eliminamos. No sé, pero un día me escribió algo tan hermoso como injusto: «He leído en voz alta unas páginas de su traducción y me suenan mejor que las que yo escribí. Por consiguiente, he decidido aprender castellano.»
  Yo también, con el tiempo y con sus libros, he aprendido mucho de usted; he aprendido a conocerle. Sé que en Tommaso y el fotógrafo ciego es Tommaso, pero también el filósofo Plácido, además de unas dosis de la locura palabrera de Crisafulli. Pero... ¿de qué me sirve? ¿De qué me sirve si lo que me urge preguntarle es qué quería decir cuando dice: «Solamente deseaba construir un laberinto de papel, un leve-grave Merzbild de cifras ocultas; explosivo, sí, pero no más que un petardo o un globo»? O bien: «Como si fuera fácil, con la miopía que padezco, corregir todas las erratas con que me ha gustado llenar los manuscritos de mi vida...» ¿Dónde pregunto, dónde le llamo, dónde le busco, don Gesualdo...?
  Un día me contó lo poquísimo que le gustaba viajar. Que apenas empezaba un viaje, la nostalgia del retorno le llevaba a concluirlo. Y, para confirmarlo, me mandó, junto con Leonardo Sciascia, una postal desde el Simplón, el que guiña el ojo al Fréjus. «Para que vea usted que también viajo. Saludos.» Y ahora decidió no volver a prolongar in aeternum la estela de sus kilómetros. ¡Vaya broma!
  Me quedaré sin saber gran parte de lo que quería saber, y conmigo sus lectores, pero eso no quita, maestro, que le diga, y sus lectores conmigo, que, haciendo honor a su estirpe normanda, se ha despedido a la francesa pero, eso sí, con un regalo bellísimo: este libro.

Joaquín Jordá,
13 de septiembre de 1996

Así cierra la edición de Tommaso y el fotógrafo ciego, en la edición de Editorial Anagrama (PN 386: 1998). 

Alguna vez conté, basado en una entrevista, el recuerdo de Jordá y la decisión de Bufalino: esta carta imposible es una agradecida confirmación.
Costante Girardengo (1893-1978) fue un reconocido ciclista italiano, creo que es a él a quien se refiere el lamento: girare, en italiano, girar, rodar.
El Simplón y Fréjus son túneles; uno, el que une a Suiza e Italia con sus casi 20 km de longitud, el otro, de 13 km, a Francia con Italia.

Tommaso y el fotógrafo ciego fue la última novela publicada de Bufalino, en abril de 1996. Dos meses después murió en un accidente automovilístico en la vía Vittoria-Comiso. Trabajaba entonces en una novela (de la que parece quedaron dos capítulos) sobre el ajedrecista Capablanca, titulada Chamat